No. El hambre no es un fenómeno de la naturaleza, ni un designio de dios o de Mandinga, como algunos y otros prefieren creer. Tampoco es una enfermedad, ni una consecuencia indeseada del clima.
Es una invención humana tan letal y temible como las armas químicas que George Bush y sus aliados decían buscar en Irak, y que jamás encontaron, pese a lo cual, igual invadieron.
Como todo instrumento de destrucción masiva, el hambre se aplica de manera racional y selectiva sobre determinadas regiones del planeta y apunta al exterminio de las razas y los sectores sobrantes de la población mundial.
El hambre, es un crimen. Un negocio tan macabro y colosal como la guerra. Quizás por eso en medio de la crisis las potencias del mundo hayan corrido a rescatar a los fabricantes del hambre en vez de tenderles una mano a los hambrientos. ¿No le parece?
Y en vez de hablar del hambre, de preocuparse de este crimen de lesa humanidad, ahora a Benedicto XVI y a El Vaticano se les da por asegurar que los celulares e internet son malos para ejercer la espiritualidad y aumenta el riesgo de perder el alma.
El uso de las nuevas tecnologías no dejaría tiempo para la reflexión ni para la vida espiritual, dijo el vocero papal, Federico Lombardi: "En la era del teléfono celular e internet es más difícil que nunca proteger el silencio y percibir la dimensión interior de la vida. Hoy en día, esto significa una amenaza muy grave".
Los riesgos espirituales de la vida moderna: de eso sí se ocupa El Vaticano, que coincide en que la crisis económica actual es una prueba de que la obsesión por el dinero y el éxito no tiene sentido, y que el binestar económico no significa nada.
Una cifra que recibì por internet: en 2008 hay 920 millones de desnutrido en el mundo, 40 millones más qu el año anterior, gracias a la crisis de alimentos. En América Latina, más de 53 millones de hermanos pasan hambre, sin siquiera tener acceso a internet o a los celulares. Están en silencio, ya no tienen fuerzas ni para gritar. ¿Será ese un estado de gracia?
Rubén Armendáriz
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