Chile: – ECOS DE UN VERO ACONTECIMIENTO MUNDIAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

No debió meterse el realizador con el recuerdo de los viejos brujos chilotes. Conviene tener en cuenta que la Recta Provincia (o La Mayoría) era el club selecto –algunos dicen secta– de los mejores operadores del misterio en la isla grande. Desde 1880, cuando los desmantelaron, esperaban regresar. Los trajo Ruiz, él también un poco chilote y más que un poco brujo.

No debió meterse porque la vida tecnoTV y los informes especiales se confabularon en su contra presentándole dura batalla de horarios. Todo salió bien, empero, porque La recta provincia, anunciada por semanas para las 22 del 20 de agosto, sólo pudo sintonizarse cerca de las 24, cambio de hora que, al prolongar la emisión repartiéndola en dos días, significó sin dudas un triunfo sinuoso de la magia sobre el límite oscuro de las 12 de la noche.

O sí, hizo bien en meterse, lo que no debió hacer la televisión fue jugar con el horario; algo terrible podría suceder –o acaso ya sucedió y todavía no lo sabemos– entre el primer segundo del día 21 de agosto de este año de 2007 y el próximo agosto, que vendrá en 2008. Con los brujos no se juega.

La recta provincia no marca el regreso de Raúl Ruiz a ninguna parte (en cierto modo jamás salió de Chile y por cierto a lo que Chile es hoy no vale la pena regresar si en efecto se ha partido), no prueba nada tampoco: ¿qué podría probar un maestro del cine que no haya difundido, sin duda con más propiedad, la mayor experta en cultura, como se autodefine la flamante ministro del ramo, ella misma actriz?

No perdamos tiempo en disquisiciones.

Un hombre del campo cultural, Giorgio Varas, comenta un comentario sobre esta obra de Ruiz, deslizando con insidia algunos conceptos quizá inquietantes. Y luego otras consideraciones del editor de esta revista.

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SUEÑO EN LA TELEVISIÓN PUBLICA

Para quienes no sabemos nada de cine –hemos visto solamente un par de filmes de don Raúl–, nos instalamos con cierta regularidad ante el noticiero y uno que otro capitulo de la teleserie de moda, no es muy difícil discrepar con El Mercurio en su critica a Recta Provincia, emitida por el «canal de todos los chilenos» el lunes 20 de agosto de 2007.

Giorgio Varas*

Nos referimos, claro, a la crónica de Claudia Guzmán. Comienzo por su titulo: Ojalá alguien la mire, que me recuerda la muerte del Gato Alquinta y el escalofriante titular de La Segunda: En avión traen al Jaiva, con esa ordinariez de alma criolla que no es tan sólo burda, vulgar y fome, sino que mezquina, amarga y completamente charcha.

La tesis de Claudia Guzman –entiendo que respetable critica de televisión del decano– aventura la posibilidad de mayor audiencia para el trabajo de Ruiz por medio de una sugerencia irrespetuosa en pos de un «valiente corte y apriete del ritmo y el guión”. Y además: ”Mezclar las lógicas de las grandes audiencias con la hechicería estética de Ruiz”. La proposición, creo, atenta contra la esencia misma de lo que es el director y pasa por alto el evidente y grotesco agravio de TVN al haber anunciado la emisión a las 22.00 , luego a las 23.15, para de pronto, sobre la marcha y de manera inexplicable, asomarla alrededor de las 23.45.

No se trata aquí de defender a Raúl Ruiz porque sea un realizador de culto, o uno un snob o «cool»: el hombre no necesita a nadie que lo escude. Se trata justamente de entender si acaso el diablo se adelanto y metió la cola en la señal abierta de TVN o si yo y miles de “pequeñas audiencias“, estábamos a esa hora en ondas celebrarles del tipo beta o sueños inconcientes en ondas delta.

Si en cambio estábamos en un estado de conciencia alfa, vale a decir en un sueño aparentemente normal, entonces la televisión nacional y nosotros los chilenos no valorizamos una apuesta seria en formato TV en la emisora estatal. Me pregunto qué habrá que valorizar entonces, o si no es más que un artificio oficial que tienda a justificar la generación/emisión de contenidos culturales en pos de estar en regla con no se quién y –a lo menos así parece–, tranquilos con la conciencia editorial de “la” Televisión Nacional de Chile.

Si el artífice fue el Ángel de las tinieblas que adelantó su paso por los «switches» y los controles del canal, todo queda explicado. Quizás el Tenebroso intentaba prolongar la agonía de los deudores habitacionales, que a esa hora figuraban junto al Serviu en un intento por salir de la miseria e indignidad de los campamentos con la valiosa ayuda del Informe Especial más largo que yo tenga memoria.

Dicho sea de paso: los insensatos auditores/televidentes marcamos 13.1 de ráting, superados, claro, por el «combo macdoliano» Duro de Matar + Morandé con compañía del canal de Claro, evidentemente una contienda en la cual Mega se vale de mejores brujerías quirúrgicamente estéticas que Ruiz y, claro que tiene más…

Es para este televidente un verdadero lujo distinguir al mismísimo don Sata personificado en la pantalla chica como si uno estuviera ante la grande, rodeado por afinaciones traspuestas del surco campesino chileno.

Cómo no va ser un lujo ver en primer plano a doña Bélgica Castro y cómo pasar por alto la gallardía actoral de un tremendo documentalista como Ignacio Agüero, que casi jugando como sus 100 niños esperando un tren , encarna a un Paulino asumidamente ingenuo y asopado, con la sensibilidad y la “simpleza e lo complicado”, como dirían en el campo.

En el primer capítulo de la Recta Provincia Ruiz nos habla de tortura y sesos degollados tanto como lo hizo Illanes con sus cuchillos afilados, pero también nos diseña resonancias de la memoria, de las Violetas ausentes, de los paisajes sonoros más profundos y olvidados.

En cuanto a las “generaciones enteras que no entenderán nada de lo que verán” –argumento esgrimido por la señora Guzmán–, son las mismas que no entienden nada de nada; esto es como en la escuela: si un solo televidente/alumno es capaz de conectar la memoria emotiva y su íntimo imaginario personal, entonces habrá entendido todo y el esfuerzo habrá valido la pena.

Y al final da lo mismo lo que sueñe cada uno, es un tarea de conexión con la memoria, siempre tan esquiva y frágil, al punto de que en Chile pareciera un fastidio constante quererla ejercitar.

Comienzo a creer, medio en broma y medio en serio, en el cuento folclórico de un amigo que insiste en sostener como única explicación posible para la cotidianidad, que a Chile «lo ha de haber inventado el diablo pu’ oiga».

* Músico, productor y editor.

giorgiovaras@gmail.com.

EL ESPEJO ES UNA POZA PROFUNDA

fotoEl hombre feliz –nos cuenta un cuento– no usaba camisa. Otro relato nos relata que el rey camina desnudo. Y todos sabemos que si nos sentimos bien no necesitamos mirarnos en el espejo. Algo no funciona, entonces, porque nos ponemos camisas, seguimos desnudos debajo de la ropa y son legión los que insisten en auscultar espejos. Uno de ellos es Raúl Ruiz.

Lagos Nilsson

Nunca nos interesó a los que lo conocimos cuando campeaban todavía los años de la adolescencia por qué lo llamábamos así, pero le decíamos «El Perro Ruiz». Tal vez era una forma de defendernos de las tormentas que bullían en él, y que desparramaba en agotadoras sesiones de charla sobre lo que escribía, había escrito, comenzaba a escribir o escribiría más adelante. Fueron los años del primer pernod, de una copa de champaña por la mañana para vernos mayores. Faltaba mucho para 1973 y los extrañamientos.

De todos, el que mejor cumplió con la promesa implícita de la juventud –las tareas del futuro– es «El Perro». Raúl Ruiz quizá no era entonces consciente de ello, pero sabía que algo faltaba. No audacia para romper reglas y costumbres. Nos faltaba a todos –a todos, no de manera especial a nosotros los jóvenes– el contorno del rostro, la sombra del cuerpo, el humus para la raíz.

Puede que toda obra de arte no sea más que un intento por definir el contorno, medir la sombra, describir el humus presentando a la sociedad en la que se engendra y pare un espejo, si bien elusivo, que registra cara, cuerpo, luz, sombra, lluvia y pasto, calles, plazas, ventanas, propiedades, ajenidades y otros elementos nutricios no advertidos.

La primera película oficialmente terminada y estrenada de Ruiz, Tres tristes tigres, es su primer espejo fragmentado en una mesa de bar que navega un periplo imposible. Lo último que de él conocemos –o podemos conocer–, La recta provincia, puede que sea el mismo espejo, con el azogue y el marco y el vidrio penosa y gozosamente recompuestos a lo largo de 40 años.

No será probablemente descabellado apostar que los cuatro capítulos de la serie –y lo que resulte del montaje para el cine– son algo más que recreación descriptiva de «mitos y leyendas del folclore tradicional». Ruiz no describe, levanta la piel –o bucea en el alma– y muestra; describe el que mira. No es gracioso que un hueso –¿de quién?– silbe como flauta o siringa y pida se reconstruya el cuerpo al que perteneció.

Ese hueso, esa anciana, ese tontorrón, los paisajes y las voces –y todo lo demás– son el espejo, no lo reflejado. En ese espejo debemos encontrarnos y eso tal vez se llame memoria. O valentía para escuchar los ecos del rostro, la sombra y la Tierra.

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