Brujos, videntes….

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El ser humano necesita creer, y dentro de la más variada  gradación de la credulidad y las más diversas variaciones de creencias, no tiene más remedio que creer en algo,  en alguien, en una figura de lo que es el mundo, de lo que es él mismo y de lo que constituye su vivir.

Teniendo que creer y buscando en qué creer, el hombre se ha aferrado siempre a la existencia de un ser supremo que lo domina, rige, protege y guía y la religión no es otra cosa que un repertorio de actos específicos que el ser humano dirige a esa realidad superior; fe, amor, plegaria y culto. Los primitivos vieron en el azar el primer Dios, un Dios irracional frente al cual sólo cabía emplear otro poder igualmente irracional y la magia surgió -así- como la única forma posible de trato con el azar. Quizá por ello conservamos en las supersticiones residuos de aquella concepción mágica de la vida con la cual, últimamente, afrontaba al porvenir.

El mundo se nos presenta, hoy confuso, incierto. El hombre que desesperado de sí, iba a Dios y se refugiaba en una fe que era absoluta convicción, creencia firme, indiscutida e indiscutible, se encuentra -ahora- Conoce los nombres de las videntes famosas y las tarotistas buenas!desasistido de su religión y, porque desespera de su Iglesia y por su Iglesia, la fe viva se le va desnutriendo, palideciendo, paralizándose: no brotan ya de ella orientaciones para vivir ni para apoyar en ellas la existencia. Frente al albur que es todo mañana, ante un destino que se siente azaroso y un futuro que se presiente problemático, habiendo perdido la antigua fe y no hallando para reemplazarla un normal sustituto, el hombre se queda sin certidumbre alguna, perdido y solo en un mundo sin fundamentos, sin asiento, sin cimientos, donde la duda creciente ha corroído la solidez y volatilizado la seguridad.

Sobreviene entonces, una general degeneración de la mente humana en que los espacios de la convicción se hinchan y plena de superstición, que es la forma de vida mental característica del “mente capto”, el paso del creer normal y con saludable credulidad a una mente cautiva, raptada prisionera, posesa. El comportamiento mental se vuelve fantasioso, fantasmagórico, alucinante e inestable y en la frontera de esos dos mundos -realidad e irrealidad- no es el sentido de lo real sino irreal lo que se pierde; no sin razón Sartre ha llamado “comportamiento mágico” a la reacción emotiva patológica que a veces se encuentra en la base de las perturbaciones mentales.

Foto: Foto: iStock. Es, por tanto, en momentos de crisis de fe, de confianza, de seguridad, de autoridad y de cultura cuando irrumpen con más fuerza y se entronizan en el medio social las figuras humanas de brujas, curanderos, videntes, magos, hechiceros, pastores  y cuando se traslada la fe a sus métodos, a sus poderes sobrenaturales, a los encantamientos, exorcismos, filtros y talismanes.

Siempre hubo brujas y videntes.  En la Biblia, encontramos a José, vendido por sus hermanos que interpreto los sueños del Faraón en Egipto, siete años de cosechas, seguido de siete años de escasez.

La brujería parece proliferar en un país donde la riqueza se piensa que brota al conjuro de una varita mágica: donde personas surgen y se enriquecen como por ensalmo;  donde hay magos de las finanzas; donde el presupuesto se gasta y esfuma por arte de magia, sin dejar el menor rastro;  donde nada se emprende sin consultar horóscopos; donde se dice que altos funcionarios supeditan la estrategia y las decisiones políticas a los consejos y recomendaciones de videntes y quirománticas; donde, como un embrujo colectivo hace que nadie proteste y -hechizados- todos callan.

Y,  por si eso no resultara grotesco y un alarmante síntoma de deterioro en un país que se precia de civilizado y alardea de culto, existen, actuando al amparo de control, de la inconsciencia y de la impunidad reinantes, brujos delincuentes, pastores, videntes  que a más de su característica y tradicional superchería, se dedican a timar, a estafar, y apoderarse  del dinero y ahorro de gentes humildes y crédulas que acuden a ellos para aliviar sus males.

Angustian los múltiples, frecuentes y dolorosos ejemplos de quienes, sintiéndose perdidos, al perder la fe y las esperanzas, víctimas de seres inescrupulosos han perdido sus bienes y, junto con ellos, han perdido la razón. Preocupa la existencia de bandas organizadas que recomiendan los servicios de estos personajes  y establecen contactos con quienes lo solicitan.

En medio de este aquelarre solo nos queda tener  fe y esperanza, en nosotros mismos y en nuestro sano juicio, que es lo único válido, palpable y entrañable.

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