El femicidio y el indio pícaro
Marx decía que la ideología de una sociedad era la ideología de la clase dominante. Jamás habló del género dominante. Notable que un crítico social como él no dedicara un minuto a ese análisis. Más aún cuando su amigo Federico Engels descubría que la monogamia y la familia nuclear existían, solo porque el hombre necesitó el control de la prole para la labranza, cuando ya terminaban las guerras tribales y por tanto el uso de los enemigos vencidos como esclavos.
A Marx no le convenía desarrollar este pensamiento, porque era el rey en una casa llena de mujeres, donde explotó hasta el fin de sus días a su hija Eleanora, su secretaria, la que le mecanografiaba sus escritos. A la que le prohibió casarse con el novio que amaba y por el que ella se suicidó cuando este se casó con otra. Tampoco sus seguidores, que supuestamente representaban el pensamiento más avanzado de la época, se preocuparon del género. Y es así como hemos tenido que vivir con la ideología del género dominante aceptando su cultura y un conocimiento trasmitido a través de generaciones, que acumula los errores, subjetividades y caprichos del pensador de turno. Lo más suave es el lenguaje. Cargamos con que la palabra histeria venga de útero, que se comente hasta el agotamiento acerca de los supuestos problemas que nos trae la menopausia, sin que se escriba ni una letra al alcance de las mayorías, sobre el impacto de la andropausia en los varones. Que se diga que somos tontas, conflictivas o feas cuando llegamos a viejas y que tengamos que aceptar, cuando un varón nos honra eligiéndonos, que sienta que nos compró y que, por tanto, nos posea junto al derecho a golpearnos si no cumplimos sus expectativas.
Volviendo a los grandes pensadores de la humanidad, hemos aceptado ideas absurdas como la incorporada por Freud, por nadie jamás discutida, acerca de “la envidia al pene”. La verdad es que he convivido íntimamente con mujeres, hice mi educación en un internado, estuve presa, tengo tres nietas mujeres y grandes amigas y nunca he escuchado, ni visto, el menor atisbo de envidia al pene. Me dirán que estoy haciendo un análisis casuístico, incluso corro el riesgo de que mis amigos varones no me publiquen esta vez, pero ni en infinidad de páginas escritas por mujeres he leído nunca nada acerca de este complejo que según el señor Freud condicionaría seriamente nuestro comportamiento. Por el contrario, creo que son los hombres quienes rinden culto al pene. Desde pequeñitos se lo tocan y examinan, un poquito más grandes lo muestran con orgullo y ya en la adolescencia es el principal juguete y símbolo que comparten con sus amigos. Para las mujeres que no tenemos hermanos, La ciudad y los perros fue una revelación. Leer las competencias de los adolescentes protagonistas, por el tamaño de este, sobre la distancia que logran el orín o el semen y el disfrute de introducir el pene en gallinas u otros animales, a ninguna mujer conocida que yo haya sabido, nos produjo envidia. Cuando más una enorme sorpresa.
Es claro que el género dominante siente adoración por al pene y especialmente por el pene erecto. De ahí el éxito del indio pícaro que se ha construido en todos los tamaños y que ha sido recibido por los varones con el mismo deleite que el viagra.
El culto al pene erecto no hace ningún daño en sí mismo, pero el viagra y el aumento de la longevidad están llevando a muchos ancianos a abandonar a sus mujeres viejas entusiasmados por las decenas de jovencitas liberadas que creen poder conquistar. Ello tampoco sería grave, ya que la pareja está cada vez más obsoleta como núcleo social, pero para la sociedad significa un problema, porque a los viejos les sale más caro vivir separados que juntos. Al no haber un Estado protector, el aumento de costos se carga necesariamente a la población activa. El romance en la tercera edad, por tanto, requiere de mejores pensiones, fuentes de trabajo para la tercera edad y organización social para el cuidado de enfermos, discapacitados o ancianos no valentes.
Pero lo más grave surge cuando el fetiche de los varones los lleva a tener odio a partes del cuerpo femenino, en lo que sorprendentemente Freud nunca pensó. Para el varón de las cavernas no podía pasar inadvertido que una parte del grupo con el que compartía la cueva, de repente produjera una criatura. Más aún, que ese mismo ser, aparentemente igual a él, pudiera amamantar a dicha criatura con su propio cuerpo. A mí me parece que ese acto monumental debe haber causado mucha más envidia que un pedazo de carne inanimada que es lo que uno les ve a los niñitos al jugar con ellos al doctor entre 4 y 7 años. A mi juicio, la incapacidad del hombre de dar a luz es la base de muchas formas de maltrato existentes posteriormente en la familia patriarcal. Pero, aunque en este aspecto me equivoque, es claro que el macho está preocupado en muchas formas y molesto por partes del cuerpo femenino, sea porque quiere moldearnos a sus gustos, sea porque quiere solo dañarnos.
Es así, como hasta los años 50 en China, los hombres exigían a la mujer que elegirían por esposa una forma de caminar, que les moviera las nalgas de determinada manera al dar pasos cortos con suecos y pies pequeños. Las que mantenían los pies grandes no encontrarían un buen marido y tendrían que dedicarse al trabajo pesado en el campo. Por ello, las madres, cuando sus hijas cumplían siete años se encerraban con ellas, les quebraban los dedos de los pies, doblándoselos. A veces lo hacían pateándoselos en el suelo y las mantenían caminando por días sobre las heridas hasta que dejaban de sangrar. Las uñas se les enterraban en la parte superior de las plantas de los pies y los huesos les soldaban solos. Una gran mayoría moría por gangrena o por no resistir el dolor. Pero era necesario para dar gusto al varón.
Hasta hoy existen crueldades similares, como la ablación practicada por musulmanes, muchas tribus africanas e incluso en América Latina. Los varones de esas sociedades no aceptan que sus mujeres pierdan el himen o que hayan tenido placer sexual, incluso masturbándose, por lo tanto exigen un tratamiento que en la mayoría de los casos está a cargo de las abuelas. Cuando la niñita cumple cierta edad, la abuela le debe cortar el clítoris, extirpar los labios menores y parte de los mayores, para impedirle el placer y debe coser los labios de la vulva de manera de tapar la entrada de la vagina para proteger el himen, quedando abierta solo la parte de los labios que deja salir el orín y la menstruación. Las cosen con alambre, hilo de pescar o un pegamiento casero. En Colombia lo practican las tribus Embera-chami, le llaman curación y se encuentran en Chocó, Risaralda, Cauca y Nariño. Las niñas que sobreviven quedan severamente dañadas sicológicamente.
Hacia fines de los 90 en el Congo, productor del 80% del coltan del mundo (columbia-tantalita), mineral imprescindible en la industria digital, multinacionales han armado ejércitos en Ruanda y Uganda para robarlo, como antes ocurrió con los diamantes. En los reportajes sobre esta guerra, aparentemente ya terminada, los soldados manifiestan explícitamente que la violación de las mujeres del enemigo les da fuerza en la lucha y en especial si lo hacen con sus bayonetas. Los esposos, expulsan de sus casas a las violadas, embarazadas o heridas por el enemigo, por no soportar la vergüenza y las dejan abandonadas a su suerte en los montes. Más que envidia al pene, esto me suena a odio al útero. Ese que puede procrear.
Volviendo a nuestra sociedad, occidental y cristiana, donde estas cosas no ocurren, se debe reconocer que el femicidio ha aumentado, pese a las campañas y a la legislación contra este. Incluso en sociedades tradicionalmente protectoras de hijos y familia, como la argentina, se ven a diario casos tan brutales, como el ex esposo que quemó vivos a su mujer con seis hijos y su nueva pareja. Los celos y el alcohol fueron los causantes de nuestro maltrato durante años. Pero esta es una violencia de nuevo tipo que proviene del desarrollo intelectual de la mujer y de las formas que está adoptando la sociedad patriarcal.
Con el desaparecimiento sistemático de la clase obrera, la precariedad en el trabajo, los bajos salarios y por tanto la necesidad de que la familia cuente con los ingresos de la mujer, el papel del macho proveedor ha pasado a segundo plano. Cada vez hay más abandono de los proveedores que no solo dejan de ayudar a la mujer, sino también a los hijos. De esta manera crecientemente se forman más familias extendidas monoparentales, donde las Jefas de Familia son mujeres y donde vive la madre con hijos de distintas parejas y con hijas mayores que a su vez han sido abandonadas con hijos.
Aumenta el trabajo femenino, en servicios, ferias o como temporeras en el campo, lo que les permite poder criar solas a sus hijos y nietos. A otros niveles sociales, las mujeres, aunque en algunos casos reciban menores salarios, se destacan por su eficiencia y pueden fácilmente competir con los hombres. Ya no es imprescindible el macho proveedor. La mujer no solo ha logrado la libertad sexual, sino que cada vez es más libre e independiente, especialmente por ser capaz de sostener a su familia sola. Eso es insoportable para el macho y ya no puede seguir insistiendo en que tenemos envidia al pene.
Puede que en esta nota haya cometido muchos errores, pero es claro que es necesario analizar lo que ocurre en la familia, romper con los cánones de una sociedad ya caduca y eliminar la violencia que de diferentes maneras sigue invadiendo a las mujeres. Mujeres, cuya única culpa ha sido tratar de cumplir de la mejor manera posible el rol que la sociedad les exige.
Clara y rotunda. Comparto tus apreciaciones. Felicitaciones
Excelente análisis! Panorámico, inteligente, ágil, contundente. Quisiera saber el nombre de la autora.