El peligro de la empatía

En el año 1974 la artista Marina Abramovic filmó en cámara una escena en la que se veía ella parada en una sala  donde le permitió a la audiencia hacer con su cuerpo lo que ésta quisiera, sin oponer resistencia. Por seis horas la artista sufrió humillación, tortura, manoseo, rasgaduras en su ropa, golpes e, incluso, alguien apuntó una pistola a su cuello sin que nadie saliera en su defensa. ¿Sorprendente?

Lo que la escena muestra, como dice ella, es cuán rápido el ser humano está dispuesto a herir a otro si las circunstancias son favorables, cuán fácil es deshumanizar al que no se defiende y cuán fácil le es a una persona común y corriente transformarse en un ser violento, dispuesto a degradar, violar y mutilar a su semejante cuando se encuentra en una posición inferior o carente de poder. La compasión del Dalai Lama, el amor de la prédica cristiana o la empatía de los sicólogos están bastante lejos de ser moneda corriente en la era de la mercantilización total del planeta. Y esto es extraño, porque según la neurociencia nuestro cerebro esta orientado hacia la empatía, hacia esa capacidad de sentir y pensar la vida interior de otra persona.Resultado de imagen para Marina Abramovic

En 1992 un equipo de científicos italianos dirigidos por Giacomo Rizzolatti y Vittorio Gallese de la Universidad de Parma publicaron un ensayo  donde daban cuenta de su descubrimiento -en el cerebro de los monos- de las neuronas espejos. Ubicado en el área F5 de la corteza premotora un subconjunto de cerca del 20% de estas neuronas, éstas se activaban no sólo cuando el mono realizaba una acción específica, sino también cuando observaba una acción similar. Las neuronas del mono reflejaban la actividad que estaba observando, lo que sugiere que él estaba respondiendo a la experiencia del otro, igual que cuando nosotros experimentamos empatía por la suerte de un semejante.

Posteriormente, las imágenes funcionales de resonancia magnética permitieron deducir la existencia de las neuronas espejos en el cerebro humano. En abril del 2010 Roy Mukamel y sus colegas registraron la misma actividad en mil 177 neuronas en 21 pacientes y concluyeron que estos hallazgos sugieren la existencia de múltiples sistemas en el cerebro, dotados con neuronas espejos que permiten la integración y diferenciación de los aspectos perceptuales y motores de la acción realizada por uno mismo y los otros.

Las neuronas espejos en el circuito afectivo del cerebro son movilizadas automáticamente frente al sentimiento del propio dolor y el dolor de los otros, y este circuito neuronal, que es la base de la conducta empatética en relación a la aflicción del otro, es virtualmente instantáneo. Ahora sabemos que sentir el dolor del otro no es solo una cuestión metafórica, sino que las neuronas espejos pueden realmente sentirlo. Por supuesto no significa que sintamos literalmente su dolor.

La hipótesis es que el circuito frontal inhibe y anula las señales de los receptores, lo que permite que la empatía ocurra sin la fusión incapacitadora y sin la pérdida de la propia individualidad. Esto es lo que nos capacita para ver el mundo desde el punto de vista de otra persona y para imaginar su estado afectivo. Esta habilidad para percibir, apreciar y responder a los estados afectivos de otro ser surge aproximadamente a los dos años de edad, cuando el niño toma conciencia de la experiencia emocional.

Según Ramachandran, director del Centro para el Cerebro y Cognición de la Universidad de California, el sistema de las neuronas espejos evolucionó para ayudar a producir la autoconciencia y la conciencia de los otros, base de nuestra civilización. La empatía es el fundamento de la moralidad y, según ésto, no viene de la autoridad religiosa o filosófica, sino de nuestra evolución biológica que precede nuestra evolución cultural.

¿Por qué, entonces, nuestra intuición moral no ha logado un mayor progreso en extender la empatía a vidas más distantes, a los que están fuera del grupo y a otros seres vivientes? Porque motivos culturalmente derivados pueden suplementar o anular conductas genéticamente programadas. Narrativas, metáforas, imágenes y la modelación de deseos son poderosas fuerzas que influyen en cómo la gente piensa acerca de sí mismo y su relación con otros. No podemos cortar la relación con nuestra biología, pero tampoco estamos encadenados a ella.

Como dice el filósofo Searle, no hay oposición entre cultura y biología. Cultura es la forma que la biología asume. La repetición de prácticas culturales altera ciertas áreas del cerebro que resultan en diferentes nociones del yo, cómo las emociones son reguladas y cómo se piensa el mundo. La empatía puede que tenga una base neurológica, pero la gente no actuará de acuerdo a ella a menos que cierto tipo de experiencias vitales configuren su orientación hacia otros seres humanos y hacia ellos mismos.

Según el autor político Gary Olson la ideología neoliberal, que promueve globalmente el capitalismo de libre mercado, es una de las fuerzas más poderosas en modelar nuestra empatía. El Estado capitalista crea escasez y una cultura que la explica y justifica. Una de sus funciones principales es desensibilizar la capacidad empática del individuo para beneficiar el lucro. 028.logicamercado

Bajo el neoliberalismo el proyecto es destruir las estructuras colectivas que impiden la lógica del mercado bajo el pretexto de administrar una economía racional y tecnocrática: desregulación, privatización, disminución o eliminación del gasto público, desacreditación o destrucción de las organizaciones laborales y la eliminación de cualquier noción de comunidad en nombre de la eficiencia.

El individuo, para avanzar socialmente, se supone que debe ser autosuficiente. En el centro del thatcherismo, por ejemplo, estaba la idea de que si los pobres existen se debe a su fracaso personal, a defectos del carácter. Estas ideas, con la ayuda de los medios de comunicación, de los “think tanks” y la política financiada por los ricos y poderosos, se ha transformado en la ideología dominante.

Una de las consecuencias de esta política económica, dice Olson, es que la perversa racionalidad en la persecución del propio interés favorece la mercantilización del yo como estrategia de sobrevivencia, el centralismo del narcicismo y la incapacidad para la empatía. Hoy en día la mentalidad mercantil ha penetrado tan profundamente en la cultura, en la vida personal y en los espacios sociales que ha adormecido en la gran mayoría de individuos los impulsos empatéticos.

Los procedimientos democráticos formales se mantienen por su atractivo ideológico, reservando todas las decisiones significativas a las fuerzas del mercado. El gobierno no debe jugar ningún papel en el mejoramiento de la vida de los ciudadanos y las motivaciones empáticas son contraproducentes, sin cabida racional en la lógica inmutable del mercado.

Dentro de este marco la empatía no tiene cabida porque los perdedores merecen su fe y los grupos privilegiados su posición gracias a la patológica ilusión de esta ideología. La forma de venderla es hacer creer que ella coincide con la naturaleza humana, con el principio darwinista de la sobrevivencia del más fuerte, que Darwin nunca aplicó al campo social. Esta es la característica que hoy se asocia mayormente con el éxito y el avance social. La presión para sacrificar el amor al prójimo por el éxito económico y responder a las demandas del sistema, es abrumadora. El principio subyacente de la sociedad capitalista y el principio del amor son incompatibles.

En el 2005 una variedad de entrevistas y test sicológicos fueron conducidos en 39 ejecutivos y gerentes de negocios y empresas británicas. En un ensayo titulado “Disordered Personality at Work” los autores descubrieron una sorprendente coincidencia entre los trastornos de la personalidad de los gerentes y los trastornos mentales de los criminales. Entre las características más sobresaliente de los gerentes estaba la falta de empatía para con los otros, característica primaria para elevarse al tope de la escala corporativa. Las habilidades manipulativas y la capacidad para separarse emocionalmente de las decisiones que toman contribuyen enormemente al éxito de los gerentes.

Como todos los afectos, la empatía es un estado social e individual sujeto a luchas políticas acerca de cómo se define y experimenta. En los tiempos actuales la noción dominante es la de que la empatía es algo que concedemos sólo a los que están mas cerca de nosotros o a los que sufren en tierras bien lejanas, cuyas imágenes a veces vemos en la televisión. El problema con esta empatía contemporánea es que se acaba tan pronto como interfiere con nuestros intereses.

Todo esto no tiene que ser así. Las normas raramente son internalizadas sin conflicto y definiciones alternativas siempre circulan en la cultura para cuestionar las nociones dominantes. Einstein decía que un ser humano es parte de ese todo que llamamos Universo. Sin embargo, él se siente a sí mismo como algo separado del resto, una especie de engaño de la conciencia.

Este engaño es una prisión que nos restringe a puros deseos personales y al afecto de unas pocas personas cercanas a nosotros. Nuestro cometido debe ser el de abarcar a todas las criaturas vivientes y a la naturaleza en toda su belleza. Nadie es capaz de lograr ésto completamente, pero el intento es en sí mismo parte de la liberación y el fundamento de la seguridad interna.

 

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