Alfonso Cano, comandante de las FARC: Uribe se mueve por los dólares, nunca por los principios

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Jorge Melgarejo*

Qué lejos quedaron aquellos días en que Guillermo León Saenz Vargas, un estudiante aventajado, causaba una cierta admiración entre sus compañeros por el gran interés que ponía en historia, su asignatura preferida, por entonces, en el colegio Fray Cristóbal de Torres de Bogotá. Sus padres de clase media alta hicieron todo lo posible por proporcionarle los medios para alcanzar un nivel de estudio acorde con la época y él con el tiempo llegó a ser un antropólogo, pasando algunos años en prisión por su militancia y actividades políticas, fundamentalmente en el Partido Comunista de Colombia, hasta que llegó el momento, muy meditado, según él, de tomar la decisión de entrar en la selva e integrarse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Desde entonces pasaron 30 años. Convertido ya en Alfonso Cano, su nombre de guerra, seguramente jamás pensó que el 25 de mayo de 2008 pasaría oficialmente a ser el hombre que ocupara el espacio dejado en las FARC tras la muerte de una de las personas que mas admiraba, Manuel Marulanda. Una cosa no ha cambiado, su eterno aspecto de intelectual de los años 60. Ahora mucha gente en Colombia espera de él, como líder, que dé pasos trascendentales para que se logre la pacificación de un país y de un pueblo que merece vivir en paz.
 
-Históricamente, en qué se parecen las FARC actuales a las de la época de sus comienzos.
Los objetivos de justicia social, soberanía nacional y democracia avanzada en marcha al socialismo que levantamos desde el primer día se mantienen vigorosamente vigentes como producto de las estrategias del régimen político que incrementaron la violencia, ahondaron las diferencias sociales y mantienen arrodillada la dignidad nacional ante los gobiernos de los Estados Unidos.
Hace 44 años nacimos resistiendo a la operación militar denominada Plan LASO (Latin American Security Operation) que concebida, diseñada, instrumentada, financiada y dirigida desde Washington se desató como respuesta oficial a los justos reclamos del campesinado de Marquetalia, en el sur del departamento del Tolima, que exigía freno a la violencia paramilitar, tolerancia política, respeto a la propiedad campesina y mejoras en las condiciones de vida.
 
Corrían los tiempos de la guerra fría y la paranoia gringa en esta parte del mundo catapultaba las concepciones de la seguridad nacional en todos nuestros países al
tiempo que avanzaban victoriosos los movimientos de liberación nacional, la revolución cubana y la resistencia del pueblo de Vietnam. El entorno ha cambiado pero la esencia de la crisis colombiana, no: el régimen ha incrementado su estrategia de terror antipopular y paramilitar; la frontera agrícola del país se amplió pero aumentaron el despojo y la concentración de tierras y creció dramáticamente el
desplazamiento campesino, todo lo cual significa más tierra fértil, en menos manos, y mayores cinturones de miseria en las ciudades; la corrupción administrativa campea en el aparato estatal llegando a límites inconcebibles dado el inmenso poder corrosivo del narcotráfico.
 
Hoy, como ayer, la injerencia de Washington en nuestros asuntos internos llegó a tal punto que el billonario plan Colombia, promocionado como un nuevo plan Marshall de reconstrucción, con énfasis absoluto en lo social, fue tan solo una indignante y ominosa licencia para que tropas y oficiales norteamericanos dirigieran y encabezaran la guerra total contra nuestro pueblo en el propio territorio nacional.
Con todo esto le quiero significar que a pesar de los importantes cambios mundiales que han tenido lugar en los últimos tiempos, en Colombia, el nudo gordiano creado por la violencia, la corrupción, las injusticias y la dependencia, no se ha desatado.  Esa tarea continúa pendiente.
 
Estos factores de profunda crisis del capitalismo, de fracaso estrepitoso del neoliberalismo económico, de las estrategias fascistas de George Bush. Y su séquito de criminales. Del

paulatino desenmascaramiento de las prácticas paramilitares y terroristas del Estado colombiano, del nexo simbiótico del establecimiento con el narcotráfico, de la corrupción y el
paulatino desmejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías. Todo ello acabará por ahondar la crisis del Estado y potenciará sin ninguna duda múltiples expresiones de la lucha popular.
 
Las FARC-EP estaremos ahí, como siempre, en primera línea, buscando la unidad más amplia por la democracia, la justicia social y la soberanía. Renacen las esperanzas en los pueblos de un mundo mejor, más allá del festinado “fin de la historia” y del capitalismo que siempre será salvaje, corrupto, posesivo y violento.
 
Deme un mensaje para el pueblo colombiano.
Nuestro mensaje a los colombianos es una invitación a trabajar por los acuerdos humanitarios, la unidad democrática, los cambios y la convivencia. La crisis de legitimidad que socava inexorablemente al gobierno de Uribe por cuenta del terrorismo de estado que practica, de los altos niveles de corrupción administrativa, de su política económica que favorece groseramente a los ricos y castiga inflexiblemente a los pobres, por su alevosía social contra los más necesitados y por su irreductible conducta de cipayo, crean todas las condiciones de unidad hacia la construcción de caminos civilizados que forjen los cambios y la nueva Colombia.
 
Nuestro mensaje a los colombianos es también una voz de aliento a Simón Trinidad, a Iván Vargas, a Sonia y a los prisioneros de guerra de las dos partes, con el compromiso de no cejar ni un instante en la lucha por acuerdos de libertad y otros más que alejen definitivamente del conflicto a la población no combatiente, al tiempo que seguimos la brega por lograr acuerdos integrales de paz. Nuestro mensaje es una convicción reiterada: que el destino de Colombia no puede ser jamás la guerra civil.
 
*Periodista. Entrevista publicada en Cuadernos para el Diálogo.

 

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