Chile: Mercado cultural sin creadores

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Los presupuestos y criterios amparados en el neoliberalismo son fuertes, permanecen más allá de cambios jurídicos y reglamentarios en las instituciones del Estado; prevalecen por sobre el cambio de régimen. La burocracia imperante defiende sus prerrogativas, concierta la unidad de los funcionarios, defiende el cuerpo gremial, por encima, incluso, de discrepancias ideológicas individuales.

Hablo, en este caso, del Consejo del Libro y la Cultura, donde actúo en representación de la Sociedad de Escritores de Chile, desde hace un año y medio. Hasta hace poco menos de un mes, compartía la honrosa designación de consejero, junto al escritor Jorge Calvo, quien cumplió, en junio de 2022, su período reglamentario de dos años, siendo ahora repostulado al cargo, por el directorio de la SECH, en espera de resolución.

Estoy de acuerdo con mi amigo Calvo respecto al criterio -en general mercantilista y pragmático chicaguense- que prevalece en las designaciones de concurrentes a diversas ferias internacionales del libro, por encima de juicios o consideraciones de orden estético y de trayectoria en el oficio.

He puesto en duda la propiedad de designar, como concurrente a ferias internacionales, junto a otros escritores y escritoras, por Pablo Simonetti: “Los 90 fueron una época muy dura; yo le dedico mi novela a mis amigos muertos” - La Terceracuenta del erario nacional, a Pablo Simonetti -lo sigo sosteniendo-, debido a su limitada calidad representativa por sobre autores de mayor peso literario. Se me ha respondido que: «La organización de la feria lo solicita; además, los lectores lo piden, les interesa como autor». Vale, según criterio de mercado. Es decir, se trata de rating.

Asimismo -insisto- me parece impropio que el Estado financie viajes de autores que pueden concurrir a donde se les pete, porque pertenecen a la élite económica privilegiada de nuestra menesterosa república de las letras; se administran bien (envidia latente), cobrando sumas siderales por proferir conferencias y charlas. Los escasos recursos de la cultura debieran destinarse también con criterio social, más aún teniendo en cuenta la precariedad de medios de poetas y narradores y ensayistas, investigadores y cronistas que deambulan con sus cuartillas bajo el brazo, a la espera de un milagro editorial o de un mecenas caído del cielo.

Además, aprovecho la libertad con que suelo hilvanar mis opiniones escritas, para decir que no perdono al bueno de Simonetti su desprecio y desconocimiento (se ufana en no haberlo leído), del más grande, paradigmático e inmortal, de todos los libros escritos en nuestra lengua castellana: El Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha. Un escritor que se precie no debe ni puede desconocer esta obra capital.

Dicho esto, respecto de la querella suscitada por el propósito de defenestrar a la Subsecretaria, la poeta Gladys González, sin conocer yo el detalle ni sustento de las argumentaciones en contra de la representante designada por el actual gobierno, veo, en el fondo, una intencionalidad política de circunstancia, alentada por el criterio de la mercancía, antes referido. Así, no es diferente promover libros que publicitar calcetines. Son productos que valen la sagrada relación de oferta y demanda. La cualificación estética sería entonces asunto subjetivo de cada lector o de algún aburrido crítico que juega a ser esteta desconstructivista, a veces avalado por prebendas académicas o camarilla editoriales.

Como viejo escritor, con sesenta años de oficio, abomino de la visión mercantil economicista de la literatura, cuya acción pragmática relega al creador a un tercer o cuarto lugar en la generación del maravilloso e irremplazable objeto espiritual llamado libro. ¡Por favor! Sin Miguel de Cervantes no existiría El Quijote. Es un sine qua non del que prescinden, de manera tan olímpica como aberrante, quienes menoscaban la tarea de escritoras y escritores, reduciéndola a un intercambio de precios y condiciones de mercado, en donde la mayor parte de los beneficios y de la plusvalía llegan a las arcas de quienes rigen el comercio de las artes. Casi nunca a sus creadores.

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