Dichos de Rafael Correa en Chile o la diplomacia no quita consecuencia

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Sorprendente la visita oficial del presidente ecuatoriano a Chile, país que van cuarenta años ya que en su territorio no se escucha hablar a un político con perfil de estadista, salvo excepcionalmente y siempre venidos del otro lado de sus fronteras. Cauto, medido, optimista —y más extraño aún en Chile: culto— Rafael Correa hace pensar que la organización republicana de la sociedad no es imposible. LAGOS NILSSON.

 

República no es la convocatoria a un ceremonial, rituales periódicos sin significado para las mayorías, cuyo objetivo consiste en mantener ad eternum una suerte de empate social que permite a unos bañarse en agua de rosas y a otros —los convocados— romperse los dientes para mal flotar en una mar de detritus.

 

Lo que parece comprendido (y asumido) por Rafael Correa, antaño alumno destacado de los jesuitas de Lovaina, hoy presidente de un país que mira al Pacífico desde sus montañas como apresado en la entente que forman de hecho sus vecinos sobra la misma mar para servir como cajas de resonancia y cumplimiento de los dicterios (insultos, provocaciones) estadounidenses para el resto de América.

 

En la F ILSA
Invitado fue Correa por su colega chileno —Sebastián Piñera— para inaugurar, no «al alimón» naturalmente, que es mucho lo que les separa más allá de la tinta y la sangre, la edición 2012 de la Feria Internacional del Libro de Santiago (que se monta curiosa y no paradojalmente, puesto que en Chile ya casi no andan, en una vieja estación de ferrocarril); Ecuador es este año el invitado de honor de la «fiesta de la cultura y el libro», y Correa presentaba uno: Ecuador: de Banana Republic a la no República.

 

«Nos pasamos de ser republicas bananeras a ser no-republicas, se destruyó lo público, desertó el Estado, quebró el país, se rompió la cohesión social, dos millones de habitantes y todo, como se demuestra  el libro, y es muy fácil demostrarlo, producto del fundamentalismo neoliberal» —dijo el autor dando luces al público de la FILSA acerca del contenido del volumen.

 

Sobre el neoliberalismo fue más preciso: «Esa ideología disfrazada de ciencia que es el neoliberalismo»; pero fue todavía más allá al sostener que el arte y el pensamiento son necesarios para de verdad conseguir la independencia del continente: «Nuestra verdadera independencia pasa por la descolonización del pensamiento».

 

Desde luego recordó a Neruda y Gabriela Mistral, a Violeta Parra y a Víctor Jara; entre los más nuevos al escritor Roberto Bolaño. Aquellos ubicados cerca del orador y del anfitrión, el presidente de Chile, no abundan sobre la expresión de Piñera ante lo que —seguro— sus asesores, ministros y él mismo deben haber estimado una pieza de texto que rondó el terrorismo en su variante intelectual y el mero alarde culturoso.

 

Rafael Correa no se refirió, como Piñera, a los encantos turísticos que tanto Ecuador como Chile tienen; debe haber pensado el visitante que una feria del libro con proyección —o intento de proyección— internacional debía ser cátedra para otras cosas; bien se ve que entre la información sobre el país Correa no tenía (o, lo que es peor, no quiso mencionarlo) información sobre las adquisiciones de libros para las bibliotecas públicas…

 

Más allá de anécdotas e interpretaciones, sin embargo, la breve visita del primer mandatario del Ecuador, por su sobriedad, contenida emoción y claridad de conceptos logra hacer pensar que en Chile todavía sobre el tapete de su devenir pueden rodar los dados que, en haciéndolo separan la farsa de la verdad, el conformismo del futuro, la basura del cristal; la pena es que nadie del universo «esclarecido» del país reciba el mensaje.
Lo que quizá sea bueno: lo contaminarían.

 

El fantasma de Allende
«Inspiración, ejemplo, coherencia. Seguiremos con la lucha del presidente Salvador Allende», dijo Correa. Y agregó: «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».

 

Y, luego, recoge un claro mensaje de la historia a lo por venir:
«Presidente [Allende], sus hombres libres están viniendo en nuestra América. Gracias por su ejemplo y su sacrificio».

 

Dentro de ellos, pero también un poco más allá de los asuntos protocolares, el político ecuatoriano —que busca la reelección en próximos comicios presidenciales— dejó en claro que su visita a la tumba de Salvador Allende en el Cementerio General del Santiago no fue solo un gesto de buena crianza (que los políticos chilenos no han tenido jamás); en una disertación magistral en la sede de la CEPAL, supo decir con claridad:
«El gran desafío para nuestra América, el imperativo moral, es vencer la miseria y la pobreza. Es una vergüenza para América Latina –un continente que tiene todo para ser el más próspero del planeta- continuar con los actuales niveles de desigualdad, que a su vez producen esa miseria y esa pobreza».

 

No debe haber gustado a sus colegas economistas —de derecha y seudoizquierda enquistado en el sistema imperante— la descripción del desafío. Dijo:
«Vencer la pobreza, que por primera vez en la historia no es fruto de escasez de recursos ni factores naturales, sino de sistemas perversos y excluyentes. Para hacer eso se requiere de cambios en la relación de poder y de procesos políticos».

 

Y trazó el esquema de lo necesario para lograrlo:
Un sistema impositivo más justo por el cual se reacomode la carga tributaria; gasto público como garante de la igualdad; el control de los mercados en función de objetivos sociales, y, finalmente, una adecuada distribución del acervo social.

 

Sin inmiscuirse en asuntos locales el presidente Correa fue claro al tocarse los asuntos de la educación, dijo:
“Podemos enfocar la educación como un derecho, entonces tendría que estar garantizada por el Estado [hay diferentes sistemas…] Nuestra visión es la gratuidad de la educación hasta la universidad inclusive”.

 

Acusan al gobierno chileno de vetar visita a universidad
El académico de la Universidad de Santiago Jaime Retamal, en un artículo reproducido por la prensa marginal, antisistema o alternativa, señaló:

 

«Razones de seguridad fue lo que expuso el Gobierno de Chile a las autoridades ecuatorianas en nuestro país para impedir que el Presidente Rafael Correa visitara la Universidad de Santiago y expusiera, en un diálogo académico, cifras que mostraran los logros y desafíos de la famosa ‘revolución ciudadana’ que está llevando adelante en su país, Ecuador.

 

«El veto resulta del todo plausible si es mirado desde la perspectiva de los prejuicios y sería aplicable no sólo a la Universidad de Santiago, sino a un sin número de instituciones de educación superior públicas y privadas. ¿Correa en la Universidad Central? ¿Correa en la Universidad Silva Henríquez? ¿Correa en la ARCIS, en la Academia de Humanismo Cristiano, Correa en la Universidad del Mar?… es lo mismo que Correa en la Universidad de Chile, de Concepción, la Frontera, de Playa Ancha o en la UMCE.

 

«Son prejuicios que hablan de violencia, criminalización, anarquismo y encapuchados. Son prejuicios que encierran en un universo simbólico denigrante a comunidades académicas enteras, aunque se diga que no, que nunca se ha dicho eso, que sólo se han referido a los grupúsculos violentistas.
La verdad es que no es necesario ser semiólogo para darse cuenta que lo que importa en todo esto es ‘lo no-dicho’ (así operan los prejuicios más estructurantes) más que ‘lo dicho’.

  

Luego el articulista se pregunta:
«¿Qué significa para este país que aquella institución que estaba destinada al desarrollo científico y tecnológico —CONICYT— sea trasladada desde el Ministerio de Educación al Ministerio de Economía para su administración? De eso sí que saben “hablar”, y fuerte, con hechos».

  

«Nadie de la élite ni del gobierno quiere escuchar la historia de un país que devorado por el neoliberalismo un día dejó atrás las lógicas neoliberales excluyentes, y avanza y se desarrolla con una nueva Constitución (Asamblea Constituyente mediante) y con nuevos proyectos y desafíos. Nadie, obviamente.

 

«Nadie de la élite chilena quiere escuchar al Presidente Rafael Correa decir en una universidad pública, menos en la USACh, que la educación superior pública gratuita es posible.

 

«Nadie de la élite chilena quiere escuchar sobre el ‘Proyecto Yachay’, uno de los más ambiciosos del Ecuador: la creación de la Universidad Tecnológica Experimental, que pretende convertirse en el principal conglomerado tecnológico y de investigación aplicada de América Latina.

 

Lo que sí quieren escuchar es precisamente lo que les interesa: negocios. Para eso, donde sea y como sea, hay garantizada seguridad.

 

«¿Reuniones con empresarios?, ¿reuniones con los empresarios de la megaminería? Seguridad garantizada. Pero claramente será uno de los momentos conflictivos para el presidente Correa, pues como me dijo hace poco un académico argentino, escritor del éxito de ventas “15 Mitos y realidades de la Minería Transnacional en la Argentina”, Enrique Viale, “la megaminería es la principal contradicción del proyecto de revolución ciudadana de Correa”. Ya tiene problemas por las consecuencias ambientales en Yasuní, ya los tendrá por la megaminería.

 

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