Cervantes regó una parra

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El asunto es qué es esa Parra (porque de Cervantes se supone que sabemos la clase de hoja que fue). Será difícil, porque parte del mundo lo tiene o lo cree como un corredor de carreras (ya que no de correrías) y siempre porai, compitiendo con otro, con otros, como un arlequín de feria enojado. Puede ser. O no. | LAGOS NILSSON.

Poco interesante, en fin, que un tipo, un poeta, un viejo profesor al que finalmente se le marcaron los ríos y abismos transitados en la cara tenga que vivir para una competición no propia —que si alguna vez buscó no fue sino un artefacto de juventud. Otra cosa es el Parra recién regado por el Cervantes.

No debe haber preguntas: eso de competir es una marea infantil de los demás, por más que las escuelas de ahora(o secuelas de quién sabe cuándo) procuren hacerla carne del espíritu de los niños. Catarsis es el nombre de muchos ríos, y hay poesia en todos o no la hay de nadie. Parra no es, precisamente, nadie; los demás [otros poetas] tampoco. A mí me recuerda, Parra, cierta disimulada ternura, como al estilo de un Dublé Urrutia disfrazado de Durruti. Pero antes, antes del final. Parra, don Nicanor Parra, es una respuesta. Muchas respuestas, en verdad. ¿Quién querría poner todo el vino en un odre? Hay muchos vinos.

Estoy seguro le molesta ese afán de hacer listados de poetas como quien pincha mariposas o dragones en un insectario o dragonario.

Parra es un filósofo que escribe, como los filósofos de otra época, en verso; verso con y sin medida, porque acaso el verso es lo que se ve en el espejo de la vida y nadie mide ni clasifica la vida —a lo sumo se mide el cajón famoso del último viaje, que ya no pertenece a la vida.

Parra desterró de sí el afán de no describir para no categorizar. Por eso —uno imagina— sus textos esperan que describa lo que es, pero de otra laya. Parra es lo que es, lo que son las cosas, las pulsiones detrás del sueño, la pesadilla que en el ensueño se oculta, la niña que baila y quiere otra cosa, el tipo que morirá después de bailar, los que heredarán sus prendas.

Ya no le dieron cicuta: no se han dado cuenta de que mereció ese favor —y por las mismas y otras razones que al primer sommelier de la cicuta—. Parra, gracias a algún dios, no se detuvo en el límite de lo decentemente
posible. Y su obscenidad y golpes perturbaron y molestan porque el agredido con sus versos y cosas alcanza a sentirse de veras agredido.

El que con él se molesta no sabe qué le molesta, intuye que algo falta —y es natural que le cueste aceptar que lo que le falta es él/ella mismo/a.

Así que esa es la parra del Parra hoy cervatino. Un honor o una compañía que el viejo don Miguel seguro que acoge con ganas.

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