El juicio de la literatura

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Juan Manuel Costoya*

En los últimos días del pasado año el teatro parisino de La Madelaine exhibía una obra de teatro montada, escrita y representada por un solo hombre, el octogenario abogado Jacques Vergès. Anagrama recupera ahora Estrategia judicial en los procesos políticos, una obra en la que la literatura forma parte de diferentes argumentos defensivos y judiciales.

La editorial Anagrama reedita en su colección Argumentos Estrategia judicial en los procesos políticos de Jacques Vergès. La obra fue editada por primera vez en París en el año 1968 y en ella su autor, por aquel entonces un conocido abogado de filiación comunista y militancia anticolonialista, explica las diferencias básicas entre las dos estrategias defensivas opuestas a las que puede acogerse un acusado, individual o colectivo, resumidas, en su propia terminología, en “defensa de connivencia o defensa de ruptura”.

Para el autor, la defensa de connivencia equivale a la aceptación implícita de la culpabilidad, al reconocimiento de que el tribunal está legítimamente capacitado para impartir justicia y que su sentencia debe ser asumida por el acusado.

Por el contrario, la defensa de ruptura apuesta por desbordar el estrecho marco del derecho y trasladar el juicio a ámbitos más amplios, como pueden ser los medios de comunicación o la sociedad en general. Con esta defensa se niega la legitimidad a un tribunal para emitir una sentencia justa y se inicia un contraataque que trata de poner en contexto la verdadera magnitud del hecho enjuiciado.

La obra tuvo como marco temporal de su publicación la guerra de independencia argelina y su enfoque responde a la militancia anticolonialista del propio Vergès. De hecho el libro, que comienza con una cita de Mao Tse Tung (Mao Zedong), está dedicado a Djamila Bouhried, la que fuera su esposa y a la que Vergès representó legalmente cuando ésta militante del Frente de Liberación Nacional era juzgada por terrorismo en Francia.

Con el fin de ilustrar las dos modalidades de defensa Vergès recurre a diferentes ejemplos, entre ellos los suministrados por la convulsa actualidad de los años sesentas en la que los procesos argelinos y la revolución cubana son los más destacados. Sin embargo las diferentes estrategias judiciales necesitan de un enfoque más amplio que el de una década para ser comprendidas en su totalidad. Y es aquí cuando Vergès recurre a la historia y sobre todo a la literatura para poder desplegar su argumento en toda su extensión.

Voltaire negrero

Como abogado la especialidad de Vergès es rastrear los puntos débiles, las contradicciones de un sistema que dando por sentados algunos hechos, en realidad, contribuye a maquillarlos y los falsea. Pocos autores más identificados con la crítica al poder absoluto que Voltaire (1694-1778). La prosa demoledora que el filósofo ilustrado autor de Cándido dedicaba a la Iglesia católica y a la monarquía de Luis XV tiene un punto flaco recuperado por Vergès, la de la participación de Voltaire en las sociedades bordelesas dedicadas a la trata negrera.

¿Habrá alguien sobre la faz de la tierra que tenga un poder más omnímodo sobre otro ser humano que el propietario de esclavos?

Vergès se sirve de un clásico, Crimen y Castigo de Dostoyevsky (1821-1881), para explicar los entresijos y contradicciones de la conciencia humana. El escritor ruso sabe que el mundo de la apariencia está en contradicción con el de los hechos y que “nada hay más difícil que la franqueza ni más fácil que la lisonja”.

Raskolnikov, el atormentado protagonista de Crimen y Castigo, es el más acabado ejemplo de ser humano devorado por su conciencia. El remordimiento es su verdugo.

Para Vergès la sociedad humana no se rige por la conciencia, sino por el interés y la defensa de los privilegios adquiridos. De nuevo el autor recurre a otro clásico de las letras francesas para explicarlo. Honoré de Balzac (1799-1850) es el autor de La Comedia Humana, la Biblia de todos los advenedizos que no reparan en medios para conseguir fama y fortuna.

Vergès pudo haber elegido al propio Balzac, un burgués ególatra y tramposo, enamorado de su obra, de todas las mujeres, de los negocios más absurdos y de los muebles antiguos, para ilustrar su ejemplo. Prefiere, sin embargo, el modelo que le proporciona Francois Vidocq, el delincuente que después de pasar por la prisión llegó a dirigir la Seguridad en París. En su sorprendente y meteórica carrera se basa el personaje novelado de Vautrin, uno de los protagonistas de La Comedia Humana.

De nuevo la literatura explica la sociedad.

En su apología del modelo correspondiente a la defensa de ruptura Jacques Vergès vuelve a encontrar un aliado en la literatura. La novela de Kafka (1883-1924) El proceso ha pasado a la posteridad como el reflejo literario de la alienación. La angustia de su protagonista, Josef K., ante una acusación inconcreta que se mantiene indefinida en el tiempo, ha servido para trazar paralelismos con perversos sistemas judiciales como los puestos en marcha por el nazismo o el estalinismo.

Vergès vuelve a mostrar sus reflejos cuando escribe: “En realidad el universo de K. no es, por más que se diga, el del nazismo ni el de la Unión Soviética; es el de la calle Saint Jules, larga hilera de altas casas grises y uniformes, enormes cuarteles de alquiler que se alquilan a las pobres gentes”.

El mal no tiene una cara previsible. La filósofa judía Hannah Arendt (1906-1975), citada por Vergès en su libro, es la autora de Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal. Eichmann, teniente coronel de las SS y auténtico cerebro de la logística del exterminio, fue también un funcionario responsable y un honesto padre de familia. Las conclusiones de Arendt respecto de Eichmann son las mismas que Vergès sostiene respecto de los criminales de guerra a quienes defiende. No son monstruos, tampoco pervertidos ni sádicos.
(Un alcance contemporáneo sobre la obra de Arendt puede leerse aquí, de la escritora argentina Patricia Odriozola).

Para el tribunal que juzgó al jerarca nazi en Jerusalén hubiera sido muy reconfortante poder creer que el acusado era un monstruo. Lo único terrorífico en Eichmann era su normalidad y lo cerca que está el común de los mortales, si se dan las condiciones oportunas, en poder convertirse en un hombre de su condición.

Sócrates y Dimitrov

La defensa de ruptura no es una estrategia reciente. Vergès se hace eco en su libro de la coherencia de Sócrates al negarse a aceptar una solución negociada en el juicio que, a la postre, le condenaría a muerte. Los jueces atenienses no doblegaron el discurso del filósofo que prefirió beber la cicuta antes que retractarse de sus doctrinas.

También el comunista Dimitrov ganó el juicio desde el primer momento, al negar a los jueces cómplices con el nacionalsocialismo autoridad moral para juzgarle por su presunta participación en el incendio del Reichstag. Dimitrov fue puesto en libertad, pero, y es lo más importante para Vergès, hubiera ganado aunque el tribunal de opereta al servicio de los jerarcas nazis le sentenciara a muerte.

A fin de demostrar la eficacia de la defensa de ruptura el autor entresaca de la historia judicial uno de sus casos más conocidos: el “affaire” Dreyfus. El oficial francés de confesión judía fue acusado de espionaje al servicio de Alemania por una cuestión de prejuicios.

Enfrentado al juicio y eligiendo una defensa de connivencia escapó de la pena capital para ir a dar con sus huesos en la Isla del Diablo, en la penitenciaría de Cayena. El caso era una burda manipulación del Estado Mayor del ejército francés a fin de salvar el buen nombre de un alto oficial, el conde Esterhazy.

Émile Zola, (1840-1902), el escritor naturalista, autor de Germinal y Teresa Raquin, redactó un demoledor manifiesto publicado en el diario La Aurora y que bajo el título Yo acuso señalaba a una selecta camarilla del ejército y el gobierno como verdaderos responsables de lo sucedido. El mérito de Zola fue el de sustituir la defensa por el ataque y el tribunal por la calle. A ello le ayudó una personalidad fogosa y sin sentido de la mesura, muy similar a la que el líder cubano Fidel Castro exhibiría muchos años más tarde en un diferente contexto histórico pero en circunstancias judiciales similares.

La opinión pública dictó sentencia y fue inapelable. Dreyfus fue rehabilitado y con el tiempo y a cambio de su silencio se le hizo caballero de la Legión de Honor.

Vergès ofrece las conclusiones de su obra en un capítulo final que hace alusión a la moral de la historia. Condensa en pocas líneas las enseñanzas que la literatura proporciona y que pueden resumirse en un elevado sentido crítico frente a la historia y la realidad circundante y una querencia por tratar de encontrar explicaciones alternativas a las que ofrece la primera apariencia.

Vergès personaje literario

La trayectoria pública de Jacques Vergès necesita de gran número de nombres y datos, muchos de ellos en apariencia contradictorios, para ser explicada. El cineasta Barbet Schroeder firmó el documental El abogado del terror para tratar de desvelar la fascinación que ejerce su persona y el misterio que la rodea. La personalidad de Vergès subyuga y deja en un segundo plano las explicaciones que en el documental ofrece sobre algunos de los más sonados procesos por terrorismo en la Europa de finales del siglo XX.

Este abogado de pasaporte francés, padre originario de las Islas Reunión y madre vietnamita, nació hace 83 años en Tailandia. Las entrevistas filmadas por Schroeder muestran a un Vergès irónico, armado con un habano, seductor con la cámara, seguro de sí mismo y con una elegancia a tono con el despacho desde el que habla, decorado con libros y antigüedades orientales.

Que nada es lo que parece bien pudiera ser la esencia de su pensamiento. No parece casual que escoja la fecha del 8 de mayo de 1945 para hablar de su trayectoria pública. Europa conmemora esa jornada como el día en que el nazismo capituló al fin poniendo punto final a la guerra en el Viejo Continente. Para Argelia esa fecha es, por el contrario, un día de luto; el aniversario de las espantosas matanzas de Guelma en la que murieron un número indeterminado de patriotas norteafricanos a manos de los franceses ocupantes.

Para Vergès no hay diferencia alguna entre los métodos empleados por la Gestapo en Francia y los que utilizaban los paracaidistas franceses en Argelia. Su enfrentamiento al pensamiento dominante continúa ofreciendo argumentos para negar el genocidio camboyano. Vergès conoció a Pol Pot en sus tiempos de estudiante en el Politécnico parisino, cuando éste era un estudiante llamado Saloth Sar enamorado de la poesía de Rimbaud. Muchos años más tarde defendió como abogado a Khieu Samphan, amigo personal y destacado líder de los Jemeres Rojos.

Cuando en 1968 Éditions de Minuit publicó su libro Estrategia judicial en los procesos políticos, la biografía de Vergès podía resumirse acertadamente señalándolo como un abogado francés comunista y anticolonialista. Tras su desaparición de la escena pública entre 1970-78 emergió un Vergès iconoclasta que comenzó a defender a criminales nazis (Klaus Barbie), sátrapas africanos o acusados de terrorismo internacional como Carlos “el chacal”. Incluso se ofreció como abogado al líder serbio Slobodan Milosevic.

Los críticos de su figura hablaron de virajes incomprensibles, de caprichos megalómanos. Vergès, siempre distante, responde a estos reproches citando entre sus argumentos una larga lista de obras literarias y autores.  Voltaire y Moliere, Shakespeare, Dostoyevski y Balzac, Stendhal y Kafka, Sócrates y Hannah Arendt, Zola y Arthur Miller, Marcel Proust y André Gide se codean con los nombres de los acusados y sirven para explicar y poner en contexto los procesos judiciales.

Quizás esta devoción literaria sea la única adhesión invariable de un hombre que confesó al director de cine Schroeder: “Yo amo la Francia de Montaigne, Diderot, la Revolución, y me es completamente insoportable que pueda desaparecer”.

* Escritor.
 

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