El lenguaje es el conjunto de sonidos articulados con que expresa y manifiesta el hombre lo que piensa, siente o desea. También es la manera de hablar de un país, con sus reglas y sonidos peculiares, o la forma de expresarse de alguien o algunos en particular. Samuel Johnson (1708-1784), escritor inglés, afirmaba que “El lenguaje es el vestido de los pensamientos”
Los ropajes pueden ser diversos: argot, caló, jerga y jerigonza son los determinados estilos de conversar de los gitanos, o también de un reducido número de personas, o de otro grupo cualquiera cuyo léxico revele una distinta significación de los vocablos de su lengua genuina y verdadera con otros muchos términos formados caprichosamente o de origen desconocido, particular y dudoso.
Idioma y lengua constituyen el modo particular de expresión con que cada nación explica sus conceptos. El habla se refiere al acto en el que las personas se manifiestan en un momento determinado con la palabra y, en general, al modo en que se habla en una cierta región o país.
El dialecto es cada lenguaje hablado en un determinado territorio que difiere del oficial, general o literario de una nación, en algunos accidentes analógicos, especialmente en los sonidos, se deriva de él y no es esencial o profundamente diferente. El calificativo de vernáculo, en particular, se aplica al idioma doméstico, especial y nativo de un pueblo. La fraseología y la terminología son el modo de ordenar las frases y la especial manera y vocablos con que se expresa una determinada persona o que es peculiar de algunas en las especialidades científicas. La mímica es el arte de expresarse por medio de ademanes, gestos o actitudes que unos emplean por necesidad, al no poder hablar, y otros por afición o profesión.
La lingüística es la ciencia que se dedica a la investigación del lenguaje, y la filogenia se encarga de analizar la evolución histórica de un idioma.
El lenguaje corporal o la kinésica, se refiere al significado expresivo o comunicativo de los movimientos corporales y de los gestos aprendidos o somatogénicos, no orales, de percepción visual, auditiva o táctil, solos o en relación con la estructura lingüística y paralingüística y con la situación comunicativa.
El lenguaje de los gestos permite expresar una variedad de sensaciones y pensamientos, desde desprecio, hostilidad, hasta aprobación y afecto.
El lenguaje publicitario se emplea para persuadir a las masas para comprar diversos productos comerciales, en campañas políticas, para informar a la gente sobre candidatos que se postulan a la presidencia y también con fines preventivos, como el de informar sobre medicamentos, campañas de salud y temas ambientales.
Los animales, por su parte, se comunican a través de signos sonoros y corporales, que aún el hombre no ha podido descifrar, y que en muchos casos distan de ser sencillos.
La lengua materna es el primer idioma que aprende una persona. Hay tres clases de lenguaje: el lenguaje hablado, el lenguaje escrito y el lenguaje mímico. Para comunicarse, el hombre utiliza el lenguaje verbal, que incluye, además del habla, la escritura, el dialogo, la información, la radio, la televisión, la prensa, internet; también contamos con el lenguaje no verbal, que forman parte las imágenes, los diseños, los dibujos, los símbolos, los gestos, el tono de voz… De estos sistemas de signos se ocupa la semiología.
El lenguaje constituye la manifestación de lo que queremos comunicar. Las palabras poseen tal multiplicidad de sentidos, que se impone una disciplina que precise la significación de cada vocablo para emplearlo adecuadamente.
En la actualidad, y en todos los niveles, pareciera que padres, representantes, educadores y guías han olvidado que su función principal es predicar con el ejemplo. Para lograrlo, hay que hacer un llamado a la propia conciencia del idioma con el que se expresan al utilizar un vocabulario incompleto, ordinario (en el sentido de basto y bajo), primitivo, y de muy baja extracción. Esta ausencia de modelos nos lleva hacia un incremento del deterioro de la condición de vida, al observar que los niños, ya desde la edad preescolar, utilizan palabras soeces, comportamiento que se repite y multiplica en adolescentes y adultos, etapa a la que llegan habiendo perdido por completo la forma de expresarse correctamente y, por ende, recurren a un lenguaje vulgar, ramplón, insolente y desconsiderado, sin conciencia de la riqueza y diversidad de registros a los que podemos o debemos recurrir ante distintas situaciones e interlocutores. Un lenguaje empobrecido empequeñece nuestra propia realidad. No olvidemos que, como decía Ludwig Wittgenstein (1899-1951), filosofo, matemático y lingüista, austriaco, “Los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo”.
Estamos ante una incultura del lenguaje que ha hecho que muchas personas crean que para ser graciosos es necesario intercalar en su vocabulario una serie de frases y expresiones ordinarias y mensajes de doble sentido, aderezadas con alusiones picantes que generan situaciones muy difíciles de manejar y de las que sólo muy contadas personas logran salir airosas.
Una mujer debe cuidarse muy bien de no caer en este hábito. Hay algunas que lo hacen, porque su estilo, dicen, es “llamar cada cosa por su nombre”. Pero se olvidan de que los objetos generalmente tienen un nombre propio, sin necesidad de emplear el sinónimo vulgar
Es oportuno recordar que si en un hombre son desagradables y, a menudo, incomodas las expresiones ordinarias, en una dama el espectáculo es totalmente desolador.
Parecería, sin embargo, que el común de la gente considera rebuscado, pomposo y ficticio el hablar bien; que rechaza por sofisticado y carente de naturalidad, el expresarse con propiedad. Así nuestro léxico se va deteriorando, cayendo en lugares comunes, vocablos y modismos ajenos al propio lenguaje, en un resultado lamentable de pobreza, chabacanería y vulgaridad. En palabras de Soren Kierkegaard (1813.1855), literato y filosofo danés: “Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!”
Hay palabras carentes de sentido, otras que se llenan de sentido y unas a las cuales se da el sentido que no tienen y se vuelven disparates.
Un idioma no está nunca hecho: siempre está haciéndose, naciendo, inventando nuevos modos cuando los que tiene ya no satisfacen y cuando los que hay no bastan para decir lo que se tiene que decir. Algunas de estas expresiones, a fuerza de repetirlas acaban por consolidarse y consagrarse por el uso y serán aceptables y correctas las que se impongan en la llamada habla culta.
José Martí, (1853-1895), político y escritor cubano: dijo: “El lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea”. Por eso quizás debemos preguntarnos: ¿qué vestido queremos para nuestros pensamientos? ¿Qué queremos hacer con nuestro lenguaje: ampliar los horizontes de nuestro propio mundo o reducirlos a un empobrecimiento que nos empequeñezca? ¿Acaso la razón y la lengua no son lo que supuestamente nos distingue de otras especies?
Así como construimos nuestro lenguaje, el lenguaje mismo nos construye. Destruirlo hasta el balbuceo, hasta no proferir sino una muletilla infinita o hasta un sonido animal incomprensible es caminar hacia un espejo en el que un día veremos seres destruidos, deshechos, que no podrán pensar, comprender, comprenderse. Habremos desandado lo mejor de nuestra propia historia como humanidad.
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