Bolivia: único país de América del Sur sin McDonald’s

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El académico francés Charles-Édouard de Suremain, del Institut de Recherche pour le Développement, llegó a La Paz el 6 de agosto de 1998, día de la independencia de Bolivia. Le pareció natural encontrarse con la ciudad cerrada al tránsito, copada por grupos de baile locales y multitudes celebrando la fecha patria. Diez años más tarde, lo rememoró en un trabajo publicado en la revista Anthropology of Food. |GRACIELA MOCHKOFSKY.*

Dice: «Ante la imposibilidad de continuar su ruta, el taxi me dejó al inicio de la avenida 6 de agosto, llamada El Prado, el eje central de la ciudad. Me hice camino entre los curiosos y turistas, quedé maravillado por el vigor de las bailarinas y los bailarines, a veces con vestidos pesados, quienes no parecían ser afectados ni por el calor abrasador ni por la altitud.

«Los grupos desfilaban y se sucedían, pasando bajo largas banderolas de vivos colores a las cuales yo todavía no prestaba atención. Hacia la mitad de la avenida, sobre el pasaje de la izquierda que descendía, centenas de globos de color naranja, rojo y amarillo se elevaban hacia el cielo. Al mismo tiempo, gigantescos recintos elevados en andamios mal estructurados tocaban una música grabada, que se escucharía más en un parque de diversión de Disneylandia.

«Su ritmo estereotipado contrastaba con las tonalidades variadas de los cobrizos, de las flautas y de los tambores que acompañaban el desfile. En algunos segundos, la atención de la muchedumbre se vertió en un personaje singular: se trataba de un gigantesco maniquí inflable que erigía bruscamente en vertical.”

«El maniquí no era un personaje idiosincrático, histórico o legendario de la nación andina. Era el más inesperado de los personajes. Uno de los más reconocibles íconos de la globalización.

«Era Ronald McDonald.

«En este instante me di cuenta que era la misma marca [McDonalds] que aparecía en el logo de las banderolas que atravesaban las calles, así como en los carteles y folletos distribuidos por todo sitio. Al leer los apoyos publicitarios, me di cuenta que la empresa subvencionaba en parte la organización de la fiesta nacional y que, en esta ocasión, se establecía en Bolivia (…) Luego, continuó una distribución gratuita de porciones de comida (…) de la susodicha marca.

«Con gran volumen del altoparlante, invitaba a la muchedumbre a aprovechar el banquete gratuito. Desbordado, el servicio (…) renunció ante el entusiasmo provocado por el anuncio. El edificio colonial, donde se ubicaba el restaurante, pintado de naranja y blanco para la ocasión fue tomado por asalto. En un arrebato de lirismo, probablemente debido al cansancio del viaje y a la caminata forzada, me dispuse a pensar que se trataba de un movimiento social contrario a aquél que en 1825 (durante la independencia), impulsaba a los hambrientos a desalojar a las élites extranjeras de los lugares simbólicos del poder”.

Roberto Udler es un empresario de pelo blanco, en edad de ser abuelo. Durante sus viajes, a lo largo de los años, notó que toda ciudad del mundo tenía su McDonalds. ¿Y por qué no hay en Bolivia? se preguntó. Había McDonalds en toda América Latina: en Brasil, 480; en Argentina, 192; en Venezuela, 180; en Colombia, 97; en Chile, 55; en Perú, 20; en Ecuador, 19; en Uruguay, 19; en Paraguay, 7.

Tres años le llevó convencer a la compañía de instalarse en su país. Un año entero se fue —“yo pensé que estaban bromeando, pero no”— en formar al equipo en la Universidad de la Hamburguesa, en Chicago. En 1998 abrieron ocho restaurantes: tres en La Paz, tres en Santa Cruz y dos en Cochabamba. Durante los primeros seis meses, fueron un éxito: las colas eran permanentes.

Entre noviembre de 2002 y julio de 2003, uno tras otro, cerraron todos.

Por qué quebró McDonalds en Bolivia (se puede ver aquí) es el título del documental recién estrenado del director Fernando Martínez. Los entrevistados sugieren distintas respuestas: que los precios, bajos en comparación con los del resto del mundo, eran altos para una sociedad acostumbrada a comer abundante y casero por muy poco dinero; que McDonalds decidió irse en el escenario post-11 de septiembre de 2001 (así lo afirmó Udler, sin mayor detalle en el documental).

El director del documental tiene otra teoría, discutible pero bella: que Bolivia no es un país para comida rápida.

El documental es, en verdad, una celebración de la comida nacional (o las muchas comidas regionales del país), extraordinarias en su variedad, originalidad y riqueza. Sergio, un enólogo entrevistado, opina que McDonalds es “una solución para gente que está apurada, y Bolivia no es así”.

Otro testimonio: “Aquí todavía no compartimos la torpeza que se ve en el cine norteamericano de comprar consomé en vaso de plástico y seguir trabajando frente a la computadora mientras te alimentas”. Y otro, de una extranjera asimilada: “Aquí todavía es la vida de antes”.

El documental pinta una sociedad agrícola en la que “las papas son amigas de las personas”, “las papas son hombres y mujeres” y “tienen su personalidad”. Y pinta un país alimentado por mujeres, en el que la cocina es trasmitida, como un idioma, por madres a hijas y abuelas a nietas. Un matriarcado esforzado y sufrido: mujeres que se levantan en medio de la noche a hervir, moler, mezclar, moldear, asar, todo para que la arepita, el zonzo, estén en su punto perfecto a la hora del desayuno. 

Dice una mujer: “Mi esposo me decía: hay que trabajar hasta morir. Y ha trabajado hasta el último día”. Pero también orgullosas de lo que cocinan, pendientes de que los comensales se queden contentos.

El empresario Udler se declara “aficionado a la comida boliviana”. Cada vez que un ejecutivo de la multinacional lo visitaba, lo llevaba a recorrer todos los departamentos del país para probar una por una todas las comidas locales. “Quedaban maravillados”.

Udler intentó incorporar la McEmpanada al menú boliviano. Viajaron los inspectores de la compañía a estudiar la propuesta. Al descubrir que la preparación debía “fermentar unas dos horas” la rechazaron. “Esto no va con la compañía —sentenciaron—. Un producto que fermenta es peligroso”.

Nuestro académico francés nos da otras pistas sobre los motivos del cierre:

Cada fin de semana el McDo era investido por familias numerosas, procedentes de «clases medias superiores” que pasaban allí largas horas. Los precios eran idénticos en ambos sitios: se necesita tener 0,50 céntimos de euro para una hamburguesa simple y 2,50 euros para un menú. Si estos precios parecían razonables con respecto a los que se practican en Europa y Estados Unidos, seguían, sin embargo, siendo muy elevados en el contexto.

Precisemos que para el periodo en cuestión, el salario mensual de un empleado de la administración era de alrededor 80 euros, que un policía percibía un promedio de 50 euros y que una empleada doméstica ganaba como máximo 15 euros.

(…) Hasta el 2001, las empleadas Mc Do del centro de la ciudad —con sus largos cabellos trenzados— eran consideradas como la población “india”, mientras que las meseras de la zona sur —rubias de ojos azules— ofrecían una apariencia “germánica” prototípica, sea “natural” o artificialmente mantenida.

Esta política de reclutamiento toma aquí un sentido particularmente fuerte. Muestra que una gran empresa capitalista, destinada a funcionar sobre los criterios de rentabilidad objetiva y a transmitir los valores de la modernidad la más arquetipada, se apodera, juega y utiliza hábilmente las divisiones socio-étnicas preexistentes para orientarlas hacia fines económicos.

(…) Después del entusiasmo de los estratos urbanos medios y superiores del país por la hamburguesa, el boicot del McDo se inició durante el año 2001. El movimiento se propagó rápidamente y arrastró a los componentes más modestos de la sociedad, incluso a los más marginados, por los cuales el consumo del producto era inconcebible.

Se entablaron algunos procedimientos judiciales contra la cadena, bajo el impulso de los productores de carne y verduras locales (…) Los procesos judiciales entablados por los productores de carne y de verduras contra las prácticas monopolísticas de la cadena conocieron un éxito más que moderado

(…) Progresivamente, fue el rechazo del conjunto de la política norteamericana en Bolivia, como en otras partes del mundo, lo que se cristalizó en el boicot del McDo. En la medida que el consumo estigmatice a aquellos que han “vendido su alma” a los gringos, la hamburguesa se encuentra relegada al rango de “alimento identitario” o “alimento étnico”, puesto que encarna la globalización y la estandarización alimentaria de la manera más (caricaturesca).

De Suremain se fue de Bolivia el mismo día en que cerró McDonalds: 31 de julio de 2003. Apunta: «Esta vez no hubo fiesta».

La salida de McDonalds de Bolivia coincidió con un período de conflicto político y social, conocido como la Guerra del Gas (estalló ante la decisión de exportar gas natural a Estados Unidos y México vía Chile) en el que Evo Morales, que llegaría a la presidencia en 2006, tuvo un protagonismo importante. 

Final
Definición de Bolivia según la BBC: «País de extremos estadísticos, sin salida al mar. Es el país más alto y aislado de América del Sur». Es, también, el único país sin McDonalds.

* Periodista.
Texto pulicado en blogs del diario El País, donde existre un enlace a recetarios de comida boliviana.
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