DETRÁS DE UNA ELECCIÓN

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

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Pinochet no pudo votar. Se quedó arrestado en su casa de La Dehesa, el barrio de ricos de la capital chilena. No pudo ejercer su derecho a voto al estar procesado tanto por evasión de impuestos como por el crimen masivo de disidentes de la llamada Operación Colombo. Y quedó en blanco el espacio donde debía firmar en el libro de registro, allí donde aún dice que su domicilio es el Palacio de La Moneda. No cambió el dato pese a que dejó el gobierno en marzo de 1990.

El heredero político de Pinochet, el economista Joaquín Lavín, tuvo que entregar el liderazgo de la derecha al empresario Sebastián Piñera. Este fue el fenómeno más importante de lo ocurrido en las elecciones del pasado domingo en Chile, aunque a primera vista el titular en todos los diarios del mundo destacó que la socialista Michelle Bachelet obtuvo la primera mayoría relativa.

Habrá segunda vuelta –o balotaje- el próximo 15 de enero. Y entonces se medirán las fuerzas entre la alianza gobernante de la Concertación (centro-izquierda) y la oposición ahora marcada por el centro-derechista Piñera. Fuera de concurso quedó la izquierda “dura” (casi un 5.5 por ciento) y la derecha “dura” de Lavín y su pinochetista partido Unión Demócrata Independiente, UDI (casi un 23.5 por ciento).

Se pueden hacer todo tipo de sumas para observar la realidad desde muchos y legítimos puntos de vista. Si se suman los votos de Piñera y Lavín, se puede decir que Chile –con 16 años de transición- es más derechista que centro-izquierdista. Si se apunta al casi 46 por ciento de la doctora Bachellet, se puede anotar que Chile está dando un salto progresista al votar por una mujer, socialista, torturada e hija de un asesinado por la dictadura como la más segura Presidente de Chile para el período 2006-2010. Porque si sólo la izquierda “dura” –comunistas, humanistas y verdes- la vota en enero, ella se asegura la banda presidencial.

Pero el fenómeno es más profundo. En el pequeño país sudamericano, usado como ejemplo de buen funcionamiento del modelo neo-liberal de la Escuela de Chicago, los factores reales de poder se concentran en dieciséis grupos económicos que producen el 81 por ciento del Producto Interno Bruto. Ese poder nació de la privatización de empresas estatales durante la dictadura. Y hoy la abundancia de su riqueza los ha llevado a expandir sus negocios a lo largo y ancho de Latinoamérica.

Ese poder –tan real y tangible como lo son las monedas de sus bóvedas virtuales– es el que toma las decisiones, aunque de tanto en tanto haya elecciones y los ciudadanos crean ser quienes decidan. Ese poder decidió en 1989 que Pinochet “no va más” y le quitó el piso cuando tramó dar un auto-golpe y perpetuarse en el poder. Como pago por los servicios prestados, dejó a Pinochet como administrador del arsenal en el cargo de jefe del ejército por otros ocho años. Impunidad asegurada. Y luego, en marzo de 1998, lo instaló como senador vitalicio. Impunidad de por vida.

Gran parte de quienes fueron disidentes a la dictadura aceptaron el juego a cambio de construir una pacífica transición a la democracia. Se instaló la Concertación en el Palacio de La Moneda, con los presidentes Aylwin, Frei y ahora Lagos. Pero de facto ha funcionado en Chile un cogobierno con la derecha bajo el eufemismo de “política de consenso”, ratificado por el sistema electoral de binominalismo que asegura un cuasi-empate en el Parlamento. Así, la izquierda “dura” no ha podido instalar siquiera un diputado durante toda la transición.

El juego político, casi versallesco, se rompió cuando la justicia española logró el arresto de Pinochet en Londres en octubre de 1998. Es verdad que el gobierno de Frei presionó hasta lograr su liberación y traerlo de regreso a Chile bajo el compromiso de juzgarlo. Es verdad que luego la presión política no halló otra vía –para asegurarle impunidad– que declararlo demente. Pero Pinochet, arrogante, decidió hacer difícil la tarea de protegerlo. Y dio entrevistas ufanándose de su lucidez. Y movió dineros mal habidos en más 150 cuentas secretas. A la derecha –económica y política- no le quedó más camino que darle la espalda.

En ese cuadro es que el heredero político de Pinochet, el UDI Joaquín Lavín, cayó en desgracia junto con él. Y para sacarlo de la competencia saltó al escenario el empresario Sebastián Piñera, quien se ufana de haber votado “no” en el plebiscito que marcó el fin de la dictadura.
Piñera pasa a ser ahora el nuevo líder de la derecha. Es posible que llegue a La Moneda, pero todo indica que para los “dueños” del país sigue siendo más cómodo y rentable estar en una aparente oposición y en un real co-gobierno que instalarse en el otrora bombardeado palacio que vio morir al Presidente Allende.

Piñera representa la nueva postura pragmática del empresariado que necesita dejar atrás, en el olvido, al pinochetismo. La esperanza es que, además, los empresarios chilenos salgan de las cavernas del miedo al marxismo y se modernicen, que comprendan que no hay mejor negocio (para sus negocios) que una democracia donde la riqueza se comparta con mayor justicia social.

¿Cómo le viene este juego político a Chile? Si se lo observa en el contexto del vecindario latinoamericano, habría que decir que muy bien. La economía crece entre cinco y seis por ciento al año, tiene equilibrios macro-económicos aplaudidos por el FMI y no hay peligro inminente de explosiones sociales.

Pero si se observa a Chile 2005 en el contexto de su historia, hay que decir que el juego político es peligroso. Porque la pésima redistribución del ingreso nutre (¿o desnutre?) una extrema pobreza que no tiene más explicación que la desmesurada voracidad de la extrema riqueza y la debilidad o cobardía de los gobiernos de la Concertación para encararla y resolverla. Porque no se puede basar el crecimiento en mano de obra barata y desesperanzada, así como en la sobre explotación de materias primas. Porque no se puede construir una democracia estable en el largo plazo si los resultados exitosos en lo macro no se traducen en real calidad de vida en lo “micro”, en la vida de cada familia.

Para decirlo sólo con dos potentes ejemplos. Todos concuerdan que si hoy existe una niña en Montegrande, hija de una maestra rural, que ame la poesía o un niño en Parral, hijo de un jefe de estación de ferrocarriles, que escriba poemas en sus cuadernos escolares, tienen ambos escasas o nulas posibilidades de transformarse en Gabriela Mistral y Pablo Neruda, los dos chilenos que conquistaron el Premio Nobel.

Chile se vanagloriaba de ser pobre, pero honrado y culto. Hoy Chile es más rico y debe reencontrarse con su honradez y su cultura democrática.

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Periodista y escritora. Publicado en el diario español El Mundo.

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