¿Debate? La trampa del negacionismo climático

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El pasado fin de semana, una conocida celebridad de internet publicó un mensaje indicando que estaba preparando un «debate» sobre cambio climático para su podcast. Por ese motivo, buscaba a alguien con perfil científico que quisiera defender la extrema gravedad del momento actual y que, de ser posible, supiera expresarse bien.

Desconozco la temática sobre la que pretende debatir esta persona. Quizás sean aspectos que de verdad son objeto de discusión en la actualidad, como si aún podemos mantenernos por debajo del 1,5ºC que nos marcamos para final de siglo en el Acuerdo de París, o cuestiones algo más profundas sobre la transición ecológica justa. Por ese motivo, respondí a su mensaje con un simple «¿debate?». Pero ante el riesgo de que se pretenda discutir lo más básico del cambio climático, bien en esta o en futuras ocasiones, me veo casi en la obligación de volver a alertar del peligro que puede suponer.

Me presento: soy Isabel Moreno. Tengo un grado en Física, un máster en Meteorología y Geofísica y llevo más de 8 años dedicándome a la comunicación de la meteorología y, sobre todo, del cambio climático. Cumplo todos los requisitos que pedía esa celebridad y, precisamente por mi formación y experiencia, sé que los debates sobre la existencia, causas o gravedad del cambio climático son una trampa que solo beneficia al sector negacionista del cambio climático y alimenta la espiral de odio que recibimos quienes divulgamos esta problemática.

Un falso y peligroso «debate»

En el ámbito científico no hay debate sobre la existencia y causas del cambio climático desde hace mucho tiempo. Es una realidad, como que la Tierra no es plana. El consenso científico en este campo es abrumador, superando el 97% -y escribo 97 para no pillarme los dedos, porque hay artículos que apuntan a que es más del 99%-. Pocos campos de la ciencia gozan de unos porcentajes similares.

Sin embargo, la sociedad no tiene por qué saberlo -para eso estamos los profesionales de este sector, para contarlo y recordarlo- y tendrá una percepción muy diferente de la realidad ante un debate público sobre el tema: se verá una discusión, seguramente acalorada, en la que se lanzan datos de un lado a otro, algún reproche… y no veremos en ningún caso a ninguno de los dos cambiar de opinión.

¿Quién tiene la razón entonces? Si no sabemos que los argumentos de uno están respaldados por una mayoría aplastante de la comunidad científica en ese campo tras décadas de estudios y evidencias, podemos creer que ambas posiciones están al mismo nivel, ¡cuando ni mucho menos lo están!

En cualquier caso, ¿podría ser que esa minoría estuviera en lo correcto? Quienes así lo defienden están sumergidos en una de las narrativas que más nos fascinan, en la que el pequeño termina ganando al grande tras una batalla épica. Una especie de David y Goliat climático. Sin embargo, la inmensa mayoría de los avances científicos no se han conseguido con hazañas de ese tipo o como el supuesto «eppur si muove» de Galileo frente al tribunal de la Inquisición, sino con grandes consensos.

Y esta historia no es distinta.

Proteger a la sociedad

Por tanto, un debate público da ventaja al sector negacionista. Lo sobrerrepresenta, lo convierte en una posición válida y le otorga un altavoz y un protagonismo que no debería tener. No deben tener protagonismo quienes van contra una evidencia tan aplastante. No deben tener protagonismo quienes difunden bulos y desinforman en una situación de crisis climática en la que no nos podemos permitir el lujo de debatir lo incuestionable. No deben tener protagonismo quienes alimentan una espiral de odio que impacta contra la ciencia y quienes la divulgamos, recibiendo hasta insultos y amenazas por hablar de cambio climático (con una dosis extra de machismo en el caso de las mujeres, como denunció la periodista Valentina Raffio).

Estos son algunos de los motivos por los que no se debe debatir públicamente con este sector. Ni siquiera en las redes sociales, donde se aprovechan de nuestro tiempo y ganan visibilidad a nuestra costa. No se trata de censurar opiniones minoritarias o callar al espíritu crítico (como si negar la mayor en este caso fuera tenerlo), se trata de proteger a la sociedad de la desinformación.

A lo largo de los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo para explicar este tema a periodistas y medios de comunicación, aunque hay quien todavía sigue haciendo este tipo de «espectáculos». Ahora el trabajo debe continuar explorando nuevos caminos porque nos encontramos con una nueva realidad: personas que mueven masas y no saben lo que hay detrás de lo que puede ser una propuesta inocente.

¿Qué debería hacer entonces alguien que quiera responder a las cuestiones más básicas del cambio climático en su programa, podcast o similar? Sencillamente llevar a un especialista del tema para que las explique, pero no ponerlo a debatir con quien niega la ciencia, porque lo que menos va a conseguir es resolver alguna duda. Más bien al contrario. ¿Logrará audiencia, interacciones y algún seguidor? Seguramente, pero a costa de aumentar la desinformación en la sociedad, alimentar la espiral de odio en redes, retrasar acciones para mitigar y adaptarnos a la crisis climática y gastar el tiempo, las energías y en algunos casos la salud mental de quienes nos dedicamos a divulgar para conseguir el mejor futuro posible.

5 de abril de 2024

 

* Física, meteoróloga, comunicadora

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