Benedicto XVI y la histeria contrarrevolucionaria
Desde la visita del papa Juan Pablo II a Cuba (1998) las relaciones entre la Iglesia católica y el gobierno han experimentado una mejoría sustancial y constante. Por sobre desencuentros anteriores, principalmente cuando en los años 60 una generación de pastores se alió mayoritariamente con la contrarrevolución, ambos han construido relaciones de respeto y confianza durante más de una década.
Ellas propiciaron un diálogo fluido, representado paradigmáticamente por el intercambio entre el presidente Raúl Castro y el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana. La buena voluntad mostrado por Ortega en julio de 2010, al coadyuvar con el gobierno cubano –junto con el entonces canciller español Miguel Ángel Moratinos– en la liberación de 52 presos contrarrevolucionarios, parecen haberlo cimentado notablemente.
En este contexto se inserta la próxima visita a Cuba de Benedicto XVI, sucesor de Juan Pablo II, quien partirá en la mañana del lunes 26 a Santiago de Cuba, en cuanto se despida de México. El viaje es el primero de este Papa a naciones hispanoparlantes de América Latina. Anteriormente estuvo en Brasil en 2007 con motivo de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Contrastes de los dos países visitados, México es el que tiene mayor población católica en América Latina, mientras Cuba es el que tiene menos, puesto que una gran mayoría de los isleños profesan los ritos afrocubanos. Mientras en México se han librado dos guerras civiles de inspiración religiosa, la primera de ellas conducente a la intervención francesa de 1862, hechos que permanecen en la memoria colectiva, en Cuba no ha ocurrido nada parecido. En México hay una arremetida en curso contra el Estado laico alentada abiertamente por la jerarquía católica. En Cuba la Iglesia no se plantea una meta semejante, aunque reclame y haya obtenido paulatinamente espacios de presencia pública que se corresponden con la legitimación por las autoridades de la pluralidad y diversidad contenidas hoy en la sociedad cubana.
De lo que no cabe duda es que tanto el gobierno cubano como la Iglesia católica local y el Vaticano desean que la visita papal redunde en la continuidad del diálogo y la profundización de las cordiales relaciones que se han forjado. Todo ello está sustentado ya por el acompañamiento crítico, responsable y constructivo de la Iglesia católica a los importantes cambios económicos, sociales y políticos que se producen para fortalecer y perfeccionar el socialismo cubano. Igualmente la estrecha coordinación, ya sea en empeños menores como en algo tan trascendental como la visita del pontífice con los preparativos de las dos misas masivas que oficiará en las plazas de la Revolución de Santiago de Cuba y La Habana, así como su visita al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, de la cual se celebra el 400 aniversario de la aparición de su imagen. Las modificaciones en la relación con la Iglesia católica han ido desde la supresión de las procesiones en los años 60 a una gira multitudinaria de la imagen de la Virgen del Cobre por toda Cuba en 2011.
Todo esto es motivo de gran contrariedad para una contrarrevolución que solamente desea la intervención militar yanqui en Cuba puesto que significa exitosa, pacífica y fecunda relación del poder con una importante fuerza de filosofía distinta, alegría popular no sólo de los fieles católicos sino también de los de ritos sincréticos que se identifican con la señora del Cobre, distensión y diálogo democrático. De allí la creciente histeria en las últimas semanas de la mafia de Miami y de la quinta columna de Washington en Cuba. ¿Cuánto estarán cobrando las mercenarias por cada marcha?
La contrarrevolución de Miami ha llegado al extremo de condicionar la visita del obispo de Roma a que se sume a sus consignas antipatrióticas, o que de lo contrario la cancele. A pesar del apoyo que tienen de los desvergonzados pulpos mediáticos como CNN o The Washington Post, que ha llegado a acusar al cardenal Ortega de «socio» de Raúl Castro, todos los intentos por montar una provocación le han fracasado. La sola presencia del jefe de la Iglesia católica en Cuba, sin contar sus entrevistas con el presidente Raúl Castro, es una condena al bloqueo y no pueden soportarlo. No en balde el arzobispado de La Habana denunció «…una estrategia preparada y coordinada por grupos en varias regiones del país. No es un hecho fortuito, sino bien pensado…»