Chile: un país desconocido

4

 

Ciertamente que el triunfo comunista en las elecciones primarias presidenciales de los partidos gobiernistas no sólo ha sido sorprendente en nuestro país, sino mucho más todavía en el exterior, ya que los partidos comunistas han ido desapareciendo en todo el mundo como fuerzas políticas de relevancia.

De por sí este extraño evento nos podría incentivar a que adquiramos un mayor conocimiento de nosotros mismos y de nuestra historia, y de promover que en el mundo en general también se nos conozca mejor. Seguramente por ser virtualmente una isla en el último rincón del mundo, combinada con la particular habilidad que han tenido nuestras elites de edulcorar muy bien nuestras realidades -tanto para nosotros mismos como para el exterior-, hemos llegado a ser un país especialmente desconocido.

Jeanette Jara baila la cueca

Así, nos presentamos como un país históricamente democrático, en contraste con la generalidad de los países latinoamericanos. Pero ello lo podemos hacer porque nuestras formalidades han ocultado muy bien nuestro fondo. De partida, desde la Independencia hasta la guerra civil de 1891, Chile se constituyó como una virtual monarquía absoluta rotativa, con ropaje republicano, en que el sistema electoral estaba completamente controlado por el Presidente quien de hecho designaba al Congreso, al Poder Judicial y a su sucesor.

Luego tuvimos una república parlamentarista exclusivamente oligárquica sumamente represiva del emergente proletariado minero y urbano; la que en 1925 se amplió a los sectores medios en base a un presidencialismo autoritario que -junto con impulsar una política de industrialización, vía sustitución de importaciones- mantuvo una sistemática represión de los sectores populares la que culminó, entre 1948 y 1958, con la ilegalización del Partido Comunista (PC) y severas restricciones al movimiento sindical, además de la mantención del campesinado como virtuales siervos de los patrones latifundistas.

Y con un sistema electoral -desde 1891- que distorsionaba profundamente la voluntad popular a través del cohecho urbano y del “acarreo” de los inquilinos en el campo; lo que se hacía posible con cédulas electorales fabricadas por cada partido y una cultura popular todavía muy sometida. La derogación en 1958 de aquellas leyes restrictivas y el establecimiento de una cédula única nos permitieron, por primera vez, tener un efectivo sistema democrático.

Pero, desgraciadamente, pese a que dicho sistema logró en poco tiempo profundos cambios económicos y sociales (como el fin del latifundio y la nacionalización del cobre); la fratricida división del centro y la izquierda política (que en 1965 habían logrado ¡138 diputados, contra 9 de la derecha!) hizo posible -como es universalmente sabido- que a través del golpe militar de 1973 la derecha refundara nuestro país sobre la base de un neoliberalismo extremo que le entregó virtualmente un poder irrestricto en la sociedad a algunas decenas de grandes grupos económicos.

El hecho -casi totalmente desconocido hasta ahora- es que luego de haber derrotado a Pinochet en el plebiscito de 1988, y triunfado en las elecciones presidenciales de 1989, el liderazgo de la centro-izquierda (la “Concertación”) procedió a encabezar la “democracia” proyectada en la Constitución impuesta por la dictadura en 1980 (concordando algunos cambios de ella con la derecha); y a legitimar, Plebiscito del 88 en Chile: la alegría ya viene | Cenitalconsolidar y profundizar el modelo neoliberal impuesto por aquella.

Para ello le regaló primero solapadamente a la derecha -en plena dictadura, y a través de una reforma constitucional concordada con aquella en 1989 y que cambió los quórums necesarios para aprobar las leyes- la futura mayoría parlamentaria, para poder disculparse ante sus bases de no poder hacer las reformas prometidas, ¡y en las que inconfesablemente ya no creía!…

Y, luego, a través del también solapado exterminio de la prensa de centro-izquierda -efectuado fundamentalmente por medio de una silenciosa discriminación del avisaje estatal-, para que nadie pudiera desengañar a la población informándole que dicho liderazgo ya no era de centro-izquierda…

Lo anterior explica perfectamente por qué luego de haberse elegido, desde 1990, seis gobiernos pretendidamente de centro-izquierda, se mantuvo y consolidó el modelo neoliberal impuesto por la dictadura con su conjunto de instituciones económicas, sociales y culturales. Y por qué los partidos políticos que han sustentado dichos gobiernos pudieron seguir engañando exitosamente a la sociedad chilena -¡y al mundo en general!- respecto a la continuidad de su “centro-izquierdismo”.

La comprobación más rotunda de todo lo anterior lo han proporcionado varios testimonios de políticos, economistas, empresarios e intelectuales de derecha -chilenos y extranjeros- en diversos medios de comunicación. Y particularmente respecto del gobierno del “socialista” Ricardo Lagos (2000-2006) al que primero le tuvieron cierto miedo y de cuya extrema derechización se sintieron completamente entusiasmados.

Frei, Bachelet y Lagos

Así, por ejemplo, tenemos las expresiones del entonces presidente de la principal organización de los grandes empresarios del país (Confederación de la Producción y del Comercio), Hernán Somerville, quien señaló a fines de su Gobierno que a Lagos “mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (Foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico), como acá (en Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (“La Segunda”; 14-10-2005).

O los dichos del economista y dirigente empresarial, César Barros: “Un grupo de amigos empresarios que denominaban a Don Ricardo ‘El Príncipe’ (tanto por aquello de Maquiavelo como por ser el primer ciudadano de la República) han optado en llamarlo, de ahora en adelante, ‘Zar de todos los Chiles’” ya que “los convenció de que estaba siendo el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos” (“La Tercera”; 11-3-2006). O los del político de la UDI, Herman Chadwick: “El Presidente Lagos nos devolvió el orgullo de ser chilenos” (“El Mercurio”; 21-3-2006).

 

* Sociólogo de la Universidad Católica; Director de Derechos Humanos de la Cancillería (1994-1996); Académico de la U. de Chile (2005-2017). Escritor: «Chile: una democracia tutelada»; «Los mitos de la democracia chilena» (dos volúmenes); «Historias desconocidas de Chile» (dos volúmenes).

También podría gustarte

Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.