¿Dónde está la izquierda en esta tormenta económica?

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Para salir de esta trampa es necesario establecer la lista de las condiciones previas para meter en vereda la globalización financiera. Sin embargo inmediatamente surge un problema: teniendo en cuenta la abundancia y sofisticación de los dispositivos que se han incrustado desde hace treinta años en el desarrollo económico de los Estados y la especulación capitalista, incluso un programa de reformas relativamente fácil (menos desigualdad fiscal, progresión moderada del poder adquisitivo de los salarios, mantenimiento de los gastos de educación, etc.) ahora implica un número significativo de rupturas. Rupturas con el actual orden europeo y también con las políticas a las que los socialistas están alineados (9).

Son necesarios, por ejemplo, un cuestionamiento de la «independencia» del BCE (los tratados europeos garantizan que su política monetarista escape de cualquier control democrático), una flexibilización del pacto de estabilidad y crecimiento (que en períodos de crisis asfixia la estrategia voluntarista de lucha contra el desempleo), denuncia de la alianza entre liberales y socialdemócratas en el Parlamento Europeo (que ha llevado a estos últimos a apoyar la candidatura de Mario Draghi, exbanquero de Goldman Sachs, como director del Banco Central Europeo), sin hablar del libre comercio (la doctrina de la Comisión Europea), de una auditoría de la deuda pública (con el fin de no reembolsar a los especuladores que han apostado contra los países más débiles de la Eurozona); sin todo eso, la partida empezará mal de entrada.

E incluso estará perdida de antemano. En efecto, nada permite creer que Hollande en Francia, Sigmar Gabriel en Alemania o Edward Miliband en el Reino Unido triunfarán donde Obama, Zapatero y Papandreu ya han fracasado. Imaginar que «una alianza que hace de la unión política de Europa el centro de su proyecto» garantiza, como espera Massimo D’Alema en Italia, «el renacimiento del progresismo» (10) se parece (en el mejor de los casos) a soñar despierto. En el actual estado de las fuerzas políticas y sociales, una Europa federal solo puede cerrar más los mecanismos liberales ya asfixiantes y despojar un poco más a los pueblos de su soberanía al confiar el poder a oscuras instancias tecnócratas. Por otra parte, ¿la moneda y comercio no son ámbitos ya «federalizados»?

Sin embargo, en tanto que los partidos de izquierda moderados continúen representando a la mayoría del electorado progresista -sea por adhesión a su proyecto o por el sentimiento de que esa constituye la única perspectiva de una alternancia aproximada- las formaciones políticas más radicales (o los ecologistas) se encontrarán condenados al papel de figurantes, de fuerzas de apoyo o para hacer ruido. Incluso con el 15% de los sufragios, cuarenta y cuatro diputados, cuatro ministros y una organización que agrupa a cientos de miles de adeptos, el Partido Comunista Francés (PCF), entre 1981 y 1984, nunca influyó en la programación de las políticas económicas y financieras de François Mitterrand. El naufragio de Refundación Comunista en Italia, presa de su alianza con los partidos de centro izquierda, no constituye un precedente más emocionante. Entonces se trataba de recordar, prevenir a cualquier precio la vuelta al poder de Silvio Berlusconi. Lo cual pasó de todas formas, pero después.

El Frente de Izquierda francés (perteneciente al PCF) quiere contradecir esos augurios. Presionando al Partido Socialista espera que este se libere de «sus atavismos». A priori la apuesta parece ilusoria, incluso desesperada. Sin embargo, si integra otros factores aparte de la relación de fuerzas electorales y las obligaciones institucionales, puede prevalerse de precedentes históricos. Así, ninguna de las grandes conquistas sociales del Front populaire (vacaciones pagadas, semana de 40 horas, etc.) estaba inscrita en el programa (muy moderado) de la coalición victoriosa de abril-mayo de 1936; fue el movimiento de huelgas de junio el que se las impuso a la patronal francesa.

La historia de ese período no se resume sin embargo en la presión irresistible de un movimiento social sobre los partidos de izquierda tímidos o asustados. Fue la victoria del Front populaire la que liberó un movimiento de revolución social y dio a los trabajadores el sentimiento de que no se enfrentarían al muro de la represión policial y patronal.

Envalentonados, también sabían que los partidos a los que acababan de votar no les darían nada si no les retorcían la mano. De ahí esa dialéctica victoriosa -pero tan rara- entre elección y movilización, urnas y fábricas. Un gobierno de izquierda que no afrontase una presión semejante se encerraría rápidamente en una cámara cerrada con una tecnocracia que desde hace mucho tiempo ha perdido la costumbre de hacer cualquier cosa que no sea liberalismo.

Tendría como única obsesión seducir a las agencias de calificación, de las que nadie ignora que «rebajan» inmediatamente a cualquier país que se compromete a una verdadera política de izquierda.
 
Como una estrella muerta, la República Central lanza sus últimos rayos

Entonces, ¿audacia o estancamiento? Desde el amanecer hasta el crepúsculo nos machacan con los riesgos de la audacia -aislamiento, inflación, degradación-. Sí, pero ¿y los riesgos del estancamiento? Al analizar la situación de la Europa de los años 30, el historiador Karl Polanyi recordaba que: «el callejón en el que se ha metido el capitalismo liberal», en varios países desembocó entonces en «una reforma de la economía de mercado realizada al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas» (11). ¿Pero de qué soberanía popular pueden todavía valerse las decisiones europeas tomadas a remolque de los mercados? Incluso un socialista tan moderado como Michel Rocard se alarma: todo nuevo endurecimiento de las condiciones impuestas a los griegos podría provocar la suspensión de la democracia en ese país. «Dada la situación colérica en la que se va a encontrar ese pueblo, escribía el mes pasado, se puede dudar de que algún gobierno pueda mantenerse sin el apoyo del ejército. Esta lamentable reflexión sirve, por supuesto, para Portugal, Irlanda y otros más grandes. ¿Hasta dónde?» (12).

A pesar de estar apuntalada por toda una quincallería institucional y mediática, la República Central se tambalea. Se está poniendo en marcha una carrera de velocidad entre el endurecimiento del autoritarismo liberal y el desencadenamiento de una ruptura con el capitalismo. Todavía parece lejana. Pero cuando los pueblos dejan de creer en un juego político mentiroso, cuando observan que se despoja a los gobiernos de su soberanía, cuando se obstinan en reclamar que se meta en vereda a los bancos, cuando se movilizan sin saber adónde les conducirá su ira, eso significa, a pesar de todo, que la izquierda todavía sigue viva.

Notas:
(1) Compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
(2) Benoît Hamon, Tourner la page. Reprenons la marche du progrès social, Flammarion, Paris, 2011, páginas 14-19.
(3) Agence France-Presse, 4 de septiembre de 2011.
(4) François Hollande, Devoirs de vérité, Stock, París, 2006, páginas, 91 y 206
(5) Ibid., páginas 51 y 43.
(6) Lionel Jospin, «Reconstruire la gauche », Le Monde, 11de abril de1992.
(7) Benoît Hamon, op. cit., página 180.
(8) Citado por Alain Salles, «L’odyssée de Papandréou », Le Monde, 16 de septiembre de 2011.
(9) « Cuando la izquierda renuncia en nombre de Europa », Le Monde diplomatique, junio de 2005.
(10) Massimo D’Alema, «Le succès de la gauche au Danemark annonce un renouveau européen», Le Monde, 21de septiembre de 2011.
(11) Karl Polanyi, La Grande Transformation, Gallimard, París, 1983, p. 305.
(13) Michel Rocard, « Un système bancaire à repenser», Le Monde, 4 de octubre de 2011.

*Director de Le Monde diplomatique. Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/2011/11/HALIMI/46895

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