Alejandria y la memoria del Mediterráneo oriental

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Algunas guías dicen que Alejandría es, por méritos propios, una de las ciudades históricas por excelencia. Su nombre se asocia a esplendorosos pasados sustentados en magníficas bibliotecas, homéricos faros, conspiraciones imposibles y amores desgraciados entre reinas y apuestos traidores.

Fundada por Alejandro Magno, gobernada por Cleopatra y durante un breve tiempo rival de Roma, Alejandría ha llegado hasta nosotros envuelta en la esplendorosa luz del Mediterráneo y sin apenas trazas de lo que fuera su deslumbrante antigüedad. La ciudad se extiende a lo largo de la costa, mirando al mar en una longitud aproximada de veinte kilómetros y en una anchura no superior a tres.

Su centro neurálgico se ubica alrededor de los jardines de Saad Zaghloul. En sus inmediaciones la arquitectura alejandrina deja a las claras que la mezcla –el mestizaje– es su verdadera esencia. El estilo veneciano, convive con las tendencias árabes y todos juntos se reflejan en las austeras líneas clásicas que son el importante aporte europeo al urbanismo de la ciudad.

Alejandría recuerda las descripciones que hiciera de Argel en El extranjeroAlbert Camus: la luz del Mediterráneo, los hombres en los cafés, las soñolientas horas centrales del día, el ruido del tranvía y el estremecerse de las calles a su paso, forman también parte de la Alejandría de hoy al igual que fueron señas de identidad del Argel de ayer. Sólo un detalle escapa de aquellas ensoñadoras descripciones: el tráfico atroz omnipresente en Alejandría y que obliga a los peatones a una complicada y arriesgada tauromaquia para todo aquel que pretenda cruzar las calles principales.

fotoSi la mitología de la ciudad se encuentra desperdigada en columnas y piedras más o menos inconexas, su pasado más reciente, vinculado a intereses comerciales europeos, sobrevive en los gastados carteles anunciadores de los más variopintos oficios y redactados preferentemente en francés, italiano o griego. Por todas partes gruesas persianas metálicas cerradas que en su día alojaron negocios y oficinas vinculadas a los seguros y al tráfico marítimo.

En los umbrales de muchas puertas languidecen viejos anuncios que identifican desaparecidas sociedades dedicadas a la importación y exportación y que tenían en el tráfico de mercancías del puerto su motor económico. Edificios de pasmosa arquitectura están cerrados o se caen a pedazos. La noche delata alguna luz macilenta en su interior descubriendo la presencia de algún inquilino más o menos ocasional.

Aquella sociedad multicultural que creció en la ciudad en los primeros años del siglo pasado a la sombra de sus negocios ha dejado una herencia de casas arruinadas, negocios cerrados y símbolos caducos. La llegada al poder de Nasser en el Egipto de 1956 y la ola de nacionalizaciones que siguieron determinaron el abandono masivo de miles de alejandrinos de origen europeo de Alejandría. La ciudad se sumergió entonces en una crisis que transformó su opulenta apariencia en un reflejo cada vez más lejano.

El café

El café es la segunda casa de los alejandrinos, el lugar donde se recibe a los amigos y donde se comentan los sucesos del día. Es también una extensión de la oficina y un lugar para matar el tiempo sin pretensiones. Tan enraizado está el café en las costumbres de este pueblo que cuando suena el teléfono en el local, el destinatario de la llamada suele ser uno de los clientes. Los alejandrinos saben que si un amigo no está en casa, ni hospitalizado, pueden encontrarlo en su café habitual.

Al margen del camarero dos figuras están asociadas a estos locales. De un lado el limpiabotas, y de otro algún hombre sencillo de espíritu, o simplemente enajenado. El café es una sociedad igualitaria con sus propias leyes que permiten al que lustra los zapatos intercambiar bromas con los clientes. Un detalle es significativo sobre este tipo de sociedades: nadie en el café hace pública burla de los defectos físicos ajenos y nunca falta una silla ni una palabra oportuna para aquel que en otras latitudes sería recibido, como mínimo, con una sonrisa burlona.

El café es, en Egipto, un universo masculino y Alejandría no es ajena a esta concepción. Los hombres dejan escapar las horas muertas ante un vaso de té, un café turco, o un vaso de agua. El recio y perfumado olor de los carbones destinados a la combustión de las narguiles se extiende por todo el local. Además del murmullo de las conversaciones, otro sonido caracteriza al café. Es el repiqueteo constante de los dados al chocar contra el tablero de backgamon.

El backgamon acompaña el ocio de gran número de hombres en el Mediterráneo oriental. De Grecia a Turquía y de Beirut a El Cairo este juego de mesa, mezcla de estrategia y suerte, entretiene y apasiona a sus seguidores. Alrededor de un tablero y de dos jugadores suelen reunirse gran cantidad de curiosos que festejan con risas y ocurrencias los diferentes lances.

fotoLas calles que corren cercanas a las mezquitas de Terbana y Shorbagi responden a la arquitectura propia de los bazares y zocos orientales. Suelos de tierra, charcos que reflejan a la abigarrada multitud que trata de vender sus variadas mercaderías y, a las horas establecidas, la voz que desde los minaretes desgarra el aire condensado de las estrechas calles.

No hay vida privada para Dios en la Alejandría musulmana. Sin embargo, incluso aquí, el café sigue marcando el tiempo de ocio de los vecinos. Nada que ver desde luego con los espaciosos y elegantes establecimientos de sonoros nombres que se arraciman en las calles comerciales próximas al Cecil Hotel. El Trianon, el Sofianopoulos café, Pastroudi´s, parecen estar a años luz de los espartanos locales de la Alejandría musulmana. Aquí cualquier esquina es buena para improvisar una partida y encargar unos tés al establecimiento más cercano. Delante de sus humildes negocios son numerosos los artesanos que acompañan sus asuetos con el humeante vaso y la charla correspondiente.

Los cafés y teterías son, también, los refugios más amables con los que cuenta el visitante en su visita a la ciudad. Por el módico precio de un té permiten un descanso al fatigoso ejercicio de explorar las calles. Agua fresca, sombra y el gran teatro de Alejandría para ser contemplado de puertas afuera, es cuanto necesita un espíritu inquieto para sentirse a sus anchas. Por si esto fuera poco la eterna procesión de limpiabotas, vendedores de tabaco y de los artículos más peregrinos dotan al momento de una nota de color suplementaria.

Los cafés son dignos del paisanaje local, que ha convertido la contemplación en un arte con mayúsculas.

Este ejercicio tan decadente y agradecido de dejar escurrirse el tiempo sin prisas tiene otros escenarios en Alejandría. Uno de los más recurrentes es el malecón que rodea la bahía y cuyo paseo se conoce con el nombre de El Corniche. En uno de sus extremos se yergue la fortaleza que lleva el nombre del sultán que la ordenó levantar, Qaitbey y que desde la Edad Media vigila los accesos por mar a la ciudad.

Algunos estudiosos coinciden en señalar que el mítico Faro se levantó en el mismo lugar que ocupa el mencionado castillo. En las proximidades el club marítimo griego recuerda el fuerte lazo que une a la ciudad con su historia y sus orígenes. Los domingos en el mástil del club ondean la bandera griega y egipcia al mismo nivel y, por unas horas, el símbolo de San Jorge y el dragón vuelven a flamear en el aire de la ciudad.

Gracias a sus excepcionales vistas sobre el mar éste es el lugar escogido por alejandrinos de toda condición para despedir el día contemplando como el disco solar se sumerge en las aguas del Mediterráneo. Familias enteras, parejas de enamorados, solitarios y pescadores acuden todas las tardes a este privilegiado rincón, fieles a su cita con el sol, el mar y el viento, las esencias de todas las culturas que alumbradas en la cuenca del Mediterráneo.

Alejandría literaria

La literatura ha reportado a la ciudad casi tanta fama como su pasado legendario. Konstantino Kavafis es uno de los grandes poetas alejandrinos. La casa en la que vivió es hoy un museo en el que la inmensa mayoría de visitantes son griegos a la busca de una identidad colectiva diluida por el tiempo. Kavafis, en cierta manera, permanece anclado en su mundo gracias a los griegos que llegan de visita hasta su dormitorio, a la iglesia ortodoxa que vigila la esquina de su calle y al cercano restaurante L’Elite, uno de los mejores de la ciudad y que sigue regentado por una griega casi centenaria y su hija.

A pesar de que el hogar del poeta se sitúa en un dédalo de callejuelas, muy cerca de la populosa calle An-Nabi Daniel, es inútil preguntar a los amables viandantes la dirección del poeta. Nadie parece conocer al universal alejandrino ni la dirección de su calle. La población de Alejandría hace mucho tiempo que olvidó sus mitos y sus preocupaciones son tan prosaicas y urgentes como las de cualquier otro rincón del mundo.

El escritor inglés Lawrence Durrell, con su afamado Cuarteto, fue otro de los que puso el nombre de Alejandría en la memoria colectiva de muchos hombres y mujeres que nunca pisaron el país del Nilo. Sus evocadoras descripciones de la ciudad en los difíciles años que van de 1942 al 45, “una versión de Nápoles en ruinas” según Durrell, han ayudado a consolidar el aura de leyenda que envuelve Alejandría.

El escritor, seducido por la luz y la sensualidad alejandrinas, centró sus personajes en las figuras de los expatriados y los desarraigados. Por sus páginas desfilan judíos, cristianos coptos y griegos. Los egipcios nunca celebraron de buen grado este reduccionismo a la hora de describir sus calles. El Premio Nobel Naguib Mahfuz quiso remediar este sesgo europeo en la descripción de la ciudad con Miramar, un relato ambientado en la Alejandría posterior a la revolución nasserista y protagonizado por cuatro egipcios residentes en una lúgubre pensión.

fotoLa Biblioteca de Alejandría

El Faro y la Biblioteca han sido dos de los grandes símbolos de la ciudad. Realidad y leyenda se dan la mano en estas maravillas de la Antigüedad que desaparecieron sin dejar apenas rastro. Alejandría, que ha conocido épocas fastuosas, conoció también en sus propias carnes épocas de ruina, polvo y olvido.

La última decadencia notoria vino, en parte, motivada por la salida de la ciudad de miles de alejandrinos de origen europeo en 1956. En los últimos años la ciudad ha despertado de su letargo asfaltando calles, apuntalando el paseo marítimo y tratando de paliar las grandes cicatrices de su arquitectura urbana.

Uno de los motores de este embellecimiento ha sido la construcción de la nueva biblioteca alejandrina. A partir de 1988 la UNESCO, en colaboración con la Universidad de Alejandría, retoma la iniciativa de construir un magno edificio dotado con las últimas tecnologías y que albergue en su interior no sólo libros, sino cualquier formato susceptible de proporcionar conocimiento.

La construcción comenzó en mayo de 1995, en una de las esquinas de la bahía, con el mar al frente y la universidad a su espalda. El diseño fue realizado por la firma noruega Snohetta, a quien fue adjudicado entre las más de quinientas empresas que concursaron.

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La nueva biblioteca alejandrina tiene forma de cilindro inclinado, con ciento sesenta metros de diámetro. Uno de los lados se hunde doce metros bajo el nivel del suelo mientras que la parte opuesta sobresale hasta una altura de treinta y dos metros.

Su curvatura exterior esta cubierta de bajorrelieves que representan los alfabetos de diferentes épocas y culturas. Todo el conjunto, que simboliza el sol egipcio que ilumina al mundo con su milenaria cultura, ocupa 36.700 metros cuadrados. Tiene capacidad para albergar hasta ocho millones de libros, cincuenta mil mapas, cien mil manuscritos, doscientos mil discos y otros tantos videos.

En su equipamiento han colaborado gran cantidad de gobiernos y organizaciones de todos los países. Diferentes países europeos posibilitaron la informatización de los catálogos, el equipamiento de los laboratorios de restauración de manuscritos así como los equipos especializados en el transporte de documentos.

Una parte importante de los fondos editoriales fueron donados por la UNESCO. La construcción de la biblioteca supuso un desembolso de doscientos treinta millones de dólares. Su inauguración oficial tuvo lugar el 16 de octubre de 2002; un incendio en marzo de 2003 hizo recordar el final de su antecesora de la Antigüedad. Por fortuna no tuvo consecuencias graves.

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* Periodista y viajero
También en Piel de Leopardo Beirut: el peligro de la diversidad.

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