Chile, la elite, la fronda neoaristocrática y la nueva clase

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Lagos Nilsson*

Parece razonable: grosso modo, sostienen algunos pensadores, cuando el grupo dominante pierde ímpetu y sus vínculos con el resto de la sociedad se debilitan, cuando envejece, se anquilosa, no es capaz de ofrecer respuestas a las demandas ciudadanas e insiste en aferrarse al poder y sus símbolos, será fatalmente reemplazado por otro "cuerpo de elite". Es en este punto donde otros agregan: por las buenas o por las malas.

 

Esta suerte de tesis sobre la circulación y caída de las elites gozó de seguidores, sobre todo en Europa, durante la primera mitad del siglo XX; el ascenso de los "fascios" con Mussolini en Italia pareció otorgarle patente de realidad y le sumó partidarios –los tuvo también en Chile en forma más o menos seria encolumnados detrás de Ibáñez del Campo, y probablemente los tenga todavía entre los que prohijan la "teoría del desalojo" de la Concertación.

Quizá el mejor ejemplo en Chile de este modo de pensar el ordenamiento y las subordinaciones sociales lo brindó el estado de crisis que sacudió al gobierno dictatorial en 1982: al "normalizarse" la situación los chilenos pudieron observar que nuevos grupos accedían por las fronteras del reino del poder y al manejo de la economía; nombres hoy respetados, admirados o envidiados pudieron encaramarse en los cercados de la riqueza que hasta entonces ostentaban otros –que no dejaron de serlo, por otra parte.

Diferente en principio, pero no irreconocible frente al criterio de las elites que circulan, un historiador chileno, Alberto Edwards Vives, tenía en la primera mitad del XX una forma de pensar –y penar– diferente. Lo amargaba la frívola superficialidad de la capa social que gobernaba el país, pensaba que se trataba de una oligarquía desinteresada en los asuntos públicos. Hacia 1928 publica La fronda aristocrática, donde sostiene que la mejor época –las palabras son las mismas siempre: paz, autoridad, orden, progreso, bienestar, disciplina– la había vivido el país a partir de la estructuración portaliana del Estado. Interesante aparece en la actualidad su crítica a ese sector social.

Muchos años después, en la segunda mitad de la década de 1951/60 se conoce en el entonces llamado "mundo libre" el trabajo del dirigente político y estadista yugoslavo Milovan Djilas, La nueva clase, una crítica apasionada y no totalmente exenta de verdad, sobre la formación de un sector que de tanto manejar los asuntos de gobierno se habían apartado de los principios socialistas sobre los que descansaba la fundación de la república yugoslava y su socialismo independiente de la URSS.

La disolución de las pinturas del cuadro

Cuestiones similares se viven en Chile. En la derecha oficial del espectro político los arañazos entre los dos partidos de la Alianza son constantes; quizá –pese a que tanto Renovación Nacional como la UDI pueden actuar sin esconder el rostro desde –o a pesar de– el fin de la dictadura– juegan en ellos asuntos no resueltos que hacen más al eventual reparto si llegaren al gobierno que a la organización del país para la nueva etapa que presuntamente inaugurarían.

Han sido prudentes, sin embargo, y, como se trata de un asunto de reparto tras el recambio y no de querellas ideológicas, logran mantener con todo y cierta fragilidad, el pacto aliancista. Un destape del fascismo populista en la UDI o del autoritarismo "frondístico" en RN –al fin y al cabo no tan diferentes– podría apagarles la antorcha pero –saben los estudiosos de los asuntos sociales– al final se impondrá sobre la gana orgullosa del suicidio por valores, la necesidad de mantener intereses y privilegios.

No sucede lo mismo en la Concertación, que –digámoslo de una vez– está compuesta por dos partidos políticos (DC y PS), una organización instrumental-práctica (PPD) y una suerte de saludo a la bandera de otros tiempos (PRSD). El problema que enfrenta la coalición es que los partidos hegemónicos son presa de profundas conmociones en su interior, la organización instrumental pretende adquirir personalidad política plena y el saludo a la bandera ya caso no tiene militantes para sujetar el asta.

En el mundillo de los que carecen de representación parlamentaria (comunistas., humanistas, ex Izquierda Cristiana, ex MIR, etc…) las cosas parecen homogéneas: por ahora todos bregan con lealtad para conseguir el cambio en la ley electoral que consagra el binominalismo y, por tanto, los mantiene fuera de las alfombras del Congreso. Se echa en falta, sí, que no haya podido surgir con claridad un programa de gobierno –o, como suele decirse en Chile, una "idea-país"–.

Los anarquistas son otra cosa, pero parece evidente que o carecen de posibilidades de hacerse escuchar o están dispuestos a seguir siendo anarquistas –y siempre es grato comerse a alguien de su propia especie–. No obstante es innegable que se insertan positivamente ern las luchas sociales.

El PC controla buena parte de las organizaciones –y desorganizaciones– de trabajadores, pero se ha instalado en varios sectores nacionales la sospecha de que esos trabajadores son movilizados por sus reivindicaciones sólo hasta que el mensaje llega al gobierno.

El bastidor deshilachado

De hecho, a lo largo de 2008, la DC vivió un proceso que la dividió y no parece que las heridas quieran ser restañadas. La forzada renuncia voluntaria de la senadora María Soledad Alvear a la presidencia del partido no hizo más que hacerlo evidente; es claro que si bien el disparador fue la débil "performance" en las elecciones municipales, las razones son más profundas, tanto aquellas políticas como otras probablemente más próximas a los negocios a partir de la política; su estrella parece apagarse mientras vuelve a brillar en el orto la de Eduardo Frei.

Ninguno de los dos es un dirigente joven ninguno de los dos ha presentado un programa de gobierno siquiera semejante –en cuanto plantear metas y métodos– al que puso en consideración de la ciudadanía la Unidad Popular. Tampoco lo hace el líder de la corriente centrífuga, actual Presidente del Senado Adolfo Zaldívar.

Todos hablan de "la gente"; la ciudadanía es para ellos, se diría, un concepto gastado que la historia dejó atrás. Tampoco son muy aficionados a hablar de ciudadanos los dirigentes en el control del PS, tan entusiastas cultores de metodologías disciplinarias como elegantes defensores del status quo impuesto desde fines de los años ochentas.
 
Y es el status quo que todos ayudaron a convertirse en el Cielo político y económico del país el que les "juega chueco". Un intelectual más que hombre de barricada, Jorge Arrate, ex ministro y ex diplomático que ingresó al partido en los tempranos años de la década de 1961/70 desde la Juventud Radical –como lo hiciera añs después José Miguel Insulza, éste ido por esa época de la DC a la Izquierda Cristiana– ha resuelto plantarle cara a Camilo Escalona y Marcelo Schilling, presidente y secretario general, respectivamente.

Está por verse si la lucha interna se plantea por asuntos políticos e ideológicos o si se trata de "tiros de salva" o alguna cachetada intrascendente por eso de "quítame allá esas pajas" y déjame esa silla que es mi turno.

En cuanto al PPD, el "partido instrumental" creado por Ricardo Lagos y otros dirigentes a finales de los ochentas, parece estar buscando un perfil ideológico que lo sustente, lo que constituiría la mayor novedad en el ocaso de la Concertación, que ha visto en estos casi 20 años de gobierno desdibujarse y desflecarse los bastidores –precisamente ideológicos– del espectro político chileno. Desflecarse o correr sin tapujos hacia la derecha más extrema por más que se guarden las formalidades republicanas.

Lo prueba tanto la escisión DC encabezada por Zaldívar-Mulet –que al menos parecen buscar un camino diferenciado tanto de su antigua tienda como de la Alianza, aunque todo podría ser un ejercicio demagógico propio de los Zaldívar–, como aquella del PPD que obedece a Flores-Schaulson, que no vaciló en compartir alguna almohada con la misma Alianza.

Mientras el PRSD no descubra que tiene en el arcón de los recuerdos algunos estandartes que la mayoría ciudadana y organizaciones sociales reclaman desde hace años –como una educación laica y gratuita bajo control serio del Estado, la instalación de un ente estatal para estimular las PYME, un servicio de salud que funcione, una política racional de obras públicas, etc…– su lenta y prolongada agonía se confundirá con la del régimen instaurado mañosa y tramposamente en 1990. Dicho con todo respeto.

* Periodista, escritor.
 

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