Una investigación científica demuestra que escolares uruguayos con exposición a plomo repiten cuatro veces más.

¿Cómo lo supieron? Uruguay fue en su momento un adelantado: consideraba que era necesario un tratamiento toxicológico cuando por cada decilitro de sangre había cinco o más microgramos de plomo. En aquel momento la Organización Mundial de la Salud situaba el límite en diez microgramos. Pero el país se fue quedando atrás y ahora los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos ubicaron el punto de quiebre a partir de los tres microgramos y medio. Uruguay no lo modificó.
¿La consecuencia? En Uruguay un niño con menos de cinco microgramos de plomo por cada decilitro de sangre es dado de alta toxicológica. Entonces no van hasta su casa para ver qué contiene plomo y lo está contaminando. No se revisa el terreno en el que juega o duerme, ni la actividad que desempeñan sus padres, ni las pinturas de los muebles.
Hubo decenas de niños que pasaron por la Unidad Pediátrica Ambiental que tenían menos de cinco microgramos de concentración. Esos también tenían problemas de rendimiento y neurodesarrollo, pero al no ser intervenidos no mejoraban. En cambio, los de mayor concentración “pudieron compensar estos deterioros llevando a una mejoría de desempeño con respecto al grupo de control”.
Por eso lo primero que puede (y debe) hacer Uruguay, es bajar el límite a tres microgramos y medio. De esa manera se lograría una intervención más precoz y universal. Así lo consideran los investigadores Lucía Suárez, Darío Pose, María Moll, Carolina Ponasso y Adriana Sosa.
Una historia de la que poco se habla
Este siglo empezó con una mala noticia en el barrio La Teja. La denuncia por la contaminación ambiental por plomo de un niño derivó en una suerte de tsunami que, a su paso, dejó al descubierto cientos de otros casos de niveles exagerados de plomo en la sangre. Se creó una comisión. Uruguay prohibió el plomo en las pinturas, los combustibles y las nuevas tuberías sanitarias. Y, poco a poco, el metal que “roba la inteligencia” pasó a un segundo plano.
Pero las muestras tomadas, sobre todo, en asentamientos mostraron que la contaminación sigue presente. De hecho, entre los más de 500 casos de niños atendidos en la Unidad Pediátrica Ambiental y que formaron parte de la investigación científica, un tercio de los escolares estudiados estaba expuesto a más de un riesgo: pinturas, terrenos, puntos calientes de quema de cables, acopio, reciclaje o fundición de metales.
Muchos de esos niños incluso nacieron con acumulación de plomo: la madre, expuesta a la contaminación, lo transmitió al feto. Les afectó el sistema nervioso y el desarrollo del cerebro. Y comenzaron una vida en sociedad con notoria desventaja.
Por eso otra de las recomendaciones del estudio titulado “Contaminación ambiental por plomo y su repercusión sobre la trayectoria educativa” señala la necesidad (urgente) de que Uruguay mida la concentración de plomo en todos los nacidos vivos a través de muestras del cordón umbilical. El costo (inferior a 11 dólares por caso) en un país en que nacen cada vez menos niños, “es ínfimo en relación al daño que causa la contaminación ambiental”, reza la investigación.
El sociólogo Santiago Cardozo, especializado en educación, ya había advertido la necesidad de contar con una mejor integración de datos desde antes del nacimiento del bebé hasta su curso por la escuela y liceo. Porque parte del fracaso escolar se puede predecir. Y eso incluye considerar los aspectos ambientales: ¿por qué al niño le “va mal”? ¿Acaso está expuesto al metal que “roba la inteligencia”?
El plomo
El plomo cercena las posibilidades de los niños y tiene grandes consecuencias en sus vidas, ya que se lo considera «un gran destructor intelectual», señaló la pediatra María José Moll, máster en nutrición e integrante de la Unidad Pediátrica Ambiental. «Es por ello que se le llama ladrón de inteligencia porque deteriora el sistema nervioso central, altera el nivel de los neurotransmisores y disminuye el coeficiente. Cuando llega a niños de tres a cinco años, los perdemos para siempre», afirmó la especialista.
El metal es considerado uno de los 10 contaminantes de mayor preocupación en el mundo, es una «sustancia tóxica acumulativa» que afecta el sistema cardiovascular, neurológico, hematológico, digestivo y renal. Los niños son «especialmente vulnerables a sus efectos neurotóxicos y aun los niveles relativamente bajos de exposición pueden causar daño neurológico grave y en algunos casos irreversible», afirma la Organización Panamericana de la Salud.
«Se estima que la exposición al plomo provocó la pérdida de 21,7 millones de años por discapacidad y muerte en todo el mundo debido a sus efectos a largo plazo en la salud, que incluyen el 30 por ciento de la carga mundial de discapacidad intelectual idiopática, el 4,6 por ciento de la carga mundial de enfermedades cardiovasculares y el 3 por ciento de la carga mundial de enfermedades renales crónicas», afirmó la OPS.