El mentiroso

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¿Cuántas veces mentimos al día? ¿Cuántas veces emitimos juicios que sabemos que son falsos? Según algunas estimaciones, alrededor de doscientas veces al día. Según otras, un promedio de trece veces a la semana sin contar ciertas formas de engaño que ocurren en dos tercios de todas las conversaciones que llevamos a cabo. Un evento rutinario, parte de nuestra vida y, con un cierto cinismo, podríamos decir una necesidad social y profesional. ¿Es esto un signo de la decadencia de nuestra época?

No hay evidencia de que en tiempos pasados haya habido algo así como un nirvana ético. Aunque no nos guste reconocerlo la tendencia a mentir es natural, espontánea y universal. Junto con nuestra capacidad para hablar también se desarrolló nuestra habilidad para mentir, que le dio a los humanos una cierta ventaja para sobrevivir. Desde el comienzo, según hace notar el ensayista Ralph Keyes, el lenguaje estuvo cercanamente relacionado con el momento en que el animal humano inventó una historia para engañar a una tribu enemiga, para disculparse del error que pudo haber cometido o para ocultar algo.Imagen relacionada

Imaginemos a un miembro de la tribu que por distraído pierde su lanza y vuelve a los suyos con las manos vacías al no poder cazar. ¿Qué dice? Este problema pasa por un gran esfuerzo de la imaginación. “La tribu enemiga me emboscó camino al río, pero fui capaz de defenderme y salir vivo del asalto. Desgraciadamente, durante el evento me robaron la lanza por lo que no pude traer ningún alimento.”

¿No es en las primeras falsedades donde podemos ver el nacimiento de la creatividad y de esas actividades tan admirables como la poesía y la literatura? No es por casualidad que el novelista Ernest Hemingway dijera que no era antinatural que los mejores escritores fueran mentirosos. Una vez que las palabras pudieron usarse para describir el mundo… ¿para qué adherirse a los hechos? Ellas pueden servir para describir lo que es y, también, lo que no es, algo que requiere un vocabulario más amplio y mayores poderes cognitivos que se traducen en nuevas sinapsis cerebrales.

¿De donde nos viene entonces este llamado a la honestidad? Según Darwin, a la naturaleza no le importa en absoluto si los pájaros, las mariposas, las arañas, los chimpancés o los humanos son honestos o no. Su único interés es si una conducta es adaptativa o no. La honestidad es algo que aprendemos y no una virtud innata. Todos los humanos tenemos deseos competitivos para engañar o para ser honestos. Ambos, según las circunstancias, pueden aumentar nuestras ventajas para sobrevivir física o socialmente.

El engaño aumenta la habilidad para cazar, evadir a los animales de rapiña y frustrar al enemigo. Dentro del grupo la cosa es diferente. La estabilidad social no sería posible si el fraude y la deshonestidad fueran la norma. La cosa, entonces, no es tanto ser honesto porque es lo correcto, sino porque sin honestidad no sería posible la vida en comunidad.

Resultado de imagen para mentirosoLa obligación recíproca era una razón mucho más fuerte que cualquier otra razón teológica o espiritual. Cada sociedad regula la honestidad a su manera. Con tabús, sanciones o normas. Pero, no muchas creen que la mentira siempre es mala. Los Incas, por ejemplo, ponían al mentiroso en prisión y los griegos ponían a los dioses mentirosos en un pedestal. El problema para toda sociedad es determinar cuando una mentira es permisible.

Para las sociedades modernas la mentira es mucho más devastadora que para las antiguas. El sociólogo Georg Simmel dice que la mentira es algo que cuestiona el fundamento mismo de nuestra vida. Si fuera un pecado insignificante, como lo era entre los dioses griegos, o si no la controláramos con leyes morales severas la organización de la vida moderna simplemente sería imposible. La vida contemporánea, dice, es una “economía de crédito” en un sentido mucho más amplio que el estrictamente económico.

Y, sin embargo, seguimos mintiendo. Según los antropólogos en la mayor parte de las sociedades existe un estricto código de honestidad junto con frecuentes intentos de violarlo. Los miembros de una pequeña comunidad tienden a mentir menos porque el contacto regular, la proximidad de unos con otros ayuda a mantener la honestidad. Si hoy día padecemos de una escasez de veracidad no es porque en el pasado hubiésemos tenido una mayor conciencia moral, sino porque el contacto cara a cara era más frecuente.Resultado de imagen para sociedad

El temor de ser cogidos en una mentira era una buena razón para no engañar al prójimo. Hoy día cuando las conexiones humanas son más débiles debido a la globalización y al crecimiento gigantesco de las ciudades es más fácil que el interés personal se imponga por sobre el de la comunidad y, no por sorpresa, la mentira se vuelva menos reprochable.

¿Y por qué mentimos, si decir la verdad sería más fácil? La respuesta más obvia es para salir adelante, hacer dinero, evitar la vergüenza, evitar conflictos, salvar una situación, manipular a otros, autopreservación, porque a veces es el mal menor, etc.

Junto con éstas hay otras menos obvias que, según los sicólogos, reflejan necesidades más profundas. Las mentiras acerca de sí mismo, el autoembellecimiento, según el sicólogo David McClelland, ocurre con más frecuencia entre aquellos que combinan una débil autoimagen con un gran poder de imaginación. La incertidumbre real acerca de quién uno realmente es y el deseo de crear algún tipo de identidad o autenticidad surgen de la profunda necesidad de experimentar la sensación de que uno realmente existe.

Resultado de imagen para autoimagenEl mentir constantemente acerca de uno mismo no es tanto para lograr algo, sino para promover la propia moral, mejorar la autoimagen y proveerse a sí mismo el aparato emocional con el que pueda seguir teniendo esperanzas: algo así como una ruidosa cortina de humo que cubra la insignificancia de lo que somos. Los estudios de conductas engañosas muestran que mientras más preocupados estemos acerca de la opinión de los otros, más probable es que mintamos para mejorar nuestra imagen.

Lo que escapa a los estudios sicológicos, sin embargo, es el hecho de que las mentiras también pueden ser excitantes, atractivas y creativas y, por eso, la mayoría de las sociedades proveen alguna forma de engaño lúdico como el Día de los Inocentes, por ejemplo. El mentiroso lúdico se ve a sí mismo como un aventurero audaz. En su mente el ser honesto no presenta ningún riesgo. Cada vez que altera la verdad, en cambio, pone su suerte en juego y desafía el destino para ver cuántas mentiras puede lanzar al tapete sin ser descubierto. Para decir la verdad no se necesita habilidad, nervios ni imaginación. Pero, para mentir, sí necesitamos de todo esto.

Reconocer que la mentira ocurre rutinariamente y que la tolerancia al engaño se ha puesto de moda no significa que es una práctica aceptable. Podemos aceptar todos los argumentos críticos del posmodernismo, incluso, de vez en cuando, podemos también aceptar la mentira porque es difícil evitarla o porque es el mal menor. Pero, lo que no podemos aceptar es que la verdad es innecesaria porque es inalcanzable.

Decir la verdad consistentemente requiere coraje, determinación y voluntad y es esto lo que contribuye a crear sociedades más estables al tener sus miembros más confianza entre sí. Mientras más unidos nos sentimos unos con otros, menos posibilidades existen para defraudar al otro. Así como la mentira degrada las conexiones humanas, la veracidad promueve la unión de la gente. La mentira siempre ha existido y siempre existirá. La cosa es más bien si una sociedad facilita o desalienta la deshonestidad.Resultado de imagen para sociedad

En cualquier grupo humano, dice Ralph Keyes, hay un pequeño porcentaje que tiene tendencias éticas porque son más compasivos, altruistas y seguros en sí mismos  y otro pequeño porcentaje que no tiene ninguna inclinación ética porque son narcisistas, patológicos o indolentes. La inmensa mayoría se ubica en el medio y oscila entre uno y otro lado. El problema es que para promover la honestidad en este grupo se requiere de un contexto bien diferente al que hoy predomina. Cuando la mentira y la deshonestidad es recompensada, tanto en política como en los negocios, ¿qué saca uno con ser honesto?

San Agustín decía que cuando la verdad se destruye o debilita, todo lo que queda es dudoso. En la era en donde la mentira política y corporativa es predominante, la sospecha es inevitable. Sentimos que estamos siendo engañados rutinariamente, por nuestros jefes, nuestros vecinos, el mercado, el partido, la iglesia, el gobierno, los periodistas, la policía, etc.

El engaño de todo tipo es el lugar común por lo que no es raro que el cuestionamiento de todo sea la actitud preferida de los pocos que todavía mantienen una actitud crítica. Cuando la mentira reina y los mentirosos se vuelven más hábiles, incluso los que dicen la verdad caen bajo sospecha, lo que hace bien difícil la posibilidad de la intimidad humana.

La sociedad de la sospecha pone en duda todo lo que el gobierno y la clase política les dice. La consecuencia es que la mayoría de los ciudadanos empieza a perder interés en el juego político y es esta falta de interés político lo que socava la legitimidad del sistema democrático liberal. ¿Cuándo llegamos al momento en que la mentira, la deshonestidad y la corrección de la clase dirigente se vuelve contraproductiva? Un signo de una democracia saludable es cuando sus ciudadanos todavía tienen la capacidad de enfurecerse cuando son engañados. Por lo que vemos, la furia todavía no esta ahí.

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