Chile: entre políticos y clientes

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De vez en cuando hay aciertos idiomáticos que aportan especialistas ajenos a la lingüística. Y son sorprendentes. No por su nueva visión, sino por el contenido que traen a la actividad o área en que se aplican. Es el caso del clientelismo. Un término ya conocido, poco usado, pero que en esta oportunidad sobrepasa con mucho el restringido marco en que lo ubicaron él o los creadores de esta derivación del área del comercio hacia la política.| WILSON TAPIA VILLALOBOS.*

 

Es un término peyorativo, que apunta a que algunos políticos atrapan a sus simpatizantes, y electores eventuales, por medio de algo que se les da a cambio. Es cazar a un cliente que, en lo posible, sea fiel en el tiempo. Y, claro, su fidelidad será recompensada periódicamente por medio de prebendas que pueden llegar desde el cohecho hasta la entrega de puestos de trabajo o ascensos sucesivos.
También, y más significativo en términos económico, en la realización de eficiente «lobbysmo» para el logros de grandes negocios.

 

Esto es lo que le dijo el ex ministro de Hacienda Andrés Velasco al senador Guido Girardi. Una ofensa, es cierto. Pero una ofensa que refleja algo más que la acción aislada de un dirigente político. Porque el clientelismo supera con creces a la labor orientada a alcanzar sólo fines electorales.

 

Cuando el ex ministro Velasco defendía majaderamente el modelo de economía de mercado que opera en el país, defendía a un sector económico poderoso que él consideraba esencial para la marcha de Chile. Y en eso estaba en consonancia con todos los gobiernos de la Concertación.

 

No hubo ni uno sólo que se atreviera, por ejemplo, a impulsar seriamente la reforma tributaria, porque no deseaba provocar a la derecha económica. Lo que en realidad recelaba era la reacción que esta pudiera tener y las consecuencias políticas de ello. Era mejor, por lo tanto, mantener buenas relaciones. Eso beneficiaba a “todos” y hacía que las instituciones funcionaran. Una relación excelente entre política, economía y negocios.

 

El clientelismo ha saltado limpiamente las barreras que debieran rodear las relaciones comerciales. Y al hacerlo, estableció un proceder que se aleja de la acción valórica respetable y que, a diferencia de lo que cree el ex presidente Ricardo Lagos, es lo que hace que realmente las instituciones funcionen. Hoy vivimos bajo un sistema democrático cuyo principales actores, los ciudadanos, han desaparecido. Dejaron su lugar a los clientes, a los consumidores. Y una democracia no funciona así.

 

Lo que opera de esa manera es el comercio. Es lo que se ha hecho en Chile.

 

Mire, por ejemplo, lo que ocurre en otro sector esencial de la vida nacional: La educación. Los estudiantes no son sólo tales. Esencialmente son clientes. Y así se los trata. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros? Nada más ni nada menos que el resultado que cada uno busca. En la compra de cualquier producto, la formación ética de la cartera o del automóvil importa poco. En el caso del estudiante, tal componente es irreemplazable. Y cuando se cobra por su formación se está arrasando con un comportamiento ético indispensable.

 

La educación y la salud son derechos que resultan inalienables para una sociedad que pretende ser humanamente incuestionable y, por lo tanto, democráticamente sustentable. En el Chile actual, la salud es otra área en que el clientelismo ha derribado todos los resguardos que antaño pretendía imponer el Estado para defender a los ciudadanos de la nación.

 

No es extraño que entre un medicamento genérico y uno de marca exista una diferencia de hasta 2.000%. Y que el genérico esté disponible es sólo algunos puntos de ventas. La mayoría de las farmacias obligará al consumidor a comprar el remedio más caro. Entre los miembros de la OCDE, Chile es el país donde sus habitantes deben destinar mayor parte de sus ingresos a salud. Y eso se hace más acuciante entre los integrantes de la tercera edad.

 

Los referentes políticos de las últimas casi cuatro décadas han realizado un clientelismo muy eficiente. Por eso es que la red ferroviaria no pudo ser remozada cuando los franceses ofrecían sus nuevas tecnologías. Ese era un coto de caza de los españoles. Y los españoles tienen estrechos lazos económicos con el Partidos Socialista. Tal como los alemanes lo tienen con la Democracia Cristiana.

 

En este verdadero lodazal de clientelismo en que nos ha convertido el sistema, ningún resquicio del cuerpo nacional se ha salvado. Hasta los intersticios más recónditos llegan los medios de comunicación. Y a través de ellos se inocula la nueva verdad. Aquella que está asentada en el temor y en la mirada unívoca sobre el acontecer diario, sectorial y mundial.

 

¿Por qué no se democratizó la prensa —escrita y audiovisual— en Chile después de la dictadura? Porque los clientes a quienes debían mantener contentos nuestros políticos eran aquellos que detentaban y detentan el poder. Y es por eso que también permitieron y estimularon —desde el gobierno de Patricio Aylwin— la desaparición de los medios que incluso se identificaban con partidos de la Concertación. Y fue por eso también que se cerró la posibilidad de que grandes periódicos tentaran suerte en Chile. Eso era peligroso. El clientelismo operaba sin obstáculos en áreas menos trascendentes como los negocios de las autopistas, de la salud, de la educación.

 

Bienvenida la denuncia del ex ministro Velasco. Pero el clientelismo funciona hacia arriba y hacia abajo. Claro que los beneficiados son los de arriba. En eso, él y Girardi coinciden, aunque sus caminos puedan ser diferentes. Ambos están en Roma.
——
* Periodista.

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