Argentina – Brasil: roces de la nueva asimetría

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El mundo unipolar de los últimos años ha revalorizado el lugar de los países grandes en territorio y población con capacidad de desarrollar un rol en sus áreas de influencia. A su vez, la vieja teoría de los “países pívot” dice que Estados Unidos puede sobrellevar mejor la carga que supone el “liderazgo mundial”, si mantiene alianzas fluidas con los países clave de las diferentes regiones. En el Atlántico Sur, con Brasil y Sudáfrica.

La política económica de Brasil no es indiferente a este nuevo status internacional del país: los intereses alrededor de su estabilidad financiera contienen aspectos estratégicos, tanto en la mirada desde el exterior como en la doméstica. Es decir, que el más restringido margen de maniobra que le impone el mundo, como la propia aversión al riesgo que cultiva Brasilia, son convergentes: turbulencias en la deuda brasileña acabarían con el incipiente liderazgo sudamericano de Brasil –arrojando a la región entera hacia un horizonte de incertidumbre y crónica ingobernabilidad-, sepultando también sus aspiraciones de país de peso global. Por eso, dentro y fuera, Brasil importa.

De la misma forma, Brasil también toma distancia del FMI y se ha lanzado a vivir sin acuerdo de financiamiento con el organismo. Pero ello no es simétrico con el caso argentino: Brasil aspira a vivir sin el Fondo pero no por los motivos que esgrime la Argentina –la responsabilización del FMI y del neoliberalismo por la crisis–, sino porque los países grandes e importantes del mundo no tienen estos acuerdos. Y Brasil ya dice formar parte de este grupo.

Los organismos multilaterales de crédito son para que los países desarrollados, que suelen adoptar las políticas monetarias y fiscales ortodoxas, financien los problemas de los tercermundistas.

Por ello, se despide del FMI pero nombra a Murilo Portugal –un ex técnico del organismo– como viceministro de Economía: abandona el paraguas financiero del Fondo, pero no las políticas ortodoxas que éste le proponía. Argentina, mientras tanto, siente que el “Consenso de Buenos Aires” que Lula y Kirchner firmaron en 2003, queda vaciado de contenidos.

Tras la reunión que ambos presidentes mantuvieron el 10 de mayo, Kirchner definió –tal vez sin proponérselo– el núcleo de la diferencias que lo separan del Brasil: “Argentina tiene que estar dedicada a reconstruir el país, sería irresponsable de mi parte dedicarme a ponerme a discutir liderazgos con nadie”, declaró en Brasilia. Mientras tanto, en el Brasil de Lula se está ejecutando el plan de expansión internacional que Itamaraty ya había diseñado en los años sesentas.

Sin embargo, aunque Kirchner reconoce la brecha creciente que se produce en el rol mundial de ambos países, no parece dispuesto a obrar en consecuencia. La distancia que toma Kirchner de la Comunidad Sudamericana, o el rechazo a las aspiraciones de Brasil de integrar el Consejo de Seguridad de la ONU, forman parte de ello.

¿Cómo puede enfrentar la Argentina las situaciones que ofrece la nueva asimetría? En principio, las reacciones intempestivas de las personalidades presidenciales son poco útiles, más allá del consumo de corto plazo. Pero Argentina debe asumir que, como el segundo país del Sur en importancia, está llamado a batallar por la construcción de instituciones regionales –un MERCOSUR fuerte, más consejos consultivos regionales, un renacimiento de la OEA. Brasil puede sobrevivir sin ellas, y Argentina, que ya no puede aspirar al liderazgo del poder, sí puede encabezar esta iniciativa en el concierto sudamericano, para contrapesar los presuntos excesos del lugar inexorable que ocupa Brasil en el siglo XXI.

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* Periodista argentino.

Artículo aparecido en la revista Progreso semanal (www.progresosemanal.com).

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