Conservadores, neoconservadores y fascistas chilenos
Chile, en el primer cuarto del siglo veintiuno, sigue siendo un país de entraña conservadora.
Hoy en día empleamos a destajo el calificativo de «fascista», como una especie de sello o marca registrada, para aplicarlo a cualquiera que no adscriba a posiciones de izquierda o del progresismo al uso. No obstante, el sector fascistoide es -por fortuna- minoritario en el largo pétalo ensangrentado, aun cuando las fuerzas retardatarias, al ver amenazados sus intereses, no trepidan en apelar al caudillaje criollo, a ese patético resabio de una época colonial que permanece, soterrada y latente, en el inconsciente colectivo de un pueblo -el chileno- proclive al autoritarismo. Los partidarios de Augusto Pinochet, más numerosos de lo que se cree, lo confirman; también los y las fans de Ricardo Lagos, otro patrón de fundo de terno y corbata.
Podemos apreciar esta proclividad a la aquiescencia obligada o sumisa, en pequeña y elocuente escala, cuando nos enfrentamos a los reducidos poderes de la burocracia imperante, espacios de dos metros cuadrados donde un tiranuelo, o una tiranuela, ejercen su autoridad circunstancial, apoyados en un rotundo: «Porque yo se lo digo». No existe argumento en contrario, ni menos aludir al criterio o sentido común, inexistentes en tales ámbitos y escasos en nuestra angosta isla.
Algo de semejante jaez estamos viviendo frente al trabajo de la Convención Constituyente y a las primeras acciones del gobierno recién instalado en La Moneda. (A lo que no contribuye mucho el aspecto de egresado de la enseñanza que luce nuestro joven mandatario).
Errores previsibles o torpezas no provocadas, hacen surgir y resurgir el miedo a los cambios, síndrome inequívoco del individuo conservador, llámese Coloma, Schalper o Warnken (el espectro es amplio en orígenes y estamentos), que se articula a través de diversos discursos y manifestaciones, procurando descalificar al adversario político «peligroso», mediante la crítica falaz y la befa pública.
Asistimos, pues, a una nueva arremetida del conservadurismo extremo, para rechazar la propuesta de una nueva carta magna. Lo que hace algunos meses parecía un camino expedito hacia una nueva institucionalidad -a lo menos cívica y jurídica- aparece hoy como dudoso en las recientes encuestas; otro recurso, éste, de manipulación reaccionaria (o conservadora), de la opinión pública.
Los auténticos fascistas, los discípulos tardíos de Mussolini y de Primo de Rivera,
vástagos caricaturescos de Pinochet, como el inefable KK, están al acecho, esperando la oportunidad de «incendiar el Reichstag» y culpar de ello a los «comunistas», aunque éstos exhiban hoy rasgos más bien conservadores y postulen una suerte de neoliberalismo «renovado».
Los conservadores siguen siendo mayoría electoral en la Araucanía, región del secular y jamás resuelto conflicto Mapuche. La propiedad privada, mientras menor en superficie y más extendida sea, afianza las convicciones conservadoras. El pequeño propietario es conservador, en Galicia y en Chiloé, por señalar dos ejemplos conocidos.
-¿Y usted, que esta crónica escribe, cómo se declara?
-Por ahora, revolucionario cauteloso.