El futuro llegó: la ciencia ficción es la realidad

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Se multiplicarán los «hermanos grandes» para controlar a los «sobrinos pequeños», y si no quieren pues no estudian; mañana quizá no trabajen, pasado mañana irán a la cárcel; la peor película ya se estrenó y todo, es obvio, para mejorar la calidad de la vida y la seguridad —por ahora— de los estudiantes en un estado (también por ahora) de EEUU. | RIVERA WESTERBERG.*

 

Eso sí: que nadie toque ni con el pétalo de una rosa a los vendedores de armas (ni a los fabricantes de bombas ni a los controladores de los bombarderos sin piloto ni a los mercenarios ni a los amigos que administran —porque no gobiernan— otros países ni a…).

 

El progreso es algo serio; en el estado de Texas, distrito escolar de Northside, las autoridades lo tienen claro: no les queda otra que castigar a los estudiantes que no se dejen implantar una mínima ficha (un chip) que los rastreará por dondequiera que anden dentro del recinto escolar (y también fuera de la escuela).

 

Los microchips —se dice— no son más que una forma sofisticada de suerte de tarjeta o carné de identificación imposible de olvidar en casa; la razón de la medida se alega es la necesidad de, para su propia protección, monitorear los pasos de los alumnos y, de esa forma, impedir que hagan la cimarra.

 

Bye-bye privacidad
El denominado Student Locator Project (proyecto de ubicación de estudiantes) se aplicará a unos 100.000 educandos en poco más de 100 escuelas texanas; por ahora son insignias o colgantes (se llevan pendientes del cuello con una cadena) que emiten en forma permanente una señal de radiofrecuencia a los monitores instalados en las respectivas salas de control. Muchachas y muchachos adolescentes (son «Middle» o «High» Schools) que se nieguen a portarlas no tendrán acceso a los casinos, bibliotecas y no podrán tampoco participar en actividades extracurriculares.

 

Los rebeldes serán expulsados, derivados a otros establecimientos o multados. La privacidad a que se supone tienen derecho queda en suspenso en aras (o haras: hay que tener mentalidad de caballo para implementar semejante medida) del bien superior que se persigue.

 

La primera víctima de la «maldición del chip» fue una muchacha de ascendencia mexicana, de apellido Hernández, a la que negaron en principio su ciudadanía escolar amenazándola con no dejarla votar en las elecciones del centro de alumnos si insistía en no portar la malhadada ficha. Texas es el estado del país que más alardea sobre la inalienable libertad de sus habitantes.

 

Rumbo al cyborg disciplinado
En varios laboratorios de cibernética aplicada, en tanto, viene estudiándose en los últimos años un mecanismo más seguro y sofisticado; allí no se habla de un colgante, sino directamente de implantar debajo de la piel el microchip de marras, que podría operar indefinidamente alentado por la energía eléctrica que produzca el cuerpo de su eventual portador.

 

La tecnología necesaria existe y se aplica desde hace tiempo para identificar, por ejemplo, perros, gatos y otras mascotas. En seres humanos se han comenzado a utilizar en medicina.

 

Se lee al respecto aquí:
«Un ‘chip’ del tamaño de un grano de arroz que contiene un número de 16 dígitos y que se implanta bajo la piel de un brazo será, a partir de ahora, suficiente para que cualquier doctor o personal sanitario pueda acceder a todo el historial médico de un individuo. Aunque la imagen parezca sacada de una película de ciencia ficción, la FDA la ha convertido en realidad con la aprobación de VeriChip.

 

«VeriChip es un dispositivo comercializado por Applied Digital Solutions, una compañía de Florida, que la FDA (la agencia estadounidense del medicamento) ha aprobado para su uso médico. Se trata de un ‘microchip’ de identificación por radio-frecuencia que se implanta con una jeringuilla bajo la piel del brazo o de la mano de una persona. El proceso de implantación dura unos 20 minutos y requiere anestesia local.

 

«Hasta ahora, este tipo de utensilios habían sido usados para la identificación de los perros y otras mascotas, para acceder a sitios de máxima seguridad o para otras cosas, como ocurre en la discoteca Baja Beach Club de Barcelona, donde desde el mes de marzo los clientes habituales pueden hacer sus pagos o entrar a zonas reservadas gracias al microchip. Pero nunca se había utilizado con fines médicos».

 

Artilugios semejantes se usan en distintos países —todavía en forma limitada— para controlar los movimientos de encarcelados y personas que gozan de libertad vigilada a los que se los estima criminales potencialmente peligrosos (como acosadores sexuales de menores —no se sabe de ningún cura que los luzca en el tobillo, en su escroto o en la muñeca—) y enfermos mentales.

 

Las autoridades texanas aseguran que la microficha de seguimiento los alumnos podría ahorrar tanto como 175.000 dólares diarios, que es la suma que alegan perder cotidianamente por el afán cimarrero de sus estudiantes; se sabe:mientras más estudiantes se registren en el libro de asistencia mayor es la cifra de las asignaciones financieras que perciben; pero, como es lógico, esa no es la razón detrás del esfuerzo. De buenas intenciones…

 

El asunto, empero, abre paso a cavilaciones menos académicas y mucho más siniestras: ¿quién controlará a la masa de «fichados» y con qué objetivos si estos proyectos se extienden —como todo indica se extenderán— a toda la sociedad?

 

Mucha paranoia hay detrás del temor a las fichas de control, cierto; pero mucha realidad hay detrás del delirio paranoico que asesina a distancia y «sin piloto» —por lo que no deja de tener cierta lógica el miedo y consiguiente rechazo a que lo «controlen» a uno en los años por venir… Al fin de cuentas se habla de tecnología para el poder.

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