EL SÚPER CHINO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El ex presidente peruano Alberto Fujimori, el “chino” como gustan llamarle sus seguidores, está acostumbrado a imponer sus condiciones. Desde su meteórica aparición en la arena política, en 1990, jamás ha dejado de tener la iniciativa. Ese año ganó las elecciones nada menos que a Mario Vargas Llosa, candidato del empresariado y quien aparecía como seguro vencedor en las encuestas.

Pocos meses antes de la elección nadie daba posibilidades al “chino”, un desconocido ingeniero agrónomo formado en la Universidad Nacional Agraria de la Molina. Hasta ahí, las únicas actuaciones destacada de Fujimori eran haber ocupado el primer lugar de su promoción, cursar dos post grados, uno en Francia y otro en Estados Unidos, y cargos académicos en la Universidad que lo formó.

Con un lenguaje exageradamente populista y una actitud rayana en el ridículo para acomodarse a las distintas circunstancias, Fujimori fue cosechando apoyo. Sin embargo, una vez que se impuso, aplicó los mismos principios neoliberales que defendía Mario Vargas Llosa. Hizo gala de tal pragmatismo, que con dos años en el poder dio un golpe de Estado, disolvió el Congreso y reformó profundamente el Poder Judicial.

De nada valieron las condenas internacionales. A cada una respondió de la manera que imponían las circunstancias, dando marchas y contramarchas. Incluso cuando debió abandonar el poder en medio de la peor crisis que ha vivido el Perú en los últimos años, mantuvo la iniciativa. Su ex colaborador más íntimo, Vladimiro Montesinos, se sintió abandonado y habló involucrándolo en un escándalo de malversación de fondos públicos, comisiones fraudulentas y otros delitos que llegaban a la tortura y el crimen.

El 14 de noviembre de 2000, recién reelecto por tercera vez en comicios severamente cuestionados por observadores internacionales, Fujimori salió con destino a Brunei. Debía participar en la VIII Cumbre de la APEC. Ya no volvería. Fijó su residencia en Japón, país que le reconoció doble nacionalidad. Era el pago por su decidida y brutal acción para recuperar la embajada nipona en Lima.

El recinto diplomático había sido ocupado por fuerzas del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, el 17 de diciembre de 1996. El asalto final, cinematográficamente -por lo sanguinario- encabezado por Fujimori, se produjo el 22 de abril de 1997. Todos los militantes del MRTA murieron en el enfrentamiento o fueron ajusticiados sumariamente luego de rendirse o al caer heridos en manos de los militares.

Después de cinco años de exilio, Fujimori vuelve a tomar la iniciativa. Llega a Chile. Nada ha dejado al azar. Cuenta con apoyo jurídico previamente contratado en Santiago. Sabe que dos de sus colaboradores más cercanos, acusados como él de lavado de dinero y malversación de fondos, permanecen en territorio chileno. La justicia nacional no les concedió la extradición solicitada por el gobierno peruano. Igual actitud benefició a Andrónico Luksic, el empresario chileno acusado de comprar el apoyo de Vladimiro Montesinos para sus inversiones en Perú.

Aparte de la mirada jurídica, Fujimori elige un buen momento. Las tensiones entre Chile y Perú pueden favorecerlo. Sobre todo que en esta disputa, Santiago necesita de apoyos que pueden ser leales al “chino”. El presidente Hugo Chávez, fue su protegido en Lima cuando debió abandonar Venezuela, luego de intentar un golpe militar contra el presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, en 1992.

Y no hay que olvidar las presiones japonesas para defender a uno de sus ciudadanos. Pero la encrucijada en que se encuentra el gobierno chileno tiene otra complejidad. El candidato presidencial con mayor opción sin Fujimori en la liza, es Alan García. Un socialdemócrata, igual que el Presidente Lagos.

La jugada de Fujimori demuestra un profundo conocimiento del Perú y de América Latina. Semanas antes de aparecer en Santiago, anuncia su decisión de volver a Lima para participar en las elecciones de abril del 2006. Se dirige al Consulado peruano en Tokio y pide la renovación de su pasaporte. Como no hay ningún impedimento legal, -aunque se le acusa asesinato de campesinos, estudiantes, mujeres y niños, de torturas, malversación de fondos, lavado de dinero, y por ello está encargado a la INTERPOL- se le entrega el documento.

Pese a tal evidencia, el gobierno de Lima no adopta ninguna medida. No funciona la inteligencia peruana. Tampoco México, donde hace escala técnica el avión privado en que viajaba, informa de su presencia.

Todos movimientos perfectamente calculados. Es más, realizados contando con las debilidades del escenario en que se tendrá que mover. No cumple con su promesa de volver al Perú. Pero se instala en Chile y se transforma en noticia mundial. Es otro paso que lo acerca nuevamente a la presidencia del país vecino. Pese a que sobre él pesa una inhabilidad por diez años para ejercer cualquier cargo público.

Cuenta con que en América Latina puede pasar cualquier cosa.

Se estima que este brillante estratega, de 68 años, amasó una fortuna cercana a los US$ 1.800 millones mientras fue presidente. Hoy, las encuestas le dan cerca del 15% de los votos y Amnesty Internacional lo condena.

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* Columnista de PORLALIBRE
(www.ongcidets.cl/porlalibre/chileart20.html).

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