Dudas

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“Nada hay por completo cierto, sino la sombra de lo que hacemos,
sea por obligación o por costumbre”.
Pirrón de Elis

Camina por calle Ejército Libertador, hacia el norte, con destino estación Metro Los Héroes. Ni el adjetivo de la calle ni el epónimo impreciso de la estación del subte le preocupan. Otras son sus contradicciones, pues no hay otra espada con filo más agudo que la esperanza.

Siete de la tarde, hora vespertina que los gallegos llaman “o serán”. Se detiene ante el atrio de la iglesia parroquial de San Lázaro. Aquí celebraron bodas de su hermana menor -la más querida-, hace cuatro décadas…Pirron

El agnóstico cruza las anchas puertas de batiente, color roble claro, y se sienta en una de las últimas bancas, en el ala izquierda de la ancha nave. Un grupo de mujeres –no son más de veinte- rezan el rosario, mirando hacia un altar, tras cuya ara se alza una hornacina que guarda la imagen de una virgen de vistoso atuendo que no es la del Carmen. Un hombre con trazas de “hermano”, provisto de casulla blanca, dirige el coro monótono de los “enaires de gracias”.

A la izquierda, frente a un San Lázaro de escayola, un hombre joven musita sus oraciones, mientras se estremece bajo contenidos sollozos. Está expresando un voto, una petición, de seguro no para él, sino para alguien que ama… Podría ser un hijo o su mujer, acaso enferma de mal incurable, o un hermano que se agita en un hospital, entre la vida y la muerte.

El agnóstico cavila, piensa y reflexiona: ¿A dónde irán todas estas plegarias? No el sentido de ellas ni las impetraciones de sus peticionarios, sino las palabras, esos sonidos extraños conque nominamos el mundo, los seres, las cosas, en desesperado afán por apropiarnos de lo nombrado, para retenerlo, como si fuera un tesoro a punto de esfumarse en el olvido cíclico del tiempo, esa extraña esfera que pasa por nosotros, hurtándonos, poco a poco, los hálitos de vida y los sueños que se desvelan cada amanecer, para acostarse con la muerte.

Al agnóstico le parecen gastadas las consabidas oraciones. Ni siquiera intenta repetirlas, prefiere musitar unos versos que se le vienen a la memoria, un poema de Gabriela Mistral que tanto le gusta: La Casa, porque a lo largo de su prosodia, del habitáculo casa hay muy poco, apenas la mención de los muros; todo lo demás es la mesa, y más que esta tabla asentada sobre cuatro soportes, el pan, “que casi habla”, como bien dice la inmortal niña de Elqui:

La mesa, hijo, está tendida
En blancura quieta de nata,
Y en cuatro muros azulea,
Dando relumbres, la cerámica.Almuerzo Pobre - Rebanada De Pan En Una Placa Y Cubiertos Imagen de archivo - Imagen de blanco, hambre: 104067527
Ésta es la sal, éste el aceite
Y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.

Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este Pan “cara de Dios”
no llega a mesas de las casas.
Y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.

Hijo, el Hambre, cara de mueca,
en remolino gira las parvas,
y se buscan y no se encuentran
el Pan y al hambre corcovada.
Para que lo halle, si ahora entra,
el pan dejemos hasta mañana;
el fuego ardiendo marque la puerta,
que el indio quechua nunca cerraba,
¡y miremos comer al Hambre.
para dormir con cuerpo y alma!

Cuando el poema concluye, improvisada oración, la campanilla anuncia la entrada del sacerdote para oficiar la misa vespertina. Una mujer gruesa, con escapulario visible y un rosario ambarino entre las manos, se le acerca y pregunta: -¿Va a comulgar?

El agnóstico la mira y apenas mueve la cabeza. Ni ese pan sacro ni el Pan del poema son el alimento que busca entre los hilos de su memoria.

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