El individualista
La lucha colectiva o la heroica acción individual han sido una constante política en las películas de Hollywood. En Salt of the Earth o Norma Rae’, por ejemplo, vemos la celebración de la resistencia de los trabajadores en la forma de sindicatos y huelgas. En Waterfront, de acuerdo a una línea más liberal, es el heroísmo de un individuo el que enfrenta la corrupción interna del sindicato. Aquí la acción individual se privilegia por sobre la acción colectiva.
Y la razón, según la historia va, es que si el individuo se identifica con algo más grande que él, algo como la iglesia, la raza, el partido o el Estado, entonces estas entidades se consideran con el derecho a imponer su voluntad en el sujeto. Para el liberalismo el individuo, la capacidad de autodeterminación y autorrealización, es la piedra angular de la democracia.
En verdad, la llegada del individuo ha tomado un largo tiempo. Por la mayor parte de la historia humana su existencia jurídica no la vemos por ninguna parte. En lugar de la soberanía del individuo, lo que vemos es la concentración del poder en las manos de un déspota o soberano absoluto. En los tiempos antiguos, la sociedad viene primero, el individuo después.
El filósofo griego Platón fue uno de los primeros pensadores antiguos en elaborar una teoría política en su obra La República. El ideal, dice, es lograr un estado de balance en donde los diferentes componentes sociales jueguen su propio papel.
El resultado será una sociedad armoniosa, libre de discordia y violencia, un estado beneficioso conducente a la felicidad. Las diferentes partes de la sociedad, según su teoría, son los guardianes o gobernantes, los auxiliares o soldados y los trabajadores. La sociedad logra armonía cuando los guardianes, que tienen el conocimiento de cuáles son los mejores intereses de la sociedad, gobiernan a los trabajadores con el apoyo de los auxiliares, es decir, las fuerzas armadas. Según Platón, diferentes individuos tienen diferentes naturalezas: algunos nacen para gobernar, otros para pelear, otros para trabajar. La sociedad logra la felicidad cuando cada individuo realiza el trabajo de acuerdo a su naturaleza.
Para decir lo menos, esta es una visión social bastante opresiva y anti-individualista. Aquí no hay posibilidad para cuestionar a los gobernantes o al orden social que ellos imponen. Hacerlo sería entrar en el caos y la desarmonía. La razón es simple: los dirigentes saben lo que hacen al poseer el conocimiento que los otros no tienen. Este es un orden en donde cada individuo está subordinado al oficio que le tocó desempeñar en el orden social, no diferente del orden de la colmena. En las sociedades premodernas, ya sea en Grecia, Roma o la Europa medieval, los individuos fueron vistos principalmente como partes de un organismo social, de un orden natural, cósmico o divino que trasciende y determina al sujeto.
Hoy día, a diferencia de los tiempos antiguos, tenemos mucha más familiaridad con el pensamiento centrado en el individuo. A partir de los siglos XVII y XVIII los seres humanos, los individuos, se transformaron en el centro del pensamiento político. Para pensadores ingleses como Hobbes y Locke los individuos vienen primero y luego la sociedad y los gobiernos, y las leyes no deben impedir los deseos del individuo que debe vivir tan libre como sea posible para lograr sus fines. Por supuesto, esto no significa estar libres de todo impedimento. Algún tipo de gobierno, ciertas restricciones legales y sociales, son necesarias.
Sin autoridad social, las cosas serían bastante desagradables. Según Hobbes el “estado de naturaleza”, el tiempo que existió antes de la sociedad cuando los individuos vivían separados y solos sin ley ni gobierno, el más fuerte satisfacía sus necesidades a expensas del más débil y cada uno estaba a merced de los otros bajo constante amenaza de violencia y muerte. Un estado de guerra de todos en contra de todos en donde la vida era “solitaria, pobre, fea, brutal y corta”. Es en el interés del individuo escapar a este estado de cosas y formar una sociedad bien ordenada. Como ellos decían, firmar un “contrato social”, donde todos implícitamente acuerdan renunciar a algún tipo de libertad, a someterse a una autoridad central o cuerpo legislativo a cambio de protección y seguridad.
Para Locke la autoridad política, a diferencia de cualquier otro régimen, esta basada firmemente en el consentimiento de los que van a ser gobernados. Un gobierno del pueblo que representa su voluntad y si viola los límites del poder pierde su legitimidad, por lo que puede ser removido de su cargo. Es en el reino de la vida pública donde la autoridad estatal prevalece, pero no en la vida privada que debe permanecer fuera de su alcance.
Según Locke, los individuos tienen ciertos “derechos naturales” que existen antes de cualquier arreglo social: el derecho a la vida, a la propiedad y a sus propios asuntos sin ser molestados. Y es esta idea la que luego aparece en la declaración francesa de los Derechos del Hombre de 1793.
Esta noción puramente negativa de la libertad no es la única forma de verla en la tradición liberal. Para Kant la libertad individual no sólo es una cuestión de independencia de influencias externas, sino de autodeterminación, de actuar de acuerdo a los deseos y fines que racionalmente formulamos para nosotros mismos. Esta es la capacidad fundamental del ser humano que lo trasforma en persona.
Un cierto grado de autonomía es necesario para ser un sujeto, no un objeto. Igualmente para Stuart Mill el individuo debe ser libre para desarrollar su poder de acuerdo a su propia voluntad y juicio. La única limitación que legítimamente puede ser impuesta a la libertad individual es si su acción daña a otros o si la mayoría oprime a la minoría.
Todo esto está muy bien. ¿Quién no va a estar de acuerdo con ello, cierto? Y, sin embargo, este discurso es problemático a lo menos en dos áreas. El liberalismo presupone que el ser humano es esencialmente presocial, capaz de existir totalmente formado, con todas sus necesidades y deseos, en un estado natural y sólo secundariamente miembro de una sociedad que surge de mutuo acuerdo.
¿Realmente los individuos pueden existir completamente formados fuera de la sociedad? La verdad es que el estado natural es un estado permanente de subdesarrollo, como lo muestran los niños salvajes, encontrados en los bosques de Europa, que habían sido abandonados por sus padres muchos años antes. Estos niños no contaminados por la sociedad, la razón o la ciencia, quedaron severamente retrasados en su desarrollo.
El aprendizaje del lenguaje y la comunicación es clave en el ser humano y solo se da en el proceso de socialización. Como individuos siempre nos encontramos cogidos en un marco de relaciones sociales dentro del cual decidimos y actuamos: como marido y esposa, profesor y pupilo, policía y ladrón, sacerdote y feligrés, prostituta y proxeneta, etc. Todos jugamos un papel que esta sujeto a ciertas condiciones.
La otra área problemática es pensar que la organización política de la sociedad es la realidad primaria y que en tanto haya una forma de gobierno liberal la gente estará libre de opresión. ¿Realmente? Las cosas en realidad son más complejas de lo que aparecen. En cualquier sociedad hay mucho más que la organización social. Hay, por ejemplo, una variedad de otras relaciones sociales aparte de la relación entre el gobierno y los ciudadanos, relaciones económicas entre ricos y pobres, entre empleador y empleado. Bien podemos tener un orden político liberal mientras otras formas de opresión económica y explotación permanecen.
El foco de atención, entonces, habría que cambiarlo del individuo a las relaciones sociales en las que el individuo se da y de lo meramente político a las estructuras económicas, a la forma en que la actividad productiva es organizada. Y si hacemos ésto lo que vemos es que el papel del Estado, tal como lo encontramos en las democracias occidentales, es primariamente defender y mantener el poder de la clase económicamente dominante.
Si suponemos que en la democracia liberal el sujeto elige libremente a sus gobernantes, ¿cómo, entonces, vota en contra de sus intereses? O, lo que es lo mismo, ¿cómo se produce el control social? Sin mucho riesgo uno podría decir, que modelando la comprensión que la gente tiene de su situación. La educación, los medios de comunicación masiva, el cine y la cultura popular promueven una visión ideológica del mundo. El mismo sistema que le niega a las mayorías sus necesidades e intereses produce una falsa comprensión de cuáles son sus necesidades e intereses.
Al individuo, por ejemplo, a través del aparato ideológico del sistema que la elite controla, se le hace creer que un cierto orden económico es el mejor sistema posible o la única forma de organizar la sociedad, creencia que lleva al trabajador a aceptar su situación. Es este tipo de manipulación, incluso la manipulación de los deseos y los fines, es decir, el inducir al sujeto a desear algo que por sí mismo no hubiera deseado, la que mantiene la subordinación y perpetua el estado de cosas existente.
La democracia liberal que hoy conocemos no es acerca de la libre elección de los individuos como parece, sino de publicitar los candidatos y sus políticas. Las campañas partidarias son campañas de ventas. La discusión racional y los debates de los que hablaban los teóricos de la democracia liberal tienen bien pocas consecuencias. La idea de que la gente se gobierna a sí misma en la democracia representativa es una fachada. En última instancia sólo tenemos libertad para elegir entre diferentes miembros del mismo aparato económico.
Uno podría decir que el espectro de Platón reaparece en la sociedad contemporánea. ¿No es el caso que, por ejemplo, la división social de la que hablaba Platón entre los guardianes o gobernantes, los auxiliares o soldados y los trabajadores se repite hoy en la sociedad contemporánea en donde los gobernantes son los directores ejecutivos (CEO), los auxiliares son las fuerzas armadas y los aparatos de seguridad y, el tercer grupo, los trabajadores?