Ser introvertido no es muy divertido. Pero, si lo eres, no hay que preocuparse demasiado. Como dicen los psicólogos, la personalidad, al igual que la raza y el género, determina profundamente nuestras vidas. Y el aspecto más importante de ella es donde nos ubicamos en el espectro introvertido-extrovertido. El lugar que ocupamos en este continuo influye en nuestras decisiones, nuestras conversaciones y cómo expresamos nuestros sentimientos.
El sistema de valores predominante en las sociedades occidentales favorece, sin lugar a dudas, el ideal extrovertido, aquel que prefiere la acción a la contemplación, el riesgo a la atención, la certeza a la duda y las decisiones rápidas a pesar, incluso, del riesgo. La introversión, por el contrario, se ve como un rasgo de personalidad de segunda clase, aburridos y lentos, ocupando algún lugar entre la decepción y la patología.
Como nota la escritora Susan Cain, las personas conversadoras, por ejemplo, son consideradas más inteligentes, más interesantes y más deseables como amigas. La velocidad del habla cuenta tanto como el volumen. Quien habla más rápido es más competente y agradable que los lentos. Y, por supuesto, mucho más popular y atractivo en los círculos sociales. Por eso es que hoy día se piensa que ser más extrovertido no sólo nos hace más exitosos, sino también nos convierte en mejores personas.
En un mundo que no para de hablar, el introvertido tiende a quedarse en los márgenes. Pero, a pesar de ello, cometeríamos un grave error si descalificamos sin mayor reflexión a la introversión. Algunas de las mejores ideas en la historia de la humanidad han provenido de personas tranquilas y cerebrales que sabían como sintonizarse con su mundo interior. Sin ellas nuestro mundo cultural sería mucho más pobre.
En 1921 el psicoanalista Carl Jung en su libro Tipos Psicológicos popularizó los términos introvertido y extrovertido como los pilares centrales de la personalidad. Los primeros se sienten atraídos por el mundo interior del pensamiento y el sentimiento y se centran en el significado que le dan a los acontecimientos con los que se encuentran. Los otros, en cambio, tienden a las actividades y a la vida externa y se sumergen sin trepidación en los acontecimientos. Unos recargan las baterías estando solos, con menos estimulación externa, y los otros, socializando y buscando una mayor estimulación.
Sin embargo, pronto descubrimos que no hay una definición universal y hay tantas como psicólogos de la personalidad y muchos de ellos consideran obsoletas las ideas de Jung. Lo cierto, en verdad, es que no hay un extrovertido o un introvertido puro. Hay muchos tipos diferentes y unos y otros interactúan con otros rasgos de nuestra personalidad y nuestras historias personales, produciendo tremendas diferencias. Lo que encontramos es que en el espectro tendemos a ubicarnos más hacia un lado que al otro.
La pregunta que surge es la de si estas diferencias en la personalidad son parte de nuestra “naturaleza”, algo enraizado en las profundidades de nuestra estructura genética o, por el contrario, surgen debido a las circunstancias de la vida. El científico de la universidad de Harvard, Jerome Kagan, cree tener una respuesta basada en estudios longitudinales del desarrollo emocional y cognitivo de los niños. En uno de ellos, iniciado en 1989 y todavía en curso, reunió, junto con su equipo, quinientos cuatro bebés de un mes en su laboratorio prediciendo qué serían capaces de decir, basados en una evaluación de cuarenta y cinco minutos, que bebés tenían más probabilidades de volverse introvertidos o extrovertidos.
Para ello expusieron a los bebés a una serie de nuevas experiencias cuidadosamente seleccionadas. Los bebés escucharon voces grabadas y globos estallando, vieron móviles de colores bailar ante sus ojos e inhalaron el aroma del alcohol en trozos de algodón. Las reacciones fueron bien diferentes. Alrededor del 20% lloró con fuerza, moviendo sus brazos y piernas. Kagan llamó a este grupo “altamente reactivo”. Alrededor del 40% permaneció tranquilo y plácido, moviendo los brazos y las piernas de vez en cuando, pero sin movimientos dramáticos. A este grupo lo llamo “poco reactivo”.
El 40% restante se encontraba entre estos dos extremos. Kagan predijo, en una hipótesis sorprendentemente contradictoria, que los bebés del grupo altamente reactivos eran los que tenían más probabilidades de convertirse en adolescentes tranquilos. Muchos de los niños resultaron exactamente como Kagan había esperado. Los bebés altamente reactivos tenían mas probabilidades de haber desarrollado personalidades serias y cuidadosas. Los poco reactivos tenían más probabilidades de haberse vueltos tipos relajados y confiados.
En buenas cuentas, entonces, la reactividad alta y baja tendía a corresponder a la introversión y la extroversión. Lo que significa, según Kagan, que las descripciones de Carl Jung sobre los introvertidos y extrovertidos se aplican con asombrosa precisión a una buena proporción de adolescentes.
Con frecuencia se hace una diferencia entre temperamento y personalidad. El primero se refiere a patrones emocionales y de comportamientos innatos de base biológica, observables en la infancia. La personalidad, en cambio, surge a partir de la influencia cultural y la experiencia personal. Según se dice, el temperamento es la base y la personalidad es la construcción. Kagan vincula ciertos temperamentos infantiles con la personalidad adolescente. La respuesta de quien se vuelve introvertido o extrovertido yace en la fisiología, específicamente, en el potente órgano dentro del cerebro llamado amígdala ubicada en el sistema límbico, denominado “cerebro emocional”, sede de los instintos básicos que compartimos con los animales tales como el apetito, el deseo sexual y el miedo.
Una de sus funciones es detectar instantáneamente cosas nuevas o amenazantes en el entorno y enviar señales rápidas a través del cuerpo que desencadenan la respuesta de lucha o huída. Según Kagan, los bebés que nacían con una amígdala especialmente excitable se moverían y gritarían más cuando se les mostrara objetos desconocidos y con toda probabilidad se convertirían en niños mas alertas y vigilantes frente a experiencias y gente nueva. En breve, ellos son más sensibles a su entorno.
A pesar de ello, sin embargo, habría que decir que ésta no es la única ruta biológica hacia la introversión o la extroversión. Hay introvertidos que no tienen la sensibilidad de un altamente reactivo y un pequeño porcentaje de los altamente reactivos crecen hasta ser extrovertidos. En todo caso, otros estudios de la personalidad apoyan la premisa de que la introversión y la extroversión tienen una base fisiológica e incluso genética. Pero, habría que agregar, ninguno de ellos es perfecto.
¿Son, entonces, las explicaciones biológicas completamente satisfactorias? ¿Nacemos realmente con temperamentos prefabricados que moldean poderosamente nuestra personalidad? ¿Son las cosas tan simples? ¿Uno es introvertido porque heredó la alta reactividad de los padres, porque copió sus comportamientos… o ambas cosas? Las estadísticas de la herencia derivada de estudios de gemelos muestran que la introversión-extraversión es heredable sólo entre un 40 y un 50 por ciento. Lo que significa que, en un grupo de personas, en promedio, la mitad de la variabilidad es causada por factores genéticos.
Los promedios, sin embargo, son complicados. Una tasa del 50% no significa necesariamente que la introversión es heredada en un 50% de los padres o que la diferencia en extroversión entre mi amigo y yo sea genética. El cien por ciento de mi introversión podría provenir de los genes, o de ninguno en absoluto o, probablemente, de alguna combinación insondable de genes y experiencia. Según Kagan preguntar si es natural o adquirido es como preguntar si una tormenta de nieve es causada por la temperatura o la humedad. Es la intrincada interacción entre los dos lo que nos hace quienes somos.
Tal vez estamos haciendo la pregunta equivocada. Quizás el misterio de qué porcentaje de la personalidad es naturaleza y qué de crianza sea menos importante que la cuestión de cómo interactúa el temperamento innato con el entorno y con su propio libre albedrío. Algo que de todas maneras ya habíamos intuido.
Entonces, podríamos preguntar… ¿hasta qué punto el temperamento es destino? Según la teoría de la interacción gen-ambiente, las personas que heredan ciertos rasgos tienden a buscar experiencias de vida que refuerzan esas características. Los menos reactivos, por ejemplo, corren peligros desde que son pequeños, así cuando crecen no se inmutan ante los riesgos más grandes. Suben algunas murallas, se vuelven menos sensibles y luego trepan al tejado. Tienen todo tipo de experiencias que otros niños no tienen. Y los más reactivos, en cambio, pueden tener más probabilidades de convertirse en artistas, escritores o pensadores, porque su aversión a la novedad los hace pasar más tiempo dentro de sus propias cabezas. La universidad, dice el psicólogo Jerry Miller, está llena de introvertidos.
Según la hipótesis de la orquídea, muchos niños son como los dandaleones, capaces de prosperar en prácticamente cualquier entorno. Pero otros, incluidos los altamente reactivos, se parecen más a las orquídeas. Se marchitan fácilmente, pero en las condiciones adecuadas pueden crecer fuertes y magníficos.
Los científicos saben desde hace tiempo que los temperamentos muy reactivos conllevan factores de riesgo porque tienen más probabilidades de reaccionar ante eventos desfavorables con más depresión, ansiedad y timidez. Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta es que las sensibilidades y las fortalezas, según los estudios, muestran que los niños altamente reactivos que disfrutan de un ambiente favorable tienden a tener menos problemas emocionales y más habilidades sociales que sus compañeros menos reactivos.
Sea como sea, la cosa es que la huella de un temperamento, ya sea más reactivo o menos reactivo, nunca desaparece en la edad adulta. Algunos reactivos, por ejemplo, pueden convertirse en adolescentes socialmente fluidos, que no se sienten desconcertados por la novedad, pero nunca se despojarán de su herencia genética. Podemos estirar nuestra personalidad pero nuestro libre albedrío nos puede llevar sólo hasta cierto punto. Nuestro temperamento innato, nuestro cerebro y sistema nervioso nos influyen, independientemente de la vida que llevemos. Como introvertidos podemos participar activamente en el mundo social, pero cuando ya no es necesario, la soledad no nos molesta.
Ahora bien… si los altamente reactivos son más sensitivos y los audaces y agresivos generalmente prevalecen. ¿por qué los sensibles y reactivos han sobrevivido en la población humana? Algo que ocurre no sólo en los humanos sino también en más de cien especies del reino animal que están organizadas de esta manera.
La respuesta, según una hipótesis prevalente, es que cada uno de ellos sobreviven porque tienen estrategias de supervivencia radicalmente diferentes, cada una de las cuales da frutos distintos. Es lo que se conoce como la teoría de la evolución del equilibrio en la que un rasgo particular no es del todo malo ni del todo bueno, sino una combinación de pros y contras, cuyo valor de supervivencia varía según las circunstancias.
Por último, si aceptamos la premisa que los extrovertidos son pro-sociables y los introvertidos tienden a aislarse, ¿cómo se relacionan entre ellos? El encuentro de dos personalidades, escribía Jung en su libro, es como el contacto de dos sustancias químicas. Si hay alguna reacción, ambos se trasforman.
* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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