Apocalipsis de septiembre: cuatro cuentos de Daniel Pizarro

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Uno: la panadería

Sucedió que entraste en una panadería de barrio muy recomendada por tus vecinos, y te atendió una mujer joven.
Sucedió que la mujer, dueña de este comercio, te advirtió de entrada que tenía problemas para recibir pagos de tarjetas bancarias, pues la empresa que sostiene aquellos pagos electrónicos estaba en huelga.
Sucedió que comentaste, más que nada por ingenuidad, que qué bueno eso de la huelga, qué bien que por fin una huelga de trabajadores produzca algún efecto, porque al final es el único medio de presión con que cuentan los trabajadores para empujar sus demandas. Fotos: El pan en Chile: La intimidad de las panaderías chilenas | El Viajero | EL PAÍS
Entonces la mujer te miró feo.
Te dijo que es inaceptable que una huelga perjudique a los emprendedores como ella. Y con un amplio gesto del brazo te enseñó su panadería y a uno o dos panaderos que cabían en ese movimiento semicircular.
Entonces tú dijiste algo como que deberíamos apoyarnos entre todos y solidarizar con las huelgas de los trabajadores, de lo contrario estamos perdidos.
Pero la mujer arremetió con el mismo argumento, que giraba sobre su cuerpo y la protegía de los virus: ella era una emprendedora y se sacaba la mugre trabajando. Sonaba como si tú, que no eres un emprendedor, estuvieras moralmente muy por debajo de su actividad y, por lo tanto, podrías ir cerrando la boca desde ya.
Pero fue el momento en que dijiste: A no ser que te gusten las ideas de derecha.
Y ella te contestó: En las primarias voté por el candidato de izquierda.
Y agregó: Pero cada uno puede opinar como quiera.
Eso está fuera de discusión, le dijiste. El asunto es lo que pensamos, si es que pensamos.
Y entonces el pago electrónico fue aceptado por la máquina, lo que no significa que la huelga haya fracasado o tenido éxito.
Algo mucho más grande parece haber fracasado, pensaste, saliendo con una bolsa de pan en la mano.

Dos: la Puntilla de Sanfuentes

La Puntilla de Sanfuentes es una saliente de tierra en el pueblo de Quintero donde vienen a reventar las olas del Pacífico.
Parecen viajar desde muy lejos, desesperadas por morir en las rocas.
Dice la leyenda que hace más de cien años un hombre enamorado quiso construir aquí un castillo de piedra para vivir con su mujer. Levantó algunos torreones y muros, pero murió antes de ver la obra terminada.
De su proyecto sobreviven esos torreones y muros de piedra ocre y una amplia explanada con vista al mar y a la bahía hacia donde siguen rodando las olas que pasaron de largo por la Puntilla.
En este lugar, todo lo que ha hecho la naturaleza es hermoso.
En este lugar, todo lo que ha hecho el hombre es feo.
Parece ser un axioma.
Casas muy feas invadieron los alrededores en una batalla por ganarse la mejor vista.
Los automóviles estacionan al borde de la explanada mientras el sol se hunde en vapores lejanos.
Algunos visitantes bajan de los autos y arrojan botellas vacías contra las rocas, haciéndolas estallar en sentido contrario de las olas. Al pie del muro la arena gruesa se mezcla con los añicos de vidrio.
Música de moda retumba desde la terraza de un restorán que mira al mar.
Anuncian jornada de participación ciudadana por urbanización de la Puntilla Sanfuentes en Quintero | El ObservadorCuando el sol desaparece los vehículos aceleran por la huella barrosa y se alejan de la Puntilla de Sanfuentes, que va quedándose sola.
Un perro olisquea por aquí y por allá entre la basura y los desperdicios que forman un sedimento geológico bajo los pies, y luego hace caca.
Su mierda es lo más bonito de la Puntilla, comentas, por el gusto de bromear.

 

Tres: la bandera

Hace ya unos cuantos años (veinte, por lo menos) yo vivía en el quinto piso de un edificio, mientras en el cuarto lo hacía la señora María Cortezzi o Contesse, no recuerdo bien su apellido.
Aunque la comunidad del edificio había contratado un administrador, esa señora le disputaba el trabajo centímetro a centímetro, factura por factura, bajo la convicción de que uno no debe confiar en nadie que maneje dineros ajenos.
La señora María lo auditaba a diario.
Era la viuda de un coronel o comandante de Carabineros cuyo retrato en blanco y negro descansaba enmarcado sobre una mesita de la sala donde nos reuníamos para hablar del edificio.
Todavía no entiendo por qué me había involucrado más de lo necesario en esas reuniones y sus asuntos; incluso, a falta de voluntarios, acepté reemplazar a la señora María para visar los pagos en caso de que estuviera ausente. Recibí una carpeta con gastos documentados y uno por uno los fui aprobando; no me demoré más de un minuto.
Cuando regresó de su corto viaje revisó en detalle la carpeta y rechazó todo lo que yo había firmado.
Me miraba aguzando los ojos con esa benevolencia con que se trata a los faltos de seso.
Ahora que la observo en el recuerdo, cazurra y desconfiada al extremo, me doy cuenta de que a mí también me llamaba la atención su falta de seso. Supongo que era algo recíproco.
Sus párpados caídos le daban un aire soñoliento como de una cabeza vacía donde flotaba el retrato de su marido en uniforme. Tenía la astucia de un descerebrado.
Parte de lo mismo, qué duda cabe, debe ser el hecho de que vivíamos en una comuna de personas semejantes en espíritu a doña María Contesse o Cortezzi, que reelegían un período tras otro a un alcalde que había sido un torturador de la DINA, como ya estaba documentado y se confirmaría más adelante, sin que esto les causara el menor disgusto, al contrario, el hombre les parecía un excelente alcalde, la señora María no se guardaba elogios para el torturador.

*

Si de torturas se trata, me vienen al recuerdo unas Fiestas Patrias de esos años. La señora María encargó al portero izar la bandera chilena a la entrada del edificio, como no sólo es una costumbre sino una obligación en estas fechas, de lo contrario te expones a una multa.
Entonces el portero del edificio, un hombre joven y sin experiencia como portero (pues estaba visto que quienes aceptaban el empleo venían de trabajar en cualquier otro rubro y luego migrarían a cualquier otra actividad), Bandera chilena en Fiestas Patrias: Qué día es obligatorio izarla | T13tampoco tenía experiencia en izar una bandera en el mástil. Primero había que amarrarla o engancharla a una piola para luego poder izarla.
Izar la bandera o arriarla, esa era toda la cuestión.
Sin embargo, pasaban las horas y el portero no lo conseguía.
Cada tanto la señora María bajaba a la portería para ver si la bandera ya colgaba del mástil. Y como esto aún no ocurría, comenzó a presionar al portero hasta amenazarlo con el despido si no era capaz de izar la bandera. Y con endosarle la multa que le pasarían al edificio.
Pues es asunto es izarla o arriarla, ya se dijo.
Recuerdo que ese día también pasé varias veces por la entrada del edificio y veía al portero cada vez más desesperado. Tampoco yo sabía izar la bandera. Sus ojos estaban congestionados.
En una de esas vueltas me crucé con la señora María, que me hizo un gesto de fastidio resignado por la falta de seso del portero.
Si no puede, no puede, le dije yo.
¡Tiene que poder!, me dijo ella.
En eso pasaron las horas de este día.
Hacia el anochecer me asomé por una ventana y por fin vi la bandera flameando en la brisa.
No bajé a felicitar al portero.
Pues aquello no era un logro, por supuesto.
Bajé para saber cómo estaba.
Y vi el alivio en su cara.
Como si se hubiera salvado de la muerte.

*Nacido en 1971 y de profesión periodista, ha publicado: La carta propia (cuentos, 1993), Plaza del sol nocturno (novela, 2004). Algunos de sus cuentos y relatos han aparecido en distintas antologías, entre ellos, «Los hechos puros», finalista en el concurso de cuentos de la revista Paula (Alfaguara, 2007). Guionista de los largometrajes Paraíso B (2002) y Bahía Azul (2012). Ha escrito además algunas historias para TV.

surysur ha publicado varias de sus obras, que pueden verse haciendo click en https://www.surysur.net/autor/daniel-pizarro/

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