COSTA RICA: DERECHA E IZQUIERDA. DEJAR EL LIMBO
En el período comprendido entre los cuarentas –en especial después de 1948– y finales de los setentas, las fracciones de clase que dirigieron el país, mostraron poseer notable flexibilidad y capacidad de adaptación. Lideraron el proceso por el cual Costa Rica devino una sociedad relativamente democrática e integrada. Hacían concesiones y lo hacían con indudable talento. Sobre esa base, como decíamos, se consolidó un exitoso sistema de dominación por consenso.
La recomposición de estos grupos dirigentes posterior a la crisis de 1980-82, da lugar a una conducción con decreciente capacidad de diálogo y persuasión; con declinante flexibilidad para integrar intereses y demandas. Ello gradualmente provocó la erosión del bipartidismo reinante, el descrédito de los liderazgos políticos y de la propia institucionalidad democrática.
La dominación por consenso sobrevivió chupando de sus glorias pasadas y, en especial, gracias al colchón amortiguador que le proporcionaba el por demás vilipendiado estado benefactor gestado en el período previo.
Pasados los años, y por su incapacidad para satisfacer demandas sociales elementales, este proyecto neoliberal tendió a atascarse en un lodazal de divisiones y desacuerdos. La miopía multiplicaba los errores políticos, mientras los excesos de avaricia estallaban en un calidoscopio de casos de corrupción. Así, la estrategia da síntomas de atascamiento desde fines de los noventa. En procura de su relanzamiento se gestan varios movimientos: la imposición fraudulenta de la candidatura presidencial de Oscar Arias y de nuevas y más profundas contrarreformas por vía del TLC con Estados Unidos.
Esto se refuerza con una agobiante campaña de adoctrinamiento estupidizante, de la que son partícipes entusiastas todos los grandes medios de comunicación. Se ha buscado inocular la más tosca ideología individualista, mientras se torpedean sistemáticamente las nociones de respeto, solidaridad y patria.
La coyuntura y las izquierdas
Está por verse qué tan exitosa ha resultado, hasta el momento presente, toda esta estrategia de destrucción de la conciencia democrática del pueblo costarricense. La posible elección de Arias es un indicador en ese sentido. Pero reconociendo que en esto último actúa una gama variada de influencias, mucho más importante será la coyuntura inmediata posterior centrada en la discusión legislativa y eventual aprobación del TLC.
Frente a este panorama, es obligatorio preguntarse, ¿existe la izquierda en Costa Rica? Preliminarmente mi respuesta es que sí, pero no como expresión orgánica e integrada sino como dispersión de organizaciones, movimientos y fuentes de generación de pensamiento. Propongo diferenciar una izquierda social de una electoral, separadas entre sí por distancias casi abismales.
La izquierda electoral es, fundamentalmente, el reducto de las viejas dirigencias que –sin ánimo de poner feas etiquetas– uno podría reconocer como sovietizantes y estalinistas. Son los sobrevivientes –o bien los herederos ideológicos– de una izquierda que nunca logró articular un discurso ni una práctica persuasivas, quizá porque operaba sobre la base de categorías rígidas y excesivamente simplificadas que la alejaban de las realidades de Costa Rica, y la hacían extraña respecto de las inquietudes y necesidades de este pueblo.
En la actualidad, algunos segmentos de esta izquierda –los más sanos y honestos, que sin duda los hay– intentan recomponerse electoralmente sobre la base de un conjunto de buenas intenciones y algunas declaraciones que afirman nobles compromisos, pero sin atinar en un programa más o menos concreto, creíble y viable.
Punto de confluencia
Por su parte, la izquierda social trabaja y se expresa desde organizaciones ambientalistas, campesinas, feministas, gay-lésbicas, sindicales, artísticas, comunales, juveniles. También lo hace –aunque declinante respecto de otros momentos históricos– en la academia. Es un multicolor de reivindicaciones, visiones de mundo y praxis sociales.
En el período reciente, esta izquierda social ha encontrado un punto de confluencia alrededor de la lucha contra el TLC con Estados Unidos. Este ha sido el eje a cuyo alrededor se articulan organizaciones y movimientos que, de otro modo, tan solo se comunicarían entre sí de forma episódica y marginal. Y en el proceso, por cierto, se ha puesto de manifiesto un notable esfuerzo creativo, en procura de solventar la violenta desproporción de recursos materiales con que debe enfrentarse la lucha, de cara a la propaganda millonaria desatada por los sectores promotores de ese tratado.
En el proceso electoral en curso, esta izquierda tiende a dispersarse. Es posible que una porción significativa opte por el Partido Acción Ciudadana, en atención a un criterio pragmático: dentro de las opciones con alguna viabilidad, es la única que medio se parece –aunque sea vagamente– a una propuesta de tintes progresistas.
Otra parte probablemente se decidirá por la abstención. Y tan solo una fracción de la izquierda social –en general, la más ortodoxa– apoyará a las opciones electorales autoproclamadas de izquierda. El fraccionamiento de estas últimas, reduce hasta lo infinitesimal su capacidad de convocatoria. No logran siquiera hacerse oír en ese relativamente amplio contingente de la izquierda social. Menos aún entre la población en general.
Fuerzas y aberraciones en juego
En el futuro cercano, y en la eventualidad del triunfo electoral de Oscar Arias, esa izquierda social enfrentará un predicamento de crucial importancia: la lucha contra el TLC. La desproporción es colosal, por lo que triunfar exige una enorme reciedumbre y un derroche de excepcional creatividad y capacidad de disuasión.
No tan solo habrá que convencer de las gravísimas aberraciones de que está plagado el TLC, sino también –y más importante aún– acerca de que sí existen alternativas viables y creíbles. Al frente habrá una gigantesca ofensiva mediática, mientras desde las cámaras empresariales y la embajada estadounidense se lanzará una verdadera aplanadora de presiones sobre la Asamblea Legislativa.
Cualquiera sea su desenlace, esa lucha debería ser una escuela para el futuro y, en especial, una escuela para la construcción de una izquierda renovada, pluralista y democrática, que no tan solo denuncie ni solamente formule principios y compromisos llenos de valía y generosidad. Sobre todo ha de ser capaz de levantar un programa con propuestas concretas para los problemas concretos, formulado en términos creíbles y persuasivos y en un lenguaje que invite a integrarse, en vez de incentivar la desbandada.
A favor de un programa de izquierda con tales características, se apuesta una tradición histórica que generó un extendido y arraigado sentido común legitimador: aquel de la justicia, la igualdad y la democracia. Estos fueron los pilares ideológicos en que se asentaba la dominación por consenso de los decenios posteriores a los cuarenta.
Operaban entonces como instrumento legitimador de un orden asimétrico que tan solo intentaba aliviar la injusticia. En el futuro deberían ser las fuerzas motrices de un programa donde el derecho a una vida digna para todo ser humano, ha de ser el eje fundamental y prioritario.
Recuperar moral, cultura y país
En contra de este programa, juega el proceso de descomposición ideológica y moral resultante de 20 y tantos años de propaganda y adoctrinamiento neoliberal. No debería ser tan fácil, sin embargo, remover las raíces más positivas de la nacionalidad costarricense. Por cierto, esto último parece evidenciarse en un hecho al que no se le ha dado suficiente atención: Costa Rica es el único país centroamericano donde aún no se ratifica el TLC. El único donde se ha articulado una oposición de relativa envergadura que, además, ha contado con una riquísima alimentación desde ámbitos académicos y científicos, artísticos y culturales.
En años recientes la derecha de Costa Rica muestra flexibilidad para rehacerse y recuperar espacios. Pero resurge contrahecha y decadente: pierde sensibilidad e identidad, atrapada en sus obsesiones de poder y enriquecimiento. Su proyecto posee tanta viabilidad como pueda tenerlo una sociedad polarizada y violenta. Es poco más que un buen programa para el suicidio colectivo.
Por su parte, la izquierda social, aunque débilmente integrada, se muestra palpitante y vital en la generación de pensamiento, pletórica de sensibilidad y gradualmente más creativa en las formas de transmitir su mensaje.
La derecha apuesta al embotamiento de la sensibilidad colectiva y la anulación de las aspiraciones populares por una sociedad justa y democrática. La izquierda bebe cotidianamente de esa sensibilidad, y constituye el reducto donde ésta sobrevive y se enriquece.
La izquierda jamás dispondrá del poder mediático y propagandístico de que dispone la derecha. Plantear la lucha en esos términos es cavar la propia tumba.
La izquierda social se aglutina –aún si no es deliberadamente– alrededor de una gran aspiración compartida: la de una sociedad justa, inclusiva y democrática, capaz de convivir en armonía con la naturaleza. Esta identidad básica debería constituir el criterio de convergencia, desde el cual construir la unidad que permita potenciar lo que constituye su verdadero poder: la rica heterogeneidad de sus expresiones y propuestas; su superioridad ética e intelectual; su profunda sensibilidad humana, ambiental y estética.
El proyecto de izquierda en Costa Rica ha de ser pluralista y democrático –o no será–.
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* Ensayista, catedrático universitario. Colaborador habitual de Tribuna Democrática revista de política y ciencias sociales costarricense.
El presente artículo se distribuyó por Argenpress, Agencia independiente argentina de noticias.
– www.tribunademocratica.com
– www.argenpress.info
La primera parte de este ensayo –Costa Rica: derecha e izquierda. Una se reinventa– puede leerse en:
www.pieldeleopardo.com/modules.php?name=News&file=article&sid=1912.
Los subtítulos son de P. de L.