Desde La Habana – ES IMPRESCINDIBLE HACER CAMBIOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En una pequeña oficina del quinto piso del edificio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) Rafael Hernández tiene su trinchera de ideas. Este pensador de mediana estatura, frente amplia. que le ha ganado terreno al cabello, de apariencia frágil y pensamiento sólido, conversa no solo con las palabras, sino muy especialmente con la mirada, que a menudo parece cansada de viajar hacia el futuro con un boleto de ida y vuelta.

Para él Temas «es una suerte de esfigmo, eso que usan los médicos para medir los latidos del corazón de la sociedad contemporánea, en primer lugar cubana, pero también del estado del pensamiento en América Latina».

Este registrar los latidos cubanos comenzó en 1995 bajo los auspicios de Abel Prieto, Ministro de Cultura, quien le ofreció dirigirla «con el propósito de que fuera un espacio de debate, desde la perspectiva de una reflexión crítica de los problemas contemporáneos de Cuba y del mundo. Me parece que eso era una necesidad en ese momento, igual que lo es ahora».

Aquella fecha es significativa, porque ubica la promoción al debate de ideas con 12 años de antelación al que hoy día realiza la sociedad cubana. Más aún, Hernández precisa que el surgimiento de la publicación con el objetivo de debatir –y «debate es la discrepancia”–, retoma un rico proceso de crítica y retrospección que fueron interrumpidos por acontecimientos ajenos, pero que golpearon a Cuba.

Y el politólogo saca boleto de viaje hacia atrás, porque «para poder entender el presente hay que voltear la memoria”. Se inclina en el escritorio y me cuenta que entre 1986 y 1990 se produjo «un proceso de discusión pública muy importante, que a mi juicio es el debate crítico más profundo y democrático que jamás se haya dado en Cuba y que culminó con la discusión del llamamiento al Cuarto Congreso del Partido» (Partido Comunista de Cuba).

El debate «desarrolló un prontuario de problemas, de cosas de fondo que tenían que ver con el mal funcionamiento del modelo socialista cubano, no sólo en los aspectos económicos, sino políticos, sociales, culturales, etc. Y yo creo que desde entonces se generó una expectativa de cambios y ya la temperatura de la opinión pública, de la conciencia social crítica acerca de estos problemas, era alta. En ese preciso momento se desencadenó la crisis del período especial y en medio de esa crisis obviamente era imposible seguir adelante con la agenda de la llamada ‘rectificación’ y consecuentemente implementar políticas que le dieran respuesta a esto».

Mientras lo escucho recuerdo que no es el primero de las personalidades que entrevisto que se refieren a ese período (1986-1990), de fuertes debates críticos y que asocio inmediatamente con el llamado de alerta que anticipadamente lanzó Fidel Castro sobre el probable derrumbe de la Unión Soviética y del campo socialista en general.

Otro detalle que valdría la pena que tuvieran en cuenta muchos de los analistas y cubanólogos que escriben en medios extranjeros de prensa, es que el debate actual en Cuba está centrado en la necesidad de perfeccionar el «modelo socialista cubano» y no en la opción entre ese sistema y otro.

«Hay que defender los principios del sistema, pero hay que transformar el modelo», afirma Hernández. Para apuntalarla, comenta: «He oído decir –no sé si es una cifra que se ha manejado oficialmente– que en estas discusiones en torno al discurso del Raúl se han expresado y contabilizado más de dos millones de propuestas. Seguramente que entre esos dos millones de propuestas hay cosas que son inviables, pero estoy seguro que entre ellas están todos los problemas importantes de la sociedad cubana, todos los problemas que afectan el funcionamiento del modelo socialista cubano. Y yo creo que de eso es de lo que han sido las discusiones».

La fluidez del diálogo nos devolvió al presente, por lo que la pregunta era inevitable: los debates abiertos en los centros de trabajo, núcleos del Partido Comunista y en los barios de toda Cuba, ¿serán un simple ejercicio del pueblo en el diván del psiquiatra, una catarsis y ya?

«Eso no puede pasar», dice categórico. «Yo pienso que estamos en un momento crucial de la historia de nuestro país. Este es un momento en el que se ha acumulado una inmensa capacidad de creación intelectual y una inmensa energía social en el que contamos con una población verdaderamente educada y culta, una población que piensa con su cabeza, que como resultado de todos estos años nos permite disponer de una opinión pública, de una ciudadanía con una capacidad de análisis crítico consecuente, consistente, comprometido.

Creo que el hecho de que la dirección de la revolución convoque a una discusión de los problemas nacionales y que se pida que la gente se exprese realmente, da la medida de la voluntad de cambio existente en el país. Porque yo no creo que la dirección de la revolución pueda convocar a una discusión sobre una cantidad de problemas para que después no pase nada».

Antes de que haga la siguiente pregunta, mi entrevistado se anticipa:

«Creo que no se trata de si debemos o no debemos hacer cambios: se trata de que es imprescindible hacer cambios. La política no es el arte del ejercicio de la voluntad humana, la política es el arte de lo posible y de las necesidades que la realidad nos impone. La sociedad cubana actual demanda cambios y es parte fundamental del socialismo en Cuba que el consenso se articule en torno a la respuesta a esos cambios».

Aplicando a los problemas una tradicional canción cubana, le digo que las dificultades acumuladas “son tantas que se atropellan» y que a mi juicio pueden superar la capacidad de respuestas.

«Nosotros tenemos una cantidad de problemas materiales, tenemos una cantidad de problemas que tienen que ver con escasez de recursos, pero otros problemas no tienen que ver con eso, sino con mentalidades, con maneras de pensar y de concebir el socialismo, con maneras de pensar y concebir la participación, y yo creo que sin una participación efectiva de la ciudadanía en el control de las políticas y en la toma de decisiones no podemos solucionar ningún problema importante, sea la producción de leche, sea el transporte local, sea el abastecimiento de energía, sea el ahorro de recursos o sea la construcción de viviendas.

«Todo eso pasa por la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones de las prioridades y en el control de las políticas. Yo no creo que ningún mecanismo administrativo burocrático va a controlar la política ni a evitar la corrupción como lo puede hacer el pueblo».

Rafael Hernández me informa que en sus 52 ediciones la revista Temas ha abordado asuntos como las transiciones, el papel del mercado en el socialismo, el consenso nacional, la propiedad socialista, la participación efectiva del ciudadano, entre otros asuntos.

Mediante mesas redondas y artículos, la publicación ha publicado las opiniones de economistas, sociólogos, antropólogos, músicos, escritores, cineastas, diseñadores…, las discusiones y críticas que ejercita cotidianamente el cubano de a pie; y no solo imprimirlas, sino presentarlas en foros-debates a donde puede asistir y participar cualquier ciudadano. Incluso, recuerda Hernández, esas discusiones son anunciadas por la TV nacional. Es curioso. ¿No habrá recibido llamados o reprimendas por los artículos publicados? ¿Han tratado de censurarlo?

«Todo lo que trata de desplegarse en el terreno intelectual con ideas, con perspectivas críticas, tiene que vencer obstáculos. Es natural, es normal. Si uno no quiere enfermarse de saturnismo o de silicosis, lo mejor que hace es no trabajar en una mina, y si uno no quiere tener problemas en la cervical, mejor no trabaje en una computadora. Las profesiones, las ocupaciones tienen sus propias enfermedades profesionales. Y la nuestra tiene que ver con eso, tiene que ver con mentalidades que en un momento determinado se resisten a que ciertas cosas se puedan debatir.»

Intento interrumpirlo, pero prosigue: «En la Cuba de los últimos 15 años diría yo, es cada vez más una batalla que se libra de una manera adecuada, de una manera negociada, de una manera dialogada. Y yo creo que el diálogo entre las instituciones que toman decisiones y las instituciones del mundo de la cultura, del mundo del pensamiento, es cada vez más fluido. Y fluido no quiere decir que no pueda haber desacuerdos. Yo creo que la resistencia a que se produzcan nuevas ideas, críticas y cambios es algo que yo me encuentro en mi vecindario, no tengo que ir a ninguna oficina del gobierno para encontrarme resistencia.

Yo creo que en nuestra cultura cívica hay elementos que se resisten al cambio y que se resisten a aceptar determinadas críticas o a que la discusión pública de determinados problemas sea conveniente. No es una mentalidad que está exclusivamente instalada en la cabeza de algunos burócratas, sino en la cabeza de muchísimos ciudadanos que yo conozco, que son reacios a la discusión, que no creen realmente que un debate pueda desencadenarse e ir hasta el fondo de las cosas y que, además, muchas veces no estamos preparados para el debate.

Cuando hablamos del debate o de la crítica muchas veces hablamos de eso, de la censura, de las restricciones, de los controles, pero nunca hablamos de nuestra propia incultura del debate. Yo creo que nosotros tenemos que fomentar una cultura del debate desde abajo, porque nuestra sociedad carece de ella. Muchas veces llamamos un buen debate a un debate en el que los que han intervenido dicen lo mismo que uno piensa. Eso no es debate, debate es la discrepancia. Y yo creo que es muy importante que en el debate se expresen posiciones divergentes en un espíritu de diálogo, de respeto mutuo, y yo creo que la política en este momento pasa por ahí».

Para este politólogo cubano, que ha impartido cursos en varias universidades de EEUU y Europa como profesor invitado, participación y crítica son esenciales para construir el modelo de socialismo cubano.

«Yo creo que toda la discusión en torno al discurso de Raúl del 26 de julio es una discusión en la que se convoca a la discrepancia. Y eso es algo que a mi me parece esencial para la vitalidad de una cultura política. Y en nuestro caso, una cultura política socialista no puede ser saludable si no se desarrolla a partir del debate y de la crítica de la inmensa mayoría de los ciudadanos. La opinión pública en Cuba es la inmensa mayoría de los ciudadanos, no un grupo que controla un número determinado de medios de difusión. Y yo creo que eso es esencial para que se produzcan cambios y para expresar, para que los medios de comunicación, incluidas revistas como Temas, realmente puedan enfrentar y plantear los problemas que se plantea el ciudadano común».

Las palabras finales de Hernández parecen coincidir con la idea que tienen muchos intelectuales y políticos cubanos acerca del futuro de Cuba.

«Todas las fórmulas que vayan destinadas a promover, a enfatizar, a profundizar el contenido social del socialismo, son fórmulas que van dirigidas a la médula de los problemas centrales del desarrollo cubano.

La revolución tiene que seguir adelante y darle cada vez más espacio a las nuevas generaciones. Esas nuevas generaciones están demandando capacidad, poder, nivel de decisión sobre sus propias ideas, sobre sus propios problemas, sobre sus propios criterios acerca de lo que debe ser una sociedad socialista. Y yo creo que el socialismo del futuro es el socialismo de los jóvenes».

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* Jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana y editor de la versión en español del semanario bilingüe Progreso Semanal.

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