EL SALVADOR Y LA ORFANDAD: MURIÓ JON CORTINA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Pueden ser muchas y muy diferentes las causas que llevan a las personas a visitar un país. La lectura de un libro, una película, la búsqueda del descanso o del placer son las más usuales. Sin embargo, para que un país penetre en la piel del que lo recorre es necesario conocer y tratar a las personas que lo habitan.
Jon Cortina era uno de los hombres que estaban a la altura de lo que todo un país como El Salvador podía ofrecer de excelente a aquellos que lo visitaran.

No es posible glosar en estas pocas líneas la biografía, ni la talla moral e intelectual de un hombre como Jon. Aquí no tienen cabida las fechas significativas de su vida, ni sus viajes, ni siquiera sus títulos académicos y profesionales. Sí tiene sentido, en cambio, hablar de la percepción que de él tenían aquellos que lo rodeaban.

En los pueblos de la montaña salvadoreña, en Chalatenango, en Las Vueltas, en San José Las Flores, allí donde aún permanecen vivas y dolientes las cicatrices que dejara la guerra civil (1980-1992) la sola mención del nombre de Jon Cortina abría puertas y proporcionaba amparo. Los campesinos de la zona tienen buena memoria. Han de tenerla si quieren recordar los nombres de todos los familiares y amigos muertos y mutilados por el ejército y los paramilitares durante la guerra.

Es por eso que no olvidan que en los años de plomo y sangre Jon Cortina no se refugió en la capital y a diario se desplazaba con su todoterreno por las aldeas proporcionando auxilio espiritual y humano. Ayudando sin complejos a la castigada población civil, diciendo misa sí, pero también llevando medicinas, transportando heridos, construyendo pozos… El ejército le tuvo en la lista negra largo tiempo pero el destino quiso que de una forma u otra sobreviviera a los, al menos, tres atentados directos que padeció.

Jon reconocía que uno de sus momentos vitales más duros había sido el asesinato a manos del ejército salvadoreño de sus compañeros jesuitas la noche del 17 de noviembre de 1989. Aquella salvajada puso a prueba su determinación, y finalmente decidió que continuar con su labor pastoral y humana era la forma de ayuda más eficaz que podía prestar al pueblo salvadoreño.

Los campesinos de Guarjila, en plena sierra, le construyeron una casa en la cima de una colina desde la que se denomina una amplia panorámica de una de las tierras más exuberantes y atormentadas de Centroamérica. Los fines de semana, y coincidiendo con su llegada, la casa se llenaba de gente que acompañaba a Jon en su descanso. Su jardinero, Avelino, un ex guerrillero de ojos de niño, dientes de oro, y manos de oso le echaba una mano con las orquídeas del jardín y contaba, paternal, al que quería oírle los mil y un despistes diarios que Jon tenía en aquel hogar.

fotoPro búsqueda

La actividad diaria de Jon era frenética. Después de dar clase de ingeniería en la Universidad Centro Americana de El Salvador dirigía Pro búsqueda, un proyecto que buscaba juntar a las familias salvadoreñas separadas por la guerra.

Pro búsqueda era su gran ilusión y también su mayor preocupación. Cada vez que un niño desaparecido tenía ocasión de volver a ver a sus padres Jon y su variopinto y numeroso equipo sentían que su trabajo merecía la pena. Sin embargo sabía que su trabajo molestaba, y mucho, a sectores importantes del país. La búsqueda de los niños desaparecidos destapaba corrupciones y negligencias graves en todos los niveles. Jon no descartaba que, él mismo, o más probablemente alguien de su equipo sufriera un atentado, y ése era su gran desvelo.

Jon era, ante todo, un hombre con las ideas claras que nunca se esforzó en ocultarlas. No comprendía la vuelta a la ortodoxia de una Iglesia Católica encabezada por Ratzinger, más preocupada por las formas que por los problemas tangibles del mundo, y lo decía.

La indignación respecto de algunos asuntos había dejado paso a una ironía abierta. El hecho de que el asesinado Monseñor Romero ni siquiera estuviera en camino de la beatificación le provocaba una abierta sonrisa. Tampoco asumía que el papel del país al que tanto quiso se redujera a proporcionar mano de obra barata al gigante del norte.

Denunciaba que la violencia de las pandillas deja más muertos ahora en las calles de San Salvador que en los años de la guerra civil y afirmaba que ese dato y sus terribles consecuencias ya no importaban a nadie. Con la excepción, quizá, de su íntimo amigo el teólogo Jon Sobrino, poca gente conocía como él la realidad social de El Salvador. La clarividencia de sus análisis era tan certera como demoledora:

“Una vez que concluyó la guerra de forma oficial, El Salvador –decía– dejó de ser noticia. De vez en cuando un terremoto, un huracán o una inundación nos hacen salir en la televisión. Nos dedican un par de minutos intercalados entre anuncios y hasta otra”.

Esperanza

Dotado de una mente científica y analítica, pero con una sólida formación humanística, Jon pregonaba que la salvación de El Salvador sólo podía llegar de la mano de profundos cambios estructurales en materia de educación, sanidad, investigación y desarrollo. Cambios necesarios que él afirmaba no ver por ninguna parte.

foto
En su pequeño despacho de la universidad, allí donde alumnos y visitas entraban con una mezcla de familiaridad y respeto, allí donde colgaba un póster con la silueta del Guggenheim y un banderín del Athletic de Bilbao, en ese reducido espacio atestado de libros donde el teléfono sonaba sin interrupción solicitando su presencia en conferencias o su supervisión de una tesis doctoral, allí, Jon Cortina, el ex fumador empedernido y no resignado, hablaba con franqueza del mundo que lo rodeaba.

Afirmaba que la unión aduanera y comercial de este pequeño país centroamericano con Estados Unidos convertiría a El Salvador en un peón sin futuro alguno, con los muy ricos cada vez más ricos y con los pobres convertidos en parias.

Pese a tan negros designios para el futuro de su país de adopción Jon Cortina fue siempre un hombre esperanzado. “La esperanza”, sostenía, “es revolucionaria. Desestabiliza el sistema. Mientras haya gente que lucha hay motivos para la esperanza”.

Hace pocos meses Jon recibió una noticia feliz y trascendente. El Tribunal de Justica Interamericano condenaba al Estado salvadoreño por violación flagrante de los derechos humanos durante la guerra civil. Apoyaba también el alto tribunal la creación de una comisión que investigara el paradero de los cientos de niños desaparecidos durante el conflicto. Cortina creía que esta sentencia favorable pudiera ser un primer paso para el esclarecimiento de los casos y la delimitación de las responsabilidades.

La muerte le llegó en plena actividad, pronunciando una conferencia, relacionada con Pro búsqueda.

A Jon Cortina le sobrevive el testimonio ejemplar de su vida, el recuerdo de quienes le trataron y el proyecto ambicioso de juntar a las familias separadas por la guerra. Un proyecto que él inició y que trascendiendo su propia vida otros habrán de continuar en beneficio de la dignidad humana.

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* Periodista español, corresponsal viajero de Piel de Leopardo.
Correo electrónico: sol2001@euskalnet.net

El diálogo con Jon Jortina puede leerse aquí.

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