Egipto: la irrupción de Turquía (e Irán, por la puerta trasera)

Alfredo Jalife-Rahme*
Para no sucumbir a los maniqueísmos lineales de la propaganda occidentaloide de corte hollywoodense propongo dividir sucintamente el mundo árabe, de 22 miembros, en cinco subregiones con el fin de facilitar conceptos y análisis:

1. El Maghreb (“occidente” árabe), aplastantemente de mayoría sunita, donde prevalece una importante minoría bereber: Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, a los que habría que agregar la RADS (República Árabe Democrática Saharaui), reconocida por la Unión Africana, pero no por la Liga Árabe. 2. El Creciente Fértil, en el significado “administrativo” del primer ministro iraquí y filobritánico, Nuri Al-Said: Transjordania, Irak, Líbano, Palestina y Siria (Líbano e Irak ostentan poderosas comunidades chiítas, mientras Siria se caracteriza por el reinado “alawita” (10 por ciento de la población), una secta descendiente del chiísmo, además de 16 por ciento de cristianos). 3. Las seis petromonarquías árabes del golfo Pérsico que forman el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG): Arabia Saudita, Bahrein, Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán (en las tres primeras resaltan relevantes poblaciones chiítas; ver Bajo la Lupa 27/2/11 y 2/3/11). 4. El Cuerno de África, que domina el estrecho de Bab al-Mandab (“la puerta de las lágrimas”) y el golfo de Aden, preponderantemente sunita: Yibuti, Somalia y Yemen (50 por ciento de la etnia de los huthis, de rito zaydita-chiíta). 5. Los países ribereños del río Nilo: Egipto y Sudán (ya balcanizado), preponderantemente sunitas con minorías cristianas y animistas relevantes.

Destaca la mayor pluralidad etno-religiosa del Creciente Fértil (v. gr. cristianos y drusos de Líbano y Siria).

Si el célebre cuscus del Maghreb lo separa culinariamente del arroz del Mashreq (“Oriente”) del mundo árabe, el pan (el leitmotiv de las revueltas y revoluciones en curso), los unifica. La sunita isla Comoros es inclasificable y se encuentra lejanamente entre Mozambique y Madagascar.

Esta sucinta subdivisión que propongo es fundamental para entender los alcances y limitaciones de la penetración tanto de la sunita Turquía como de la chiíta Irán –paradójicamente ninguna de las dos potencias emergentes es árabe– en las cinco subregiones referidas.

Resulta entonces evidente la mayor influencia del “factor iraní” tanto en el Creciente Fértil como en el golfo Pérsico (y atípicamente hasta Yemen, por deseos de Alá), al unísono de la preponderancia del “factor turco” en todo del norte de África, en particular, en Egipto: el país más poblado del mundo árabe (24 por ciento del total de 360 millones) y su mayor potencia militar (décimo en la clasificación mundial).

Egipto, donde el golpe militar no se atreve a pronunciar su nombre, comienza a “civilizarse” gracias a la “casi revolución de las pirámides”, protagonizada por sus jóvenes universitarios desempleados, la cual no concluye y que le falta, tras haber defenestrado increíblemente en sólo 18 días al sátrapa Mubarak, el “cambio de régimen” para alcanzar su culminación.

El portal europeo con sede en Bruselas dedefensa.org (3/3/11) comenta que “la visita del presidente Gul es uno de las primeros encuentros importantes de los dirigentes egipcios con un jefe de Estado extranjero, particularmente de la región, y el hecho que se trate del presidente turco es de una importancia particular y un significado considerable (sic)”.

No es por nada, pero en mi viaje a la región en el verano pasado ya había detectado el condominio turco-iraní en construcción, así como el acercamiento ineluctable entre los sunitas del mar Mediterráneo (como reporté en su momento), con bastante antelación a la “revolución del jazmín” y a la “casi revolución de las pirámides”. La geografía es destino.

En un notable análisis, Eric Walberg (Intrepid Report, 25/2/11) considera la factibilidad de que Turquía y Egipto formen una alianza (nota: necesariamente sunita; de allí mi propuesta de las cinco subregiones), que tendrá como “principal efecto contrarrestar los proyectos hegemónicos del partido Likud, de Netanyahu”.

Peor que el fundamentalismo hebreo del premier Netanyahu –quien todavía se da el lujo de pretender clasificar a “moderados” (es decir, los instrumentos de EU, Gran Bretaña e Israel) y “radicales” (es decir, los adversarios de EU, Gran Bretaña e Israel) del mundo árabe, en particular, y el mundo islámico, en general– es, a nuestro juicio, el partido Yisrael Beitenu (repleto de inmigrantes de la antigua URSS de origen jázaro: mongoles centroasiáticos convertidos a la religión judía), cuyo extremismo mesiánico ni siquiera pudo tolerar Mubarak, el máximo aliado árabe de Israel, hoy sumida en una angustia geopolítica por su aislamiento regional, ya no se diga universal.

Asiste toda la razón a la ex canciller Tzipi Livni, quien culpó al gobierno Netanyahu de haber convertido a Israel en “Estado paria”.

¿Se perfila un condominio turco-iraní en la costa oriental del mar Mediterráneo que incorpore a Egipto?

Tal condominio sería la consecución lógica de la histórica Declaración de Teherán: el apoyo de Turquía y Brasil al proyecto nuclear pacífico de Irán.

En Irán, sus funcionarios no ocultan el entusiasmo por “el rectángulo emergente de Irán, Turquía, Siria y Egipto” que “será la fuerza decisiva para cambiar la faz del mundo árabe y el mundo” (Ladki Nadim, The Daily Star, 5/3/11).

Por los matices y las sutilezas de las cinco subregiones, pareciera que Turquía regresa a Egipto por la puerta grande 95 años más tarde, mientras Irán se desliza por la puerta trasera.

 

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