Eduardo Pérsico / A mi gato le encanta Mozart

Una suerte de discreto tigre de salón es el gato para Neruda (también lo veía perfecto); es lícito, entonces, preguntarse qué ve cuando mira a su gato el que tiene el privilegio de compartir vida y tiempo con uno. Eduardo Pérsico nos habla de otro enigma: el gato y la música.

Hoy me distraje ante mi gato y debí mirarlo con cierto decoro porque él es distante, discreto y sabe callar. En verdad le anduve alrededor y recordé a Lord Byron: "el gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, coraje sin ferocidad; todas las virtudes del hombre sin sus vicios". Una semblanza menos cínica que la de Ambrose Bierce: "Gato. Suave autómata indestructible preparado por la naturaleza para recibir patadas cuando las cosas van mal en el círculo doméstico".

Al verlo se entiende que los gatos se vuelvan invisibles cuatro veces al día y cuando ellos quieren se exhiben con la guardia baja, empobrecidos de lluvia y madrugada. Al atenuar su exhibición todo gato se hace etéreo, inatacable, y su corazón late en una verdad lejana y superior. Ya debería saberse ese misterio…

Mi gato se llama Fidel y revive al escuchar música en mi falda; sigilo al distenderse, sutileza ajena a la gravedad, reflejo de mi espejo, cuerpo imperceptible. Al oir al Osvaldo Pugliese yumbeado de "Negracha" o "La Cachila", Fidel conmueve su pelaje y pierde su mirada lejos. Eso me anima un poco, aunque al Astor Piazzolla de "Verano Porteño" mi gato no lo disfruta.

"Fidel, esta música tiene esencia y te hace ver a Buenos Aires desde el cielo", le digo pero él ni se entera. Y me apena porque aún no aprendió que el tango es una catarsis nostalgiosa y absurda, que de pronto irrumpe cabalgando un silbido para hablarnos muy quedo, despacito, de nuestras plenitudes sin testigo. Porque el tango es el vino a solas, el sueño demolido, la mirada de esa piba que a ráfagas retorna y a contraluz de todo se adueña del momento.

"Fidel, el tango es en voz baja. Nos trabaja por adentro su rasguido de viola misteriosa si los gnomos del recuerdo nos llegan de costado, versallescos, o cuando los olvidos olvidados retornan de rebrote y se apropian al fin de nuestro cuerpo". Por eso el tango en alta voz y teatralero es una grosería de recién venido, y sin confesión a solas o deschavarle a otro cada tanto un ‘vos sabés como fueron esas cosas’, sería una música más, carnestolenda. Y por eso tal vez, siempre nos vuelve el tango y no perdona…

Aunque ¿cómo inquietar a un felino indolente con el enigma de los derrotados y su cigarrillo de ceniza meditada como un reloj de insaciable desgarro? En cambio oyendo el Concierto número cuatro de Mozart Fidel se hace una fiesta. Levita leve y ligero, gato definitivo que se convierte en dos sílabas sin cuerpo y vuela oyendo el sólo de corno de Dale Clevenger.

Y ya es bueno decirlo sin jactancias: mi gato tal vez sea un atigrado cualunque cabezón y sin prosapia, pero su gusto musical lo diferencia. Cualquier felino puede ser un amante a hurtadillas, merodeador de habitaciones sin apenas proyectar su sombra, clandestino de hacer silencios a su antojo y llevar en sus ojos el secreto de la libertad, aunque sin pedantería, ninguno supera a Fidel para disfrutar a Mozart en mi bemol mayor.

* Escritor.
www.eduardopersico.blogspot.com

 

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