Caos en el medio oriente, confrontación de Rusia con el occidente, racismo nacionalista en Europa, paranoia terrorista en Estados Unidos, derrumbe del mundo unipolar, crisis económica, violación de las leyes internacionales, genocidio ecológico, fanatismos fundamentalistas, epidemias virales, amenaza nuclear y mucho mas pareciera que nos va a obligar a repensar lo que hacemos antes de caer al abismo. No somos tan estúpidos como para continuar con lo mismo… ¿Cierto?
Bueno, pero, si no lo somos… ¿por que cada rebelión popular en contra del Estado, cada derrocamiento del régimen represivo, cada nuevo sistema es seguido por una forma mas refinada de represión, explotación y dominación? ¿Por qué el poder siempre retorna al mismo lugar? Por supuesto, no todos los regímenes son igualmente opresivos. Hay totalitarismo y democracia, Pinochet y Michel Bachelet.
Pero… ¿que diferencia hace esto a los “sin papeles”, a los millones de pobres del mundo que viven con menos de un dolor al día, a los habitantes de las villas miseria o a las poblaciones indígenas del mundo arrinconadas en reservaciones? Para ellos que amo este en el poder es irrelevante.
Cada vez que miramos el pasado descubrimos que los cambios que han venido ocurriendo le han negado al individuo la posibilidad de una verdadera transformación. Lo paradójico es que en ellos es posible vislumbrar, por algún momento, el retorno de la libertad. Pensemos en la reciente experiencia de Egipto. La caída del régimen se siente como una apertura, como el momento en que no hay ninguna autoridad que reemplace la que se acaba de derrocar. Un vacío lleno de posibilidades, un relámpago revolucionario entre un régimen que se va y otro que viene. Un instante en que en el lugar del poder no hay nada. Ni siquiera la inevitabilidad de la dominación. Pero, solo un instante porque, como en la repetición neurótica, el poder vuelve. Siempre vuelve.
¿Cómo, entonces, podríamos movernos a un mundo sin poder si ya estamos atrapados en uno que nos explota y que opera con nuestra complicidad?
El anhelo de liberarnos completamente del poder se basa en una lógica dualista que impone una división esencialista entre humanidad y poder. Una humanidad oprimida por el poder del Estado, pero no contaminada por el. El ser humano y el poder pertenecen a mundos separados y opuestos. Sin el reconocimiento de esta visión la critica y resistencia al poder del Estado, del capitalista, del patriarcalismo o de la institución religiosa seria imposible. De donde podría venir la oposición si no es de una subjetividad independiente del poder al que es capaz de resistir, de una “esencia humana racional y moral” que es parte del mundo de las leyes naturales y no del mundo artificial del poder jerárquico.
Pero… ¿que tal si esta subjetividad, esto que se cree que somos, esta realmente contaminada y constituida por el mismo poder que trata de derrocar? ¿Por las mismas premisas esencialistas que definen el discurso dominante? Si este es el caso, si la subjetividad esta creada por el mismo poder, si no hay sujeto puro, entonces no es raro que el sujeto termine siempre reafirmando lo mismo. El famoso cambio que queremos siempre termina en un mero cambio de Guardia. Si no hay un lugar incontaminado desde donde el poder pueda ser criticado, si el poder que queremos resistir no tiene limites esenciales, entonces no hay posible resistencia que nos libere. Siempre terminamos donde empezamos. La Revolución de Octubre, la gran promesa de liberación, termino reinstalando las mismas instituciones que quería destruir.
Se podría decir que la revolución bolchevique no fue una verdadera revolución marxista y que el marxismo tiene que ser visto en sus propios términos, juzgado en base a su propia teoría. En Marx, si uno escarba en diferentes escritos, encontramos que el Estado es el enemigo de la libertad humana, el instrumento con el que una clase económica domina a otra. Lejos de ser autónomo, es el reflejo de las condiciones económicas y, al estar determinado por ellas, no puede cambiarlas. El Estado debe ser destruido por la revolución. En otros escritos, sin embargo, cuando analiza el Bonapartismo, por ejemplo, dice que en algunas ocasiones el Estado puede lograr una relativa autonomía constituyendo una esfera separada de la sociedad capaz de usarse como una herramienta de la revolución. En todo caso, cualquiera sea el grado de autonomía, el Estado es, básicamente, dominación de clase. Una expresión de la alienación social que solo puede ser eliminada por el proletariado que no refleja la economía y relaciones de propiedad y el único capaz de reemplazar el Estado burgués por la dictadura del proletariado. Cuando finalmente las distinciones de clase desaparezcan el poder del Estado perderá su carácter político.
Para el anarquismo, en contra de Marx, el Estado constituye una opresión fundamental, cualquiera sea la forma que tome. La opresión y el despotismo son parte de su estructura que tiene su propia lógica impersonal, sus propias prioridades que con frecuencia están mas allá del control de la clase dirigente y no reflejan necesariamente las relaciones económicas. La noción marxista deja afuera el hecho de que el Estado siempre actúa para protegerse a si mismo y no se puede confiar en que la vanguardia lo hará desaparecer. Lo que el Estado hace, en lugar de extinguirse después de la revolución, es apoyar diferentes relaciones de producción que puedan servir para extraer de los trabajadores una mayor plusvalía disponible para si y la clase que le sirve. Lejos de ser solo una institución burguesa el Estado tiene su propio origen y opera de acuerdo a su propia agenda que es la de auto perpetuarse con diferentes atuendos. Cuando una clase es destruida el Estado crea otra en su lugar, incluyendo la supuesta sociedad sin clases. Marx desmantela una forma de poder para reemplazarlo por otro.
El poder como tal no se cuestiona. Solo se reafirma y perpetua. Según el anarquismo este es el problema La verdadera revolución es reemplazar la ley artificial del Estado por la ley natural. El ser humano es naturalmente cooperativo, sociable y altruista y estas tendencias volverán a florecer cuando se remuevan los obstáculos que las constriñen. Esta es su esencia que existe mas allá del alcance del poder. La antítesis esencial es entre el lugar de resistencia constituido por la subjetividad humana y el lugar del poder. Entre la comunidad natural y el Estado artificial.
Pero, cambiar la economía capitalista o destruir el Estado como fuentes del mal… ¿no es permanecer en la misma lógica que se critica? Uno se define en contra del otro. La pureza proletaria en contra de la impureza burguesa. La pureza de la esencia humana en contra de la impureza del Estado. Si el asunto es así … ¿cómo la esencia humana, reprimida por el poder, podría permanecer fuera del poder, incontaminada y pura?
El postular que una clase o un ser humano posee una identidad esencial es seguir operando dentro del mismo marco conceptual con el que opera el poder que se quiere abolir. Aceptar “nuestra esencia humana” es aceptar el limite que ella nos impone. Si nos desviamos somos pecadores o inhumanos… ¿No es esta una construcción ideológica, una idea fija que aprisiona el yo? La sociedad no es un organismo esencial. La historia muestra que es un arreglo discursivo siempre abierto a diferentes articulaciones. La idea de esencia humana es la narrativa a través del cual el poder opera, la estructura con que diseña, coloniza y domina al individuo. Si creemos en ella es porque el poder funciona, no reprimiendo al individuo, sino construyéndolo como un sujeto político través del cual el poder de turno gobierna, se reproduce y perpetua. La esencia humana o la sociedad no son lugares puros, separados del poder. Son productos del poder. No hay lugar fuera de el. El poder esta en todas partes y viene de todas partes.
Lo que deberíamos mirar, dice Foucault, no es tanto el Estado como las practicas que lo hacen posible. El poder fluye, además de los intereses de clase y de las instancias económicas, de las instituciones, practicas y discursos que adquieren una lógica y vida propia como la Iglesia, la familia, el ejercito, la prisión, el discurso siquiátrico, la escuela, la corporaciones, la industria cultural, etc. Es decir, disperso a través del tejido social, moviéndose en una multitud de direcciones y brotando de una multitud de lugares. El problema con esto es que si el poder fluye de diferentes sitios infiltrando cada rincón, la teoría revolucionaria pierde su mayor objetivo. La revolución, concebida como la aniquilación dialéctica final del poder, se vuelve problemática, para decir lo menos.
Si se cree que la destrucción del Estado o su conquista para ser mejor utilizado nos liberara de la dominación es creer que el Estado posee una individualidad, una unidad y una funcionalidad que quizás no tenga y que esta seria la razón de que cada revolución termine con otra dominación. No es que no haya resistencia a la dominación. La dominación incita la resistencia, invita a transgredir los limites. La tragedia de la resistencia es que nunca elimina completamente las relaciones de poder que la producen y los limites que se transgreden se reemplazan rápidamente por otros. Nuestra mejor esperanza es reorganizar el poder en formas menos opresivas.
Ver el poder como una fuerza que reprime o deforma la esencia human es perder de vista el hecho de que el otro lado del poder es productivo y que la subjetividad humana no es autónoma en relación a el. El discurso religioso produce al creyente, el carcelario al delincuente, el militar al soldado, el administrativo al burócrata, etc. El ser humano que lucha por su libertad, dice Foucault, es ya en si mismo el efecto de un sometimiento mucho mas profundo de lo que el mismo pueda creer. El poder es represivo, no porque oprime la esencia humana, sino porque la esencia humana restringe al individuo al aprisionarlo dentro de una subjetividad fija.
Si el poder es omnipresente, si no hay espacio ni punto de partida incontaminado… ¿de donde puede venir la resistencia al poder que no sea efecto del poder? ¿Cómo llegar a una noción de resistencia, a una oposición al poder sin caer en la tentación esencialista?
Lacan puede ser aquí de alguna ayuda. El sujeto no tiene una identidad independiente del poder, una definición fuera del orden del significante. Pero, por mucho que esto sea así, el sujeto siempre fracasa en el cumplimiento de esta identidad. Siempre hay un exceso o brecha radical entre el y el significado que lo define. Esta brecha es la nada indefinible en el centro del sujeto. En lugar de una esencia o completitud a la base de la existencia human encontramos una ausencia y vacío radical que resiste la representación y estabilidad de la identidad… ¿No es este vacío el que abre la posibilidad de interrumpir la cadena significativa, de romper los limites de la esencia, de quebrar el orden simbólico de las ideas fijas? Una apertura radical que el individuo puede usar para crear algo desde ella.
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