Chile: La centroizquierda versus la izquierda

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La violencia ha servido para derrocar dictaduras y regímenes corruptos, pero no para forjar sociedades libres y democráticas, como trágicamente ha sido demostrado.

Y habrá una sola mujer en la papeleta presidencial del próximo 21 de noviembre. De la región de Atacama, exministra, senadora y de una de las etnias originarias. Yasna Provoste, entre ocho candidatos hombres, asumirá la representación de la centroizquierda y del bloque político llamado Nuevo Pacto Social, que agrupa a siete de los ocho partidos que conformaron la ya desaparecida Unidad Constituyente. Fue excluido el Partido Progresista (PRO) al descolgarse y anunciar sorpresivamente su líder, Marco Enríquez-Ominami, su cuarta candidatura presidencial.

Esta nueva coalición queda conformada por los partidos demócrata cristianos DC, socialista PS, por la democracia PPD, radicales PR, liberales PL, Nuevo trato NT y Ciudadanos C.  Provoste, militante DC, ganó ampliamente en las 16 regiones del país en la consulta ciudadana efectuada el pasado 21 de agosto luego que el sector no pudo participar -por el veto interpuesto por la izquierda- en las elecciones primarias legales y financiadas por la autoridad electoral, que se efectuaron el 18 de julio.

La vencedora obtuvo 91.789 votos o el 60,80%, seguida por otra mujer, Paula Narváez, PS, con 40.161, o el 26,60% y en tercer lugar llegó Carlos Maldonado, PR, quien logró 18.931 o 12,50%. El resultado fue positivo para los dirigentes políticos de los partidos de la centroizquierda que en 20 días lograron organizar una elección que otorgó plena legitimidad a la ganadora. Sin embargo, el resultado quedó opacado por la magra participación electoral debido a que votaron solo 150.881 personas.

Más duro aún es contrastar esta cifra con la obtenida en la primaria de la izquierda donde participaron algo más de 1.750.000 electores y el vencedor, Gabriel Boric, representante del Frente Amplio, obtuvo 1.058.027 votos, equivalentes al 60,43%, frente a su contendor del Partido Comunista, Daniel Jadue, quien logró 692.862 o el 39,57%. En términos porcentuales ambos líderes se impusieron claramente con algo más del 60% de los votos.

El pasado 23 de agosto, a medianoche, venció el plazo legal para inscribir las candidaturas presidenciales, donde fueron registrados los nombres de los nueve candidatos. La ley electoral exige a los independientes, a los representantes de movimientos o de partidos políticos que no tengan representación a nivel nacional, recolectar 33 mil firmas que se pueden registrar de manera digital a través de la plataforma del servicio electoral.

Además, ese mismo día se inscribieron las listas parlamentarias de los pactos que competirán por 155 escaños para diputados y se renovará la mitad de los 50 senadores. Así las cosas, se inicia la carrera presidencial con nueve competidores y salvo que alguno supere el 50% de las preferencias, solo las dos primeras mayorías pasarán a una segunda vuelta que se efectuará el 19 de diciembre. Las encuestas señalan que son tres las candidaturas que concentran las preferencias: el representante de la coalición de centroderecha, Sebastián Sichel (44); seguido de Gabriel Boric, (35) del Frente Amplio y Yasna Provoste (51) representante del Nuevo Pacto Social.

Se suma a la centroizquierda Marco Enríquez Ominami (48); de la extrema derecha, José A. Kast (55);  de la extrema izquierda, Eduardo Artés (69) y de los movimientos populistas, Diego Ancalao (40), Franco Parisi (53) y Gino Lorenzini (39).  Estos últimos restarán votos a los tres primeros, pero no debiera afectar a las que se estiman serán las probables mayorías que disputarán los dos primeros lugares para asegurar el paso al balotaje definitivo.

Los meses de campaña servirán para limar los roces y desencuentros dentro de las coaliciones que toda competición electoral provoca. Para Provoste y Boric el candidato a derrotar es Sichel, quien encarna la continuación y forma de hacer política del actual mandatario Sebastián Piñera, quien es el autor intelectual de su candidatura y con el que comparten características similares. El primero ha cambiado dos veces de partido, es denostado por sus excompañeros y encabeza a la coalición de derecha que ha gobernado los últimos cuatro años. Piñera, quien se presentó en sus inicios como representante de una derecha renovada, terminó siendo un fiel defensor de los sectores más conservadores.

Nunca quiso una nueva constitución, se rodeó de ministros que fueron voceros y rostros de la opción del rechazo -como su canciller Andrés Allamand-, se resistió el primer año de pandemia de manera mezquina y torpe a entregar ayuda real a la gente, y su gobierno ha dificultado el funcionamiento pleno de la Convención Constituyente.

Ahora, a pocos meses de terminar su mandato, ante la rebelión de su propio sector y para salvar el sistema privado de pensiones, aceptó expandir el gasto fiscal, así como enviar el proyecto de ley de matrimonio homosexual, que espera sea aprobado en su gobierno. La derecha, lo ha demostrado siempre, es pragmática a la hora de defender sus intereses, como lo hizo llevando una lista única en la elección de la Convención Constitucional, buscando proteger el legado de la carta fundamental pinochetista de 1980.

Hoy están dadas las condiciones para infringir tres derrotas significativas a la derecha y a los sectores conservadores: en las elecciones presidenciales, en las parlamentarias y en la redacción de una nueva constitución, pero ello no es tan claro que ocurra por las rivalidades de la izquierda en general. La capacidad de dividirse no es una particularidad de Chile ni de sus actuales líderes. Ha sido una constante histórica en muchos países. Hoy se requiere visión y perspectiva para anteponer los intereses de la mayoría por sobre los maximalismos y la impaciencia, a veces infantil, de pretender “tomar el cielo por asalto”.

La experiencia chilena nos muestra que durante la dictadura pasaron más de 10 años para que pudieran comenzar a converger los sectores demócratas cristianos y socialdemócratas, que fueron la base junto a otros, para derrotar la dictadura de 17 años de Pinochet. Cierto es que contribuyeron también la valentía y coraje de muchos que entregaron sus vidas usando otras formas de lucha, pero fue finalmente con el poder del voto y el entendimiento entre fuerzas políticas, que se derrotó a la tiranía.

La protesta ciudadana es y será siempre legítima en una democracia, pero no la violencia que destruye e inhibe que la gente pueda marchar pacíficamente, sin temor a su integridad o la de sus hijos, por lo que no puede ser tolerada ni justificada. La violencia ha servido para derrocar dictaduras y regímenes corruptos, pero no para forjar sociedades libres y democráticas, como trágicamente ha sido demostrado. Es un hecho que en Chile se ha construido una sociedad de naturaleza violenta por sus desigualdades, segregación, privaciones y abusos contra grandes sectores de la población.

También por historia, partiendo por los asesinatos, robo y despojo de su territorio cometido contra las naciones originarias; o lo ocurrido para muchas familias con la búsqueda interminable del paradero de los detenidos desaparecidos ocurrido durante la dictadura cívico-militar. Es por estos motivos, precisamente, que estamos escribiendo una nueva constitución, que es lo más importante que ha ocurrido en más de dos siglos de república y que no puede ni debe ser desaprovechado.

Hoy tenemos más de 30 partidos y movimientos que se declaran de centroizquierda y de izquierda en Chile. El abanico es muy amplio y va desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista Acción Proletaria y más allá, llega a los grupos negacionistas de la institucionalidad y legitimidad de los partidos políticos, postulando el alejamiento de “las máquinas partidarias”, el asambleísmo y/o la quimera de la participación igualitaria de los independientes en el parlamento como fuerza purificadora del sistema político.

No existe democracia sin partidos, y es el poder ciudadano el responsable con sus votos de premiar a los que estimen mejores. Además, para aquellos críticos sobre el actuar de los partidos o de las políticas públicas, es necesario recordar que el primer acto de responsabilidad civil es ejercer el derecho a voto. El populismo se ha extendido y ha penetrado los sistemas políticos en muchos países y ello no es un fenómeno nuevo.

Es educativo recordar que el fascismo de Mussolini, en Italia, se inició sosteniendo que sus ideas no eran “ni de izquierda ni de derecha”, si no que buscaban representar “al pueblo”, a quienes se debían, como lo recuerda muy bien la monumental biografía del Duce, “El Hijo del Siglo”, escrita por Antonio Scurati. Hoy aquellos que se arrogan la representación del pueblo abundan en todas partes, pero especialmente en los sectores de izquierda que hablan a nombre del pueblo, “de mi pueblo”, como señalan.

Algunos de ellos fueron electos con este discurso en la Convención Constitucional y hoy patrocinan un candidato presidencial. Al final del día, la existencia de tantos partidos y movimientos que se declaran de izquierda, guardianes de los principios y de consignas, o izquierda de verdad, como pretenden, solo contribuyen a generar más dispersión y que terminemos sin ninguna izquierda y con cuatro años más de gobierno de la derecha, lo que sería el mayor regalo de parte de las fuerzas opositoras al actual mandatario.

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