Chile es hoy otro país

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Hace pocas semanas el presidente, Sebastián Piñera, declaraba que Chile era “un oasis” en medio de una América Latina convulsionada, con crisis económicas, violencia e inestabilidad política, en claro contraste con nuestro país con su orden macroeconómico y estabilidad política. Tenía toda la razón.

Chile, con más de 4 mil kilómetros de largo, aislado por el desierto de Atacama en el norte, el océano pacífico por el oeste, la imponente cordillera de los Andes por el este y los hielos patagónicos, el cabo de Hornos y la Antártica por el sur, es más bien una isla que un oasis, pero solo por su geografía.  El pasado 18 de octubre la isla/oasis/país del fin del mundo, explotó como lo suelen hacer sus volcanes, provocando esta vez un cataclismo/tsunami social que no sabemos dónde terminará.

La clase política quedó sin discurso, sin saber cómo reaccionar ante un cambio total de escenario, con la presentación de todas las demandas acumuladas por décadas y la exigencia de su implementación inmediata. En la histórica marcha del 25 de octubre pasado en Santiago y otras ciudades, que congregó un total de cerca de dos millones de personas, un manifestante lo resumió así en su cartel: “Son tantas las cosas por reclamar, que ni sé qué poner”.

El experimento económico social iniciado después del golpe de estado que derribó al gobierno constitucional del Salvador Allende en 1973, dio inicio también a una gran transformación cultural apoyado en el terror de una dictadura que no tuvo escrúpulos en asesinar en Chile y en el extranjero, como lo hizo con el general Carlos Prats, en Buenos Aires, con el ex ministro de relaciones exteriores, Orlando Letelier o el intento de asesinato en Roma del demócrata cristiano, Bernardo Leighton, ex vicepresidente  de Chile y su esposa.

Digo cultural porque las dos generaciones posteriores a la dictadura son jóvenes que asumieron una realidad que parecía difícil de cambiar, todos domesticados por la ilusión de consumo y el éxito fácil.

La sociedad chilena del siglo XX, aislada, provinciana, ajena al consumismo, a la ostentación, comenzó a percibir los frutos del acelerado crecimiento económico que permitió a partir de los años 90, con el retorno de la democracia, reducir los niveles de pobreza del 40% a menos del 10% existente hoy en día. Este proceso, con un alto costo social, facilitó la expansión de una clase media cada vez con más aspiraciones de bienestar y de una generación digital, acostumbrada a los celulares, computadores, viajes, tarjetas de crédito y con ello a un alto nivel de endeudamiento familiar, que de acuerdo con cifras oficiales para el 2019, asciende al 73,5% del ingreso de las familias, el más alto de la historia.

La gran desigualdad existente en la sociedad chilena, junto con las injusticias, los abusos, los casos de corrupción, el descrédito de los partidos políticos, de instituciones como la iglesia católica, los escándalos financieros del ejército y carabineros e incluso del deporte, como el fútbol, es donde subyacen las causas que dieron origen al violento despertar de los chilenos que han dicho basta y que no sabemos aun cuándo ni cómo terminará.

*Economista de la Universidad de Zagreb en Croacia y Máster en Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile. Diplomático chileno de vasta carreras, actualmente es consultor para FAO en Roma en temas de cooperación Sur-Sur, académicos y parlamentarios.

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