El dogmatismo neoliberal de la Comisión Europea

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Michael R. Krätke*
En los preparativos de la cumbre de la UE sobre la crisis, se presenta cada vez más a Grecia como el cabeza de turco de Europa, pero España, Portugal e Irlanda se hallan igualmente al borde de la bancarrota pública.

Los déficits públicos son tan viejos como el capitalismo. Tras el descubrimiento en el siglo XVII del déficit público permanente , los mercados financieros viven de ese déficit, y no para mal. Un año sí y otro también, todos los Estados contraen nueva deuda, a fin de poder devolver viejos préstamos que llegan a su vencimiento.
 
La refinanciación de estos cobros pendientes no representa normalmente ningún problema. Se hace, evidentemente, problemática cuando Estados como Grecia o Portugal, Irlanda y España pierden reputación y los mercados financieros, ayudados por las agencias privadas de calificación del riesgo –¡precisamente! , disparan al alza los intereses de sus préstamos.
 
Sólo Grecia necesita en 2010 unos 53 mil millones de euros en nuevos créditos para subvenir al pago de créditos vencidos. Con intereses muy superiores al 6% y recargos por riesgo de un 3,75% y más, la carga de los intereses llegará previsiblemente a resultar insoportable para el presupuesto público griego.
 
Tanto más, cuanto que el gobierno de Atenas se dispone a seguir el férreo curso de austeridad pública que los mercados financieros y la Comisión Europea quieren imponerle.
 
Si los griegos quieren que su déficit pase en sólo tres años de un 12,7 a un 2,8 por ciento del PIB mediante recortes presupuestarios y reformas fiscales , el desastre está anunciado. Cualquier brote de reviviscencia coyuntural se verá cortado en seco.

Gracias a la interferencia de la Comisión Europea, el saneamiento no significa otra cosa que supresión de puestos de trabajo, recorte de salarios y pensiones, puesta en almoneda de bienes públicos y retroceso en las prestaciones públicas de servicios de salud, educación y formación. Así pues, más desempleo, más trabajo en negro y más economía sumergida y un sector público más depauperado: las condiciones ideales para una floreciente corrupción.
 
La solución de estos problemas resulta obvia, y sería extremadamente sencillo ponerla por obra. Bastaría con que los Estados de la Eurozona se apoyaran mutuamente mediante un europréstamo garantizado por todos ellos y por el Banco Central Europeo (BCE), un europréstamo que, gracias al Banco de Inversiones de la UE, podría organizarse muy rápidamente y colocarse fácilmente en unos mercados financieros que nadan en dinero.
 
Grecia podría salir del apuro en que se halla, y la solidaridad de los europaíses daría un buen chasco a los mercados financieros y a las agencias privadas de calificación del riesgo. Se ganaría tiempo para poder encarar finalmente los problemas estructurales de la UE y de la Eurozona, señaladamente el representado por los extremos desequilibrios entre los países miembros, desequilibrios de los que se ha beneficiado, sobre todo, la economía exportadora alemana y a los que, sobre todo, ha contribuido la política económica alemana de la pasada década.
 
Pero no habrá tal. El cerril dogmatismo de los neoliberales que tienen vara alta en la Comisión Europea y en el BCE impedirá también ahora que ocurra algo que resulta tan necesario como razonable. Se opondrán con todas sus fuerzas a que se cambie la malhadada política del dumping salarial y fiscal. Seguirán todos engañándose a sí propios y creyendo que se puede tener una moneda común sin disponer de una política económica coordinada y de un sistema de compensación financiera. Y así hasta el amargo final.

*Profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.

 

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