El empresariado chileno y las elecciones de 2017

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El comediante Pedro Ruminot instaló en el Festival de Viña una frase que ha quedado en la memoria colectiva: “Soa Bachelet ¡haga algo!”. Refleja el estado de ánimo que el empresariado ha creado durante todo este gobierno.

Soa Bachelet ¡haga algo! es el grito de quien se alarma por todo, y que busca que el gobierno se alarme también. Si se va a hacer una reforma tributaria que rasguñará algún peso extra, Soa Bachelet ¡haga algo! Si hay unos camiones madereros quemados, Soa Bachelet ¡haga algo! Si las expectativas de crecimiento no se cumplen, Soa Bachelet ¡haga algo! Ante cualquier detalle que les incomoda surgen los lagrimones y las quejas con un coro de empresarios gritando Soa Bachelet ¡haga algo!

El problema es que durante muchas décadas este empresariado se acostumbró a un Estado paternalista que salía a socorrer al sector privado apenas se atisbaba la primera dificultad. Alfombra roja en La Moneda para la CPC y la Sofofa, entrada por la puerta de servicio para los sindicatos y las organizaciones territoriales y sociales. Sin duda esta ha seguido siendo la tónica en estos cuatro años, pero de una forma bastante menos ostentosa. El paternalismo con el empresariado ha cedido a una relación más institucional, que ha descolocado al gran capital. De allí la incomodidad del sector en este tiempo. La línea directa se volvió oblicua, y aunque no se cortó, se perdió la conexión instantánea.

Lo que antes se resolvía con un email o un WhatsApp ahora requiere más tiempo, convencer, o incluso llenar un formulario oficial de audiencias y esperar un turno para conversar con la autoridad. Por eso el discurso del empresariado se tornó apocalíptico. Aunque las cifras objetivas no muestran que durante estos cuatro años se les haya tocado estructuralmente ni con el pétalo de una rosa.

El apocalipsis bursátil

El exponente más claro de este discurso ha sido el presidente de la Bolsa de Comercio de Santiago, Juan Andrés Camus, que afirmó en una entrevista que si Sebastián Piñera no gana las elecciones el mercado sufriría un “colapso”. Pero no ha sido el único. Klaus Schmidt-Hebbel, economista de la UC, señaló en la última reunión de Icare que existe un “Estado fallido en el sur de Chile”. En rigor un Estado fallido es Irak o Libia. Un conflicto social con elementos de violencia rural, que el Estado no logra reprimir de forma absoluta por atenerse a la ley vigente y no aplicar el estado de excepción, es una cosa muy diferente.

El único dato duro e irrebatible que exhibe el empresariado es que durante el gobierno de Sebastián Piñera Chile creció a un 5,3% en promedio y, en este gobierno se logrará apenas el 2%. Pero hasta aquí llegan sus razones. En primer lugar, porque olvidan que entre 2010/2014 el precio promedio del cobre superó los 3,5 dólares la libra, mientras entre 2014-2017 ha promediado 2,5.

A la vez Piñera pudo capitalizar los efectos de la inversión posterior al terremoto, que incrementó el empleo y el consumo. Ambas variables no tienen origen político y dependen de fenómenos aleatorios que pueden ser bien o mal administrados. De esta forma llama la atención que bajo un 5% de crecimiento Piñera sólo haya logrado disminuir el desempleo promedio a 6,9%, mientras Bachelet, en tiempo de vacas flacas, lo haya mantenido en un 6,4%.

Bachelet tiene razón cuando en la última Enade le dijo a los empresarios que su gobierno heredó “una economía con productividad casi estancada, una economía que venía desacelerándose desde la segunda mitad de 2013, y se va a entregar en vías de recuperación”.

Un extraño país “en ruinas”

El relato catastrofista de los empresarios pinta a este gobierno como un nido de comunistas que han tratado de destruir el capitalismo. Pero nada cuadra con esa narración. Algunos ejemplos cotidianos, que muestran la irracionalidad del empresariado:

Según las estadísticas de la aseguradora Allianz nuestro país ha subido en 2017 en el ranking mundial de la renta per cápita, ubicándose en el mejor puesto de América Latina, en el lugar 25º a nivel mundial, subiendo dos escalones con respecto al ranking del año pasado.

Supuestamente los chilenos poseemos 16.460 euros de patrimonio neto financiero por cabeza. Si usted no sabe dónde está esa plata es otra cosa, ya que la tiranía de los promedios no indica cómo se concentra y distribuye esa riqueza. En todo caso, no es una estadística que permita avalar las lágrimas empresariales.

De igual forma el Banco Mundial ha señalado a Chile como “ejemplo en políticas monetarias en tiempos de crisis”, y las estadísticas nuevamente indican que tiene razón. La Bolsa de Santiago, cuyo presidente cree que el país se dirige a un cataclismo, sigue imparable, y superó en septiembre los 5.500 puntos, logrando un nuevo máximo histórico de transacciones.

Los grandes grupos transnacionales respiran en Chile el olor al dinero. La gigantesca cadena de retail sueca Ikea ha anunciado su instalación en Chile, el primer país latinoamericano donde instalará sus tiendas de muebles. Igual cosa ha hecho la multinacional japonesa Komatsu que está invirtiendo en este momento 33 millones de dólares en una nueva planta en Chile.

Latam Airlines ha mostrado el mejor balance financiero desde 2012, beneficiándose del incremento del tráfico de pasajeros en un 3,9% en comparación al año pasado. En efecto, en septiembre de 2017 el tráfico aéreo internacional en Chile alcanzó el mayor nivel en cinco años. La temporada de invierno cerró con récord de casi 1,3 millones de turistas extranjeros, lo que supuso un alza de 16,2%.

La venta de viviendas ha subido este año en 8,2%, apuntalada por una baja en las tasas de los créditos hipotecarios. La compra de autos nuevos también creció en 28,8%. El retail, las AFP, las Isapres también muestran ganancias exorbitantes. Como trasfondo el dato clave es que desde 1928 en Chile no había una inflación tan baja en septiembre.

Resultado de imagen para chile bancaLa banca chilena se ubicó este año en el top five a nivel mundial en competitividad y solidez, acumulando ganancias por 2.454 millones de dólares entre enero y agosto. Chile sigue siendo el país más “competitivo” de Latinoamérica, situado en el puesto 33 del mundo. Mientras tanto el cobre sigue subiendo y según el FMI, BM, Cepal al término del año Chile crecerá 2.9%, muy cercano al 3% que los economistas de la derecha consideran “más que aceptable” con este precio de las exportaciones.

Para la agencia Bloomberg, experta en especulación financiera, Chile es “líder entre países con presidente mujer” y donde más gana el mercado bursátil. La OCDE destaca que Chile es vanguardia mundial en la generación de electricidad solar. La estadística oficial de pobreza multidimensional pasó de 20,4 al 19.1 por ciento. En obras públicas licitadas a privados Piñera adjudicó diez proyectos por 2.126 millones de dólares, mientas el actual gobierno licitó 17 proyectos por 4.543 millones de dólares.

¿Qué más quieren?

Pienso que estas estadísticas financieras triunfales, este consumo desenfrenado, este despilfarro inútil y suntuario, es parte central del problema de nuestra sociedad, más que un factor a exhibir con orgullo. Es parte de la enorme cadena de desigualdades y “externalidades” que están matando a nuestros territorios, e impiden pensar un futuro justo y sustentable. Sin embargo, este listado de “éxitos” económicos abren la sospecha.

¿Qué más quieren en La Dehesa? ¿Qué es lo que desean los veraneantes de Zapallar? Y la respuesta es fácil: el dinero quiere poder y reconocimiento. De nada sirve tener las cuentas corrientes repletas si no se puede ostentar ante el mundo y controlar a los demás.

Este ha sido un gobierno de sutiles y contradictorias reformas desmercantilizadoras. Pero ha estado lejos del discurso empresarial que ha achacado a estas políticas un efecto inhibidor del mercado. La realidad es que durante estos cuatro años el sector privado ha logrado inéditos beneficios y un incremento de su riqueza sin precedente.

A Bachelet le correspondió administrar un ciclo económico a la baja, producto de la contracción de la demanda externa. Una situación muy parecida a la que administró Lagos entre 2000 y 2006. Los resultados globales no son muy diferentes de cara a las utilidades empresariales, que en ambos casos han incrementado las rentas. Pero políticamente el resultado no puede ser más diferente. Mientras Ricardo Lagos cosechó el “amor” del empresariado,

Bachelet se ha ganado un odio indisimulado.

Esta diferencia muestra que siendo ambos gobiernos “pro-empresariales”, el de Lagos fue un gobierno “de los empresarios”, donde se veneró su rol y se ajustó la agenda legislativa a sus imperativos. En cambio, este gobierno, que tantos beneficios ha aportado al empresariado, no cultivó el mismo discurso y la misma práctica. Esto es lo que les molesta: no poder controlar las variables no económicas de la política. Basta revisar el debate que la presidenta sostuvo con Bernardo Larraín Matte en el último foro de la Sofofa.

El presidente de la patronal criticó a la presidenta por apurar el trámite de proyectos legislativos en los últimos meses. A lo que la presidenta respondió directamente: “Yo puedo continuar, pese a la crítica permanente de ‘frenesí’ o ‘hemorragia’ legislativa. Podemos enviar proyectos de ley de aquí a que terminemos el gobierno… Cuando nos pidan cuentas, vamos a decir que nos atrevimos, que avanzamos cuanto pudimos y que otros, sobre esa base, podrán hacer su parte”.

*Publicado en“Punto Final”, edición Nº 886, 27 de octubre 2017.

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1 comentario
  1. Pablo Gutiérrez dice

    ¿A qué se refieren con «empresariado»?. ¿A las empresas o a los empresarios? ¿A los chicos, a los grandes o a todos? Favor explicar

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