China: el nuevo dirigente está marcado por la historia

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En el momento de la sucesión es la medianoche del Estado, un periodo de máximo peligro, la hora en que el poder pasa del titular al novato, cuando la experiencia da paso a la incertidumbre. A fin de preservar la estabilidad, los estados tradicionales suelen insistir en una sucesión rápida: «el rey ha muerto, viva el rey». | RODERICK MAC FARQUHAR.*

 

En las democracias modernas, la velocidad ha sido sacrificada a la legitimación por mandato popular. En la China actual, la velocidad ha sido sacrificada también, pero sin legitimación, porque no existe un procedimiento aceptado por el cual se elija al aparente heredero.

 

En la época de Mao Zedong, el Presidente eligió o descartó supuestos sucesores a su antojo. Después de 20 años en el puesto n º 2, Liu Shaoqi fue purgado en 1966. Cinco años más tarde, su sucesor, el mariscal Lin Biao, fue perseguido hasta que huyó del país, muriendo cuando su avión se estrelló en Mongolia. El joven revolucionario de Shanghai Wang Hongwen fue transportado en helicóptero hasta Pekín para sustituir a Lin, pero Mao pronto descubrió que no estaba a la altura.

 

Por último, Mao eligió al anodino Hua Guofeng, que acabó sucediéndole. Pero Hua proclamó su lealtad a las desastrosas políticas de la Revolución Cultural de su patrón y, cinco años más tarde, Deng Xiaoping fue capaz de privarle de todos sus cargos.

 

Como «líder supremo», Deng introdujo innovaciones institucionales: no tenencia vitalicia del cargo, la jubilación a los 70; hacia arriba o hacia fuera después de dos mandatos. Pero no institucionalizó la sucesión. Como Mao, prefería atenerse a su propio juicio y, como Mao, se encontró con que sus decisiones no siempre funcionaron.

 

Hu Yaobang fue destituido como secretario general en 1987, por permitir un ambiente de relajo ideológico que había alentado las manifestaciones estudiantiles, y Zhao Ziyang en 1989, como resultado del movimiento democrático de Tiananmen.

 

Después de estos fracasos, Deng no tuvo más remedio que permitir que sus colegas octogenarios principales —los llamados «ocho inmortales»— ayudasen a elegir el sucesor de Zhao. Jiang Zemin no fue la primera opción de Deng, pero le dio su bendición como el «núcleo» de la tercera generación de líderes. Esta imposición de manos fue crucial cuando uno de los colegas de rango superior de Jiang desafió su derecho a continuar como secretario general en 1997, ya que Jiang había cumplido los 71 años.

 

Uno de los últimos «inmortales», Bo Yibo, intervino para decir que Jiang no debía retirarse porque Deng le había ungido como el «núcleo» de su cohorte: se quedó hasta 2002.

 

Jiang fue lo suficientemente cuidadoso en aquel momento como para seguir el procedimiento establecido por Mao y Deng a la hora de nombrar a su propio sucesor. A diferencia de ellos, no tenía laureles revolucionarios para asegurarse su lugar en la historia, por lo que necesitaba un acólito para salvaguardar su legado. Pero Deng ya había bendecido al líder de la cuarta generación: Hu Jintao, antiguo jefe de la Liga de la Juventud.

 

Hu fue promovido al Comité Permanente del Politburó (CPP) en 1992, claramente destinado a suceder a Jiang como secretario general y presidente. Jiang, no tenía el prestigio suficiente como para anular la decisión de Deng y, por lo tanto, maniobró para colocar en el CPP a los miembros de su facción de Shanghai.

 

A diferencia del Jiang, Hu no ha tenido que preocuparse por un sucesor designado con anterioridad;  pero tampoco ha tenido el privilegio de poder nombrar al suyo. La opinión generalizada es que hubiera seleccionado a Li Keqiang, miembro de su facción de la Liga Juvenil. En su lugar, Li se convertirá en primer ministro, con Xi Jinping, ocupando el puesto más importante de secretario general del partido.

 

Jiang no es uno de los «inmortales», pero se cree que ha jugado un papel clave en la organización de la sucesión de Xi y la composición del nuevo CPP.

 

Xi es un «principito», el hijo de un revolucionario que se convirtió en un alto funcionario de la eras Mao y Deng. Los ancianos jubilados, como Jiang, aparentemente prefieren “principitos”, ya que se supone que tienen un interés en la preservación del sistema. Pero debido a que la unción del Xi ha sido el resultado de luchas y compromisos entre facciones, no tiene un mandato personal.

 

Es casi seguro que esa sea una de las razones por la que Hu y sus colegas se movilizaron rápidamente este año para desbancar a Bo Xilai, el carismático “principito” jefe de Chongqing. Bo podía llegar a constituir una amenaza real para Xi de haber entrado en el CPP.

 

Incluso ausente Bo, el faccionalismo en el CPP podría poner en peligro las políticas del Xi y su posición. Resolver los enormes problemas de China proporcionará un amplio espacio para el desacuerdo: la corrupción corrosiva de arriba a abajo, la resistencia generalizada a las depredaciones de los funcionarios locales, la degradación del medio ambiente; enormes disparidades de ingresos, y la fuga de capitales.

 

Si Xi es un reformador que no ha salido aun del armario, su margen de maniobra es reducido. Los 83 millones de miembros del partido no están a favor de cambios radicales que amenacen su poder o sus huchas.

 

Mao justificó sus políticas transformadoras gracias a su victoria revolucionaria; Deng utilizó el trauma de la Revolución Cultural para justificar la reforma y apertura al mundo exterior. Desde entonces, la dirección del partido se ha quedado de piedra por el colapso de la Unión Soviética. Mikhail Gorbachov pretendía reformar el comunismo, pero lo destruyó.

 

Ningún dirigente chino puede adivinar qué reforma podría provocar el fin del comunismo en China, por lo que la tentación es hacer lo menos posible. A falta de un desastre nacional, Xi puede limitarse a salir del paso.
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* Profesor de Historia y Ciencia Política y director del Centro Fairbank de Asuntos Asíaticos de la Universidad de Harvard.
Considerado uno de los más importantes sinólogos occidentales, es autor con  Michael Schoenhals de una monumental historia de la Revolución Cultural China (Ed. Crítica)
En www.sinpermiso.info. Traducción de Gustavo Buster.

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