Desde hace años, cuando intento escribir algo más que una nota periodística, trato de acompañarme con “mi música”. Y estaba en eso de la prisión de Cristina Kirchner, cuando escuché la voz imborrable de “la Negra” Mercedes Sosa, diciéndome que “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”.
Cambia, todo cambia, había compuesto Julio Numhauser, el chileno fundador del grupo Quilapayún, pero el vozarrón de la Negra lo hacía imborrable. Es que nos han metido en la cabeza que «algo tiene que cambiar para que todo siga igual», una paradoja que expresa la idea de que a veces, para mantener el statu quo, es necesario realizar cambios superficiales o cosméticos.
La frase la tomé prestada: es de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela «El Gatopardo», donde el personaje Tancredi la usa para justificar la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos políticos y sociales, aunque en el fondo, su objetivo sea preservar los privilegios de la aristocracia.
Una forma de describir cambios superficiales que no alteran las estructuras de poder: a veces se necesitan cambios externos para mantener la estabilidad interna o para que las cosas sigan como están. Esto no quiere decir que los protagonistas de la nueva realidad argentina hayan leído El Gatopardo. Quizá sí, hayan escuchado a Mercedes Sosa.
En esta Argentina, la Corte Suprema rechazó una apelación presentada por Fernández de Kirchner en una sentencia de 27 páginas, reafirmando una sentencia de seis años emitida por una corte inferior que determinó que había defraudado al Estado en sus dos mandatos presidenciales, de 2007 a 2015. Todo para impedir que vuelva a la política, como planeaba.
La yegua, chorra, puta, montonera -como suele llamarla “cariñosamente” la derecha- fue denunciada al menos 654 veces y condenada en un proceso plagado de irregularidades.
La exmandataria atribuye su condena a una maniobra de la derecha: “¿Saben por qué no me dejan competir? Porque pierden (…) Esta Argentina que hoy estamos viviendo no deja de sorprendernos”, dijo, tras calificar de “monigotes” a los tres miembros de la Corte Suprema y los caracterizó como “triunvirato de impresentables” que respondían a poderosos intereses económicos. Ahora estaban imponiendo un “cepo al voto popular”, añadió.
La prisión domiciliaria contra la expresidenta, condenada por corrupción a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, movilizó a un partido que está aún sumido en el desconcierto tras la derrota en las presidenciales de 2023.
El presidente ultraderechista Javier Milei quiere a la líder del peronista tras las rejas y calificó como «un disparate» la idea o la remota posibilidad de un indulto por parte del Ejecutivo. «El indulto me parece aberrante, porque significaría que lo hago porque no estoy de acuerdo con la Justicia, en el caso en que yo estuviera en desacuerdo con la decisión».
Destilando su odio, añadió sobre la expresidenta: «Tengo dudas de sus conocimientos sobre derecho, y en términos económicos, es profundamente ignorante». Y remató señalando que la marcha a favor de Cristina “fue un partido homenaje. La gente fue a despedir a la señora Kirchner porque está inhabilitada a ejercer cargos públicos de manera perpetua. Fue como cuando se retira un jugador de fútbol».
La realidad
Con una Plaza de Mayo desbordada, el peronismo demostró que no está muerto y la militancia volvió a ocupar el centro político del país con una consigna clara: frenar la proscripción y defender a Cristina Kirchner, dos veces presidenta por el voto popular y proscrita por orden del círculo rojo del poder, por una Corte Suprema integrada apenas por tres jueces, a quienes nadie votó ni en los que nadie cree. Todo en nombre de la democracia… y sus asesinos del lawfare y la represión popular.
Banderas, bombos… una marea de cuerpos construyeron una imagen contundente de fuerza: trabajadores, juventudes, jubilados, desempleados, organizaciones sociales, gobernadores, intendentes, referentes de Derechos Humanos, es decir ciudadanos, que marcharon como respuesta masiva ante la condena de la Corte Suprema contra Cristina y la democracia.
No se trata de defender a Cristina y su supuesta herencia política. Aun presa, vilipendiada, su imagen sigue siendo figura central del peronismo, manteniendo su capacidad para movilizar a sectores de la población que se identifican con sus políticas y discursos.
Y alimentando el odio de una clase que no se conformaba con su muerte política e intentó asesinarla. Esta «herencia popular» quedó manifiesta en el apoyo a su figura del 18 de junio, así como en la influencia que aún ejerce en la política argentina.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que hace apenas un año y medio fue la candidata presidencial del neoliberal Mauricio Macri, dijo que «en el kirchnerismo creen que por estar 10 días en la calle van a volver al poder, y no es así. No vamos a permitir una invasión permanente del espacio público, estas manifestaciones son la tiranía de la calle», advirtió quien alguna vez fuera guerillera.
Bullrich es la mano dura del gobierno libertario contra los cortes de calle o protestas de obreros y jubilados desde la llegada de la ultraderecha al poder, en diciembre de 2023. Cristina tildó de «fracasada» a Bullrich, por haber instalado un operativo de seguridad en las inmediaciones de su apartamento. “Esa mujer quiere mucho protagonismo porque, al igual que (Mauricio) Macri, es una gran y absoluta fracasada», afirmó.
Más allá de sus dos gobiernos recordables, queda en el imaginario colectivo el apoyo de Cristina a la candidatura presidencial de Alberto Fernández (fue vicepresidenta de un pésimo gobierno) y de figuras del llamado panperonismo como -entre otros- Daniel Scioli (hoy ministro de Milei), o el excandidato presidencial Sergio Massa, realmente neoliberales.
La amenaza gatopardiana es lo que preocupa: algo tiene que cambiar, o ¿quedará todo igual? ¿Qué cambia Cristina para que nada cambie? El eventual regreso de Cristina no garantiza nada, menos aún si a sus 72 años insiste en que se puede volver al pasado. La expresidenta reapareció con tono autocrítico y propone dejar atrás los clichés para repensar el modelo económico y proponérselo a la sociedad “sin prejuicios ni falsos clichés históricos o culturales». ¿Otra vez sopa?, se preguntaría Mafalda.
Los afiches pegados en las calles fueron la primera señal visible de la existencia de una nueva agrupación peronista, Primero la Patria, donde convergen legisladores nacionales dirigentes del interior del país. Mientras, el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicilof, se perfila como el candidato más fuerte, siempre y cuando Cristina no quiera imponer a su hijo Máximo Kirchner.
Milei se quedó sin voz ni agenda política, mediática y en redes. La centralidad del CC (caso Cristina) lo borró del mapa y el gobierno intenta volver a una normalidad que no existe más con esta presa política. Preocupado, advirtió que el macrismo neoliberal -su rival en la derecha- intenta colgarse la medalla de haberla metido presa; y deja entrever que Milei estaría dispuesto a indultar a la expresidenta.
Con el espectáculo montado, el gobierno habla de corrupción para tapar la criptoestafa de Milei, el hambre, la desocupación, la falta de perspectiva de futuro para la juventud.
…
Mientras termino la nota, la negra Sosa sigue cantando: “ Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo, ni el dolor de mi pueblo y de mi gente. Lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo, en esta tierra lejana”.
* Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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