A orillas del Mapocho: ¡ah, los anticomunistas!
Pocas veces aludo a las vicisitudes del partido comunista chileno, que brega denodadamente por abrirse un espacio en el espectro político nacional, lo que es, por lo demás, incuestionablemente legítimo. Lo hice en un par de artículos anteriores a propósito de dos chambonadas incomprensibles en un partido que siempre se caracterizó por ser un paciente tejedor de posiciones, cuidando hasta los mínimos detalles para evitar traspiés… |CRISTIÁN JOEL SÁNCHEZ.*
Y recibí una lluvia de epítetos, denuestos y una que otra alusión a un supuesto pasado dudoso de mi santa madre. En buen chileno, me tiraron la mierda con balde.
¿Cuál fue mi pecado? Señalar que el partido de Recabarren, Lafferte y… Teillier se había equivocado medio a medio al intentar conciliar las aspiraciones de los estudiantes con los intereses del gobierno y la Concertación, lo que le había valido perder la FECH y, añadía yo, la probable pérdida en el futuro de otras federaciones. Pitoniso quizás porque tres días después de publicado el artículo el PC perdía la otra federación más importante que estaba en sus manos: la FEUSACH, quedando la lista comunista relegada al tercer lugar y, lo que es peor, con un gran menoscabo de la Jota en el seno de movimiento estudiantil.
Mi otro pecado fue calificar, en un segundo artículo, de error grave enviar una carta de condolencias a Corea del Norte lamentando la muerte del socialdictador Kim Jong Il. Me agarré de eso para una larga parrafada acerca del culto a la personalidad como uno de los errores más grande de los fenecidos países socialistas y sus respectivos partidos comunistas que les valió el odio acérrimo de sus pueblos cansados del nepotismo y la dictadura de estos “iluminados” pegados al poder por decenas de años.
Esas fueron mis dos herejías convertidas en el ají que se introdujo, así sin anestesia ni nada, en el santo recto de los camaradas, al menos de los que me escribieron.
Yo sólo quería decir, inocentemente, con la ingenuidad que me caracteriza, que me parecía que el PC chileno estaba cayendo en los mismos errores con un Tellier que ya iba para los diez años atornillado en su cargo sin que las ventanas de Vicuña Mackenna se abrieran para la necesaria ventilación.
Lo asocié a las decenas de años en que los ventanales de Teatinos 416 estuvieron también cerrados a machote, impidiendo el ingreso de los vientos que presagiaban el derrumbe del mundo socialista con las consecuencia devastadoras del dominio sin contrapeso del capitalismo mundial que tenemos ahora. A la luz de lo que ocurrió, hoy el PC chileno no puede negar que contribuyó a la catástrofe con su complicidad condescendiente con los que infringieran ese daño enorme a la causa de socialismo en todo el planeta.
El estigma anticomunista
Entre las críticas recibidas por mi osadía de dudar de la infalibilidad de la conducción comunista, si se hace abstracción de los epítetos, la denominación de “anticomunista” es lo que me quedó sonando en reverbero porque trajo a mi memoria la descalificación utilizada antaño por la dirección del PC para censurar y desentenderse de toda crítica, viniera de donde viniera.
Usted lo recordará, querido lector, que quienes peor lo pasaban era los propios militantes que osaban disentir de la línea vertical elaborada entre las vetustas paredes de la sede, por los “esclarecidos” y privilegiados de la comisión política. Afortunadamente estos disidentes locales sólo recibían la consabida patada en el trasero, mucho menos trágica que la suerte que corrían los críticos en los regímenes como el que subsiste aún en Jurasic Park, es decir en Corea del Norte.
Pero he aquí que no pasaba todavía el hedor de las palabras de mis detractores, cuando la divina providencia —o quizás Hades, el señor de los infiernos, siempre cabe esa posibilidad— vino en mi ayuda con un celestial tapabocas: Camila Vallejo, cuya fidelidad y adhesión al PC merece toda confianza, saltó a la palestra calificando con palabras mucho más duras que la de este modesto articulista, la aberración cometida por la dirección de su partido de “lamentar” la partida del “compañero” Kim Jong Il y, entre líneas, desear larga vida al nepótico hijo que lo sucede en la dinastía.
La trascendencia y valentía de este gesto de la líder universitaria del PC, podrá usted comprenderla si se entera que esta es la primera vez, así con negritas, repito: la primera vez en toda la historia del Partido Comunista chileno en que un alto y prestigioso dirigente como lo es Vallejo, se haya atrevido a disentir públicamente y en los términos usados, de una acción emanada del comité central. Y, lo que es aún más insólito, sin que hasta el momento en que esto escribo haya sido descalificada, tildada de “enemigo del partido” es decir de anticomunista y, sobre todo, aún no haya sido expulsada como lo fueron tantos en la época de mayor “infalibilidad” de la dirección del PC.
La primera reacción de Guillermo Teillier, interrogado pocos minutos después de la intempestiva declaración de la dirigente estudiantil, sonó como en los viejos tiempos, sombría, presagiante del péndulo de Allan Poe, misteriosa como el Santo Oficio: “Eso lo resolveremos internamente” Sin embargo, la caprichosa vida nos reservaba una segunda y no menos desquiciadora sorpresa: poco después de su críptico mensaje, Teillier confesaba que tampoco él había estado de acuerdo con la dichosa misiva de condolencias.
Entonces, ¿quién la escribió? ¿quién resolvió que ésta se enviara? ¿Es que acaso por primera vez funcionan las mayorías y, lo más importante, las minorías como Teillier y Camila tienen el derecho de disentir públicamente como en cualquier partido democrático? Esta inédita reacción proveniente de uno de los partidos más reacio a la autocrítica, que fuera el más “sovietincha” y el que menos presintiera la catástrofe del derrumbe por su dócil adhesión a los designios de Moscú, sólo puede tener dos explicaciones: o se trata de una maniobra ladina destinada a aplacar la crítica generalizada por la chambonada estalinista, o efectivamente el comunismo chileno comienza a caminar por un sendero de mayor dinamismo que le permitirá la adaptación rápida a los cambios que se van sucediendo en la realidad.
Me inclino más por esto último. El partido comunista, tanto a nivel local como mundial, es sin duda un referente que está potencialmente a la expectativa de la evolución que va teniendo el mundo a medida que la humanidad se adentra en la crisis del capitalismo neoliberal.
Los verdaderos anticomunistas lo saben y están preparados para formar el frente histórico que concentra desde seudodemócratas y liberales hasta, como es lógico, la ultraderecha, pasando por todos los estamentos de la superestructura social, militares, frailes, jueces, periodistas, intelectuales y seudointelectuales, amén de los directores del coro que han sido siempre los oligarcas amenazados por el avance de los revolucionarios en el mundo.
En Chile, formar un frente de izquierda sin considerar a los comunistas, será, aunque no se quiera, hacerle el juego precisamente a los que luchan denodadamente por desarticular en ciernes el peligro del renacer de las fuerzas populares. Sin embargo, es el PC el que debe dar muestras claras de la superación de un pasado que no le favoreció a él y, por lo tanto, al movimiento revolucionario mundial del cual los comunistas son parte importante.
Silenciada por los consorcios de la prensa mundial, pocos se enteran de la noticia del avance sorprendente que los comunistas están logrando en el mundo. Solamente en Rusia, a pesar del grosero fraude en las elecciones habidas recientemente por parte del gobierno, el partido comunista, heredero del PCUS, ha duplicado su votación en los últimos años, obteniendo más del 20%, la segunda fuerza nacional, no obstante, como decíamos, los chanchullos del cosaco Putin.
Gran responsabilidad, entonces, para los comunistas como parte importante del renacer de la izquierda en Chile y en el mundo. Volver a andar el camino para volver a cometer los mismos errores, sólo será premonitor de otro enorme fracaso que ni las clases sociales desposeídas ni la ideología misma serán capaces de soportar.
* Escritor.