El gran miedo de la derecha: los gobiernos nacional-progresistas de América Latina

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El principal peligro que representan loss gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra.
La etiqueta de «populista» es usada por la derecha para  atacar  a los gobiernos nacional-progresistas
como los de Ecuador, Bolivia y Venezuela.
Los últimos treinta años se encuentran determinados, por un lado, por el triunfo del bloque occidental bajo hegemonía norteamericana ante el derrumbe de la URSS y el campo socialista y, por otro, por el impulso de los modelos neoliberales auspiciados por el Consenso de Washington. Ambas tendencias son, en esencia, dos caras de una misma moneda, pues el neoliberalismo constituye, en buena medida, la exacerbación de la visión capitalista según la cual son las fuerzas del mercado, dejadas por la libre, las únicas en condiciones de garantizar el desarrollo y el progreso humanos. Ambas tendencias llevarán a su clímax un proceso tan antiguo como el sistema capitalista mismo, que hoy se expresa en lo que conocemos como la globalización, que tiene como núcleo central y principal dinamizador la constante y nunca agotable necesidad de crecimiento del capital.

Comprendido de esta forma, el proceso de globalización, tercera pata del banco de las tendencias dominantes de la época contemporánea, se habría iniciado en el lejano siglo XV, cuando el naciente capitalismo orienta a la exploración de rutas mercantiles y a la incorporación al mercado occidental de nuevos productos traídos de lugares lejanos. Es así como se explora y se incorpora, de muy distintas formas, al naciente circuito mercantil capitalista el continente africano, se circunnavega el globo terráqueo y se llega a las costas de América. Tal proceso encuentra una plataforma idónea para su expansión vertiginosa en la revolución científico-tecnológica de la segunda mitad del siglo XX, que le permite a la forma hoy dominante de capital, la financiera, expandir por todo el globo la especulación en la que se fundamenta.

La desaparición del campo socialista que dejó las puertas abiertas a la expansión del dominio militar norteamericano en todo el mundo, la globalización y la preponderancia del neoliberalismo constituyen, pues, las tendencias dominantes de la época contemporánea, entendiendo por ésta la segunda mitad del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI.

Es en este contexto desalentador para el proyecto de “los de abajo”, cuando todo parecía estar más en contra suyo, que en América Latina surgen procesos cuestionadores del estatus quo neoliberal. Como dice el uruguayo Raúl Zibechi, “Finalmente, los poderosos no consiguieron su objetivo de controlar y dominar a los sectores populares de nuestro continente, para mejor esquilmar sus riquezas”.

Fue así como el neoliberalismo frenó su impulso rampante en América Latina, y hubo de ver cómo se proponían e impulsaban alternativas por parte de gobiernos cuyos índices de aprobación se mantuvieron entre los más altos de la región. La llegada al poder de partidos, coaliciones y movimientos políticos procedentes del amplio espacio de la izquierda en tan rápida sucesión tras largos años de hegemonía neoliberal fue pronto designada como “ola izquierdista” o “giro a la izquierda”.

A estas opciones políticas sus críticos les llaman “populistas”, entendiéndolas dentro del estrecho margen que conciben a la política como un eterno mercado electoral, en el que se hacen concesiones a los sectores populares solamente en la medida en que puede ganarse temporalmente su favor para elecciones puntuales. El principal peligro que representan estos gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra, propalando la idea que estos países constituyen amenazas a la democracia, la propiedad privada y el libre mercado.

Las actitudes hostiles son mayores en la medida en que se planteen las posibilidades de profundizar modelos alternativos al neoliberalismo o, más aún, si se cuestiona en su conjunto el desarrollo como modelo. Las hostilidades van desde la descalificación racista de inocultables raíces coloniales, como de las que son objeto los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales, hasta los sesudos análisis académicos o periodísticos que descalifican como superficiales y aventureras tales posiciones.

* Presidente AUNA-Costa Rica

Pueblo venezolano derrota la oligarquía y el imperialismo
Luciano Wexell Severo*

En la madrugada del lunes 8 de octubre, el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela anunció la nueva victoria de Hugo Chávez. El resultado electoral confirmó todas las previsiones de los últimos meses y demuestra un progresivo aumento del apoyo popular al proceso de transformaciones sociales venezolano. Según el primer boletín del CNE, con el 90% de las urnas contabilizadas, Chávez obtuvo 7.440.082 (54,4%). El pueblo venezolano escribió otra bella página de su historia al derrotar al candidato de la oligarquía, de los grandes medios de comunicación y del imperialismo estadunidense. Y eso sería memorable aunque fuese por un voto. Pero la victoria fue por más de un millón de votos. La abstención fue de solamente un 19,1%, una de las más bajas de las últimas décadas. El principal opositor Capriles Radonski, del Movimiento Primero Justicia (MPJ), tuvo 6.151.544 votos (45%).
El objetivo de este artículo es llamar la atención para el avance de la participación política y demostrar que hay una tendencia creciente de ampliación del apoyo popular a Chávez desde su primera elección en 1998. En 13 años, el país tuvo diversas elecciones y referendos de consulta abierta. El actual presidente disputó y ganó las contiendas de 2001, 2006 y ahora 2012.

En 1998, Chávez enterró el llamado Pacto de Punto Fijo. Pese a la resistencia de la oligarquía venezolana, que en aquel entonces todavía concentraba el poder sobre la empresa Petróleo de Venezuela S.A. (PDVSA), vinieron abajo 40 años de alternancia de los partidos Acción Democrática (AD) y Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) en el Palacio de Miraflores. Chávez ganó las elecciones con un 56,2% (3.674.021 de votos) contra un 43,8% (2.864.343 de votos) de los demás candidatos.
Pocos meses después, el mandatario cumplió una de sus antiguas propuestas y convocó un referendo popular sobre la posibilidad de elegir una Asamblea Constituyente con funciones de elaborar una nueva Carta Magna. Ese referendo fue aprobado en abril de 1999 con el 87,7% (3.630.666 de votos). Posteriormente se convocó la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, cuando los partidarios de Chávez obtuvieron el 66% de los votos y eligieron el 90% de los parlamentares. En diciembre del mismo año, el proyecto de Constitución fue sometido a un nuevo referendo y aprobado con el 71,8%, equivalentes a 3.301.475 de votos.
A continuación, fueron convocadas para julio del año 2000 las llamadas mega-elecciones generales, ocasión en la cual Chávez fue nuevamente vencedor, ahora bajo la Constitución de 1999, con el 59,8% (3.757.773 de votos). El Polo Patriótico, bloque chavista, conquistó el 58% de los cargos de la nueva Asamblea Nacional. Los electores demostraron nuevamente su rechazo con relación a los partidos políticos tradicionales, que obtuvieron resultados bastante modestos: AD alcanzó 33 diputados (el 16,1% de los votos) mientras COPEI eligió seis (el 5,3%). Por primera vez en su historia, los dos partidos juntos alcanzaron solamente el 21,4% del total de votos.
La Constitución de la Republica Bolivariana de Venezuela es una de las pocas del mundo que establece la posibilidad de suspensión de mandatos del Poder Ejecutivo después de cumplida la mitad del ejercicio. Ese instrumento creó una oportunidad sin precedentes para que una parcela insatisfecha de la población, un 20% de los electores, pueda convocar referendos con el objetivo de interrumpir mandatos y convocar nuevas elecciones. Bajo amparo de esa norma, en agosto de 2004 fue realizado un referendo que ratificó a Chávez en la Presidencia con 5.800.629 de votos (59,1%) contra 3.989.008 de votos (40,6%).
En diciembre de 2005 fueron realizadas elecciones parlamentarias. Frente a la visible victoria abrumadora de las fuerzas bolivarianas, la oposición intensificó –a través de sus medios comunicacionales– una campaña en contra del Poder Electoral, el Consejo Nacional Electoral (CNE) y sus reglas. El grupo opositor reivindicó la eliminación de las máquinas capta-huellas, exigió que se contaran los votos manualmente uno a uno y casi pidió que se les regalaran 500 mil votos de ventaja antes de abrir la primera urna. Consciente de su derrota y resuelta a no reconocerla, la oposición hizo otra maniobra inaudita: se fugó de los sufragios, alegando inseguridad y falta de garantías de elecciones limpias. Después, los derrotados acusaron al gobierno de concentrar el 100% de los diputados de la Asamblea Nacional, del Parlamento Latinoamericano y del Parlamento Andino.
En las elecciones presidenciales de 2006, el margen de votos pro-Chávez continuó ampliándose. El candidato bolivariano obtuvo 7.309.080 votos (62,8%) mientras la oposición sumó 4.321.072 votos (37,2%). El candidato opositor con más votos fue el entonces gobernador del estado Zulia -y hoy prófugo de la Justicia, Manuel Rosales, quien obtuvo el 36,9%. Rosales había sido miembro del partido Acción Democrática (AD), pero en 1999 fundó la agrupación “Un Nuevo Tiempo”. El día 12 de abril de 2002, cuando el golpe de Estado en Venezuela, fue al Palacio para firmar el decreto de posesión del empresario golpista Pedro Carmona, El Breve.
En 2007, 2008 y 2009 hubo otras tres elecciones que pueden enriquecer este análisis. Deben notarse las grandes diferencias entre elecciones presidenciales, sufragios regionales y referendos nacionales. Es evidente que la participación tiende a ser mucho más amplia en las primeras. Además, en las elecciones presidenciales se expresa efectivamente el apoyo o el repudio a un candidato específico, mientras que en las demás, dichas voluntades no se reflejan de forma totalmente clara y absoluta. En los comicios regionales, por ejemplo, puede ser que los ciudadanos no logren asociar un determinado candidato bolivariano con la figura de Chávez y con la Revolución. Es decir, hay estados y municipios en los cuales el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) perdió la elección sin que eso signifique que Chávez perdería si fuera candidato.
La propuesta de Reforma Constitucional de 2007 fue la primera y única derrota electoral de Chávez. De manera poco planificada, el gobierno intentó aprovechar el elevado índice de popularidad del proyecto bolivariano para quemar etapas. Propuso la modificación de 69 de los 350 artículos de la Carta Magna de 1999. La iniciativa fue derrotada: 50,7% (4.379.392 de votos) contra 49,3% (4.504.354 de votos). Una diferencia de menos de 125 mil votos en un universo de casi 17 millones de aptos a votar. La expectativa de la oposición estaba basada en esa victoria apretada contra la Reforma, no exactamente contra Chávez. Por un lado, la oposición relacionó su victoria en la Reforma con un rechazo a Chávez. Por otro lado, es posible suponer que casi 3 millones de partidarios de Chávez no asociaron la Reforma con el presidente. La abstención fue del 45% y se puede decir que en ese día los chavistas simplemente no fueron a votar.
En noviembre de 2008, ocurrieron nuevos comicios regionales, en 22 de las 23 gobernaciones y en las 327 alcaldías venezolanas. Las elecciones confirmaron de nuevo la amplia supremacía de las fuerzas bolivarianas. Aunque el voto continúe siendo optativo en el país, no obligatorio, el sufragio presentó un índice de abstención del 35%, uno de los menores de la historia de las disputas regionales del país. Había 16.699.576 inscritos en el registro electoral, número que aumentó mucho desde 2003, con la Misión Identidad. En el período del Punto Fijo muchos pobres no tenían documentos, lo que reducía la abstención y encubría la pobreza, el analfabetismo y otros indicadores económicos y sociales.
Los resultados post-2008 demuestran que el mapa nacional continuó “teñido de rojo”, ahora con el PSUV como principal agremiación: ganó en 17 de los 22 estados en disputa (un 77,3% del total) y en 265 de las 327 alcaldías (un 81% del total). La base de apoyo a Chávez superó los 5,7 millones de votos. Otra vez vale recordar que una cosa es votar por un candidato del partido de Chávez y otra cosa, distinta, es votar por él. La oposición (UNTC y MPJ, acompañados por lo que todavía queda de AD, COPEI, URD, MAS, Causa ? y Podemos) ha mantenido más o menos el mismo número de votos de los últimos procesos electorales (4,5 millones en 2007).
Aún sobre las elecciones de 2008, cabe resaltar que la oposición conservó el poder en las gobernaciones de Nueva Esparta (Isla Margarita) y Zulia, además de haber conquistado los importantes estados Miranda, Carabobo y Táchira (los últimos dos por un margen muy pequeño de votos), así como la Alcaldía Metropolitana de Caracas. Hay otros seis puntos importantes: 1) el ex-vicepresidente de la República y gobernador Diosdado Cabello fue derrotado en el estado Miranda por Henrique Capriles Radonski; 2) el ex-ministro Aristóbulo Istúriz perdió las elecciones de la Alcaldía Mayor para Antonio Ledezma (ex-AD); 3) el ministro Jesse Chacón fue derrotado en la popular parroquia Petare para un candidato del partido Primero Justicia (ambos obtuvieron mucho menos votos que las abstenciones); 4) un 55,3% de los votos totales de la oposición provienen de los estados Zulia, Carabobo, Miranda y Caracas (las áreas de mayor producción industrial); 5) los estados Zulia y Táchira tienen alta relevancia geopolítica por tener cerca de 700 kilómetros de frontera con Colombia; y 6) Manuel Rosales, el prófugo, ganó con un 60% la alcaldía de Maracaibo, que era gobernada por el PSUV.
Pese a los tropiezos, el resultado expone una victoria de Hugo Chávez y las fuerzas nacionalistas. Uno de los primeros acontecimientos posteriores al triunfo fue el rescate de la discusión sobre la relección presidencial. El tema era crucial para la continuidad del proceso bajo liderazgo de Chávez. El articulo 230 de la Constitución de 1999 preveía que: “El periodo presidencial es de seis años. El presidente o presidenta de la República puede ser reelegido o reelegida de inmediato y una sola vez para un nuevo periodo”. La Asamblea Nacional aprobó y el Consejo Nacional Electoral convocó un referendo popular para la aprobación o no de una Enmienda Constitucional. En medio a las discusiones, la propuesta fue ampliada, abarcando la posibilidad de reelección también para gobernadores, alcaldes y diputados (nacionales y regionales).
El día 15 de febrero de 2009, 6.310.482 venezolanos votaron por el “Sí”, que obtuvo 54,8% de los votos validos. El “No”, que aglutinaba los partidarios de la oposición, alcanzó 5.193.839 de votos (45,1%). Mientras Chávez obtuvo 7,3 millones de votos en las elecciones presidenciales del 2006, su propuesta para poder postularse a la relección por tiempo indefinido tuvo 6,3 millones. Ese resultado puede ser interpretado de diversas formas. Una es que había gente que apoyaba Chávez pero no estaba de acuerdo con la posibilidad de relección indefinida. Otra conclusión posible es que una cantidad de partidarios de Chávez no hayan dado la debida importancia al referendo y a la propuesta de relección. Una tercera interpretación, la asumida por la oposición, argumenta que entre 2006 y 2009 Chávez ha perdido cerca de 1 millón de seguidores.
El nuevo triunfo del presidente, en 2012, amplía el horizonte de transformaciones estructurales de Venezuela. El gobierno ha fortalecido el papel del Estado en la economía, con mayor poder para planificar e implementar políticas, buscando intervenir –con creciente participación popular– en los principales medios de producción. Internamente, el petróleo ha financiado la estructuración y el fortalecimiento del mercado nacional, con un proceso soberano de industrialización (distinto a la industrialización dependiente y asociada a las transnacionales, llevada a cabo a partir de los años sesenta por Rómulo Betancourt y Nelson Rockefeller), la creación de nuevas empresas básicas e importantes obras de infraestructura.
Paulatinamente, los recursos que antes habían sido canalizados para las compañías petroleras o hacia cuentas bancarias de la élite privilegiada, fueron transformados en herramienta del Estado para combatir la pobreza y la economía rentista, improductiva e importadora. Externamente, los recursos del petróleo han sido utilizados como instrumento para la integración latinoamericana y caribeña, así como para el impulso a la construcción de un mundo multipolar. Venezuela ha asumido una nueva posición en sus relaciones internacionales: intenta diversificar su producción y sus exportaciones; diversificar los orígenes y los destinos del intercambio, no dependiendo comercialmente de un país comprador o un país proveedor.
La gran victoria de Chávez abre las puertas, por lo menos hasta 2019, para un camino largo hacia la consolidación de un país independiente, soberano e industrializado. El gran espectáculo democrático de todos los venezolanos debería ser suficiente para abrir los ojos de los desinformados. Debería ser suficiente para ridiculizar a los grandes medios de comunicación, que niegan lo que es innegable. Ganó Chávez, de nuevo. Ganó la democracia en Venezuela. Los derrotados fueron la élite liberal y privatizadora, las transnacionales del petróleo y del gas, los poderosos medios de comunicación. Junto a los perdedores, por detrás de ellos, están la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

* Profesor de Economía, Integración y Desarrollo en la Universidad Federal de la Integración Latino-Americana, Brasil. Doctorando en Economía Política Internacional en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Autor del libro “Economía venezolana 1899-2008, La lucha por el petróleo y la emancipación”.

Jauretche distinguía a «guarangos» y «tilingos» así: «Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada. En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud. Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el tilingo es un acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura forma que no pudo ser forma. El guarango pisa fuerte porque tiene donde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza. Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial».

l gran miedo de la derecha: los gobiernos nacional-progresistas de América Latina
El principal peligro que representan loss gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

La etiqueta de «populista» es usada por la derecha
para  atacar  a los gobiernos nacional-progresistas
como los de Ecuador, Bolivia y Venezuela.
Los últimos treinta años se encuentran determinados, por un lado, por el triunfo del bloque occidental bajo hegemonía norteamericana ante el derrumbe de la URSS y el campo socialista y, por otro, por el impulso de los modelos neoliberales auspiciados por el Consenso de Washington. Ambas tendencias son, en esencia, dos caras de una misma moneda, pues el neoliberalismo constituye, en buena medida, la exacerbación de la visión capitalista según la cual son las fuerzas del mercado, dejadas por la libre, las únicas en condiciones de garantizar el desarrollo y el progreso humanos. Ambas tendencias llevarán a su clímax un proceso tan antiguo como el sistema capitalista mismo, que hoy se expresa en lo que conocemos como la globalización, que tiene como núcleo central y principal dinamizador la constante y nunca agotable necesidad de crecimiento del capital.

Comprendido de esta forma, el proceso de globalización, tercera pata del banco de las tendencias dominantes de la época contemporánea, se habría iniciado en el lejano siglo XV, cuando el naciente capitalismo orienta a la exploración de rutas mercantiles y a la incorporación al mercado occidental de nuevos productos traídos de lugares lejanos. Es así como se explora y se incorpora, de muy distintas formas, al naciente circuito mercantil capitalista el continente africano, se circunnavega el globo terráqueo y se llega a las costas de América. Tal proceso encuentra una plataforma idónea para su expansión vertiginosa en la revolución científico-tecnológica de la segunda mitad del siglo XX, que le permite a la forma hoy dominante de capital, la financiera, expandir por todo el globo la especulación en la que se fundamenta.

La desaparición del campo socialista que dejó las puertas abiertas a la expansión del dominio militar norteamericano en todo el mundo, la globalización y la preponderancia del neoliberalismo constituyen, pues, las tendencias dominantes de la época contemporánea, entendiendo por ésta la segunda mitad del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI.

Es en este contexto desalentador para el proyecto de “los de abajo”, cuando todo parecía estar más en contra suyo, que en América Latina surgen procesos cuestionadores del estatus quo neoliberal. Como dice el uruguayo Raúl Zibechi, “Finalmente, los poderosos no consiguieron su objetivo de controlar y dominar a los sectores populares de nuestro continente, para mejor esquilmar sus riquezas”.

Fue así como el neoliberalismo frenó su impulso rampante en América Latina, y hubo de ver cómo se proponían e impulsaban alternativas por parte de gobiernos cuyos índices de aprobación se mantuvieron entre los más altos de la región. La llegada al poder de partidos, coaliciones y movimientos políticos procedentes del amplio espacio de la izquierda en tan rápida sucesión tras largos años de hegemonía neoliberal fue pronto designada como “ola izquierdista” o “giro a la izquierda”.

A estas opciones políticas sus críticos les llaman “populistas”, entendiéndolas dentro del estrecho margen que conciben a la política como un eterno mercado electoral, en el que se hacen concesiones a los sectores populares solamente en la medida en que puede ganarse temporalmente su favor para elecciones puntuales. El principal peligro que representan estos gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra, propalando la idea que estos países constituyen amenazas a la democracia, la propiedad privada y el libre mercado.

Las actitudes hostiles son mayores en la medida en que se planteen las posibilidades de profundizar modelos alternativos al neoliberalismo o, más aún, si se cuestiona en su conjunto el desarrollo como modelo. Las hostilidades van desde la descalificación racista de inocultables raíces coloniales, como de las que son objeto los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales, hasta los sesudos análisis académicos o periodísticos que descalifican como superficiales y aventureras tales posiciones.

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