El tigre de papel puede arder en el fuego que enciende

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Estados Unidos trasladará en los próximos años el 60% de su marina de guerra a las cercanías de China como parte de una estrategia mayor encaminada a tratar de frenar el meteórico ascenso de ese país y, paralelamente, a reafirmar su hegemonía regional y global, en una suerte de nueva guerra fría.| JOSÉ LUIS ROBAINA GARCÍA.*

 

Las líneas maestras del plan fueron develadas por el Secretario de Defensa Leon Panetta en Singapur en la primera concreción de la decisión presidencial anunciada por Obama el pasado enero de reajustar las prioridades estratégicas de Estados Unidos para el futuro inmediato, que en adelante, según precisó, se centrarán en la región Asia Pacífico.

 

Según reveló Panetta a la zona enviarán seis portaaviones, un número indeterminado de submarinos nucleares adicionales, nuevos bombarderos estratégicos, medios antisubmarinos y de guerra electrónica y la mayoría de los navíos de superficies disponibles. Como parte del plan seguirán reforzando los acuerdos de cooperación existentes con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Singapur, Australia y otros estados de la región, incluido los ejercicios conjuntos y el patrullaje de ese vasto territorio.

 

En este contexto hay que inscribir también los acuerdos de cooperación militar recién firmados por Estados Unidos y la OTAN por separado con Nueva Zelanda y la negociación de Wáshington con Filipinas para restablecer las bases militares norteamericanas que existieron en ese país hasta hace unos años. Eslabón importante del reajuste es el envío desde abril del 1er contingente de marines a la base Roberson, en Darwin al norte de Australia llamado a convertirse en fuerzas de intervención rápida para operar en Oceanía y el Índico.

 

Se sabe además que Estados Unidos y Australia negocian el establecimiento de una base naval conjunta en el atolón de Cocos, a 2.000 millas (más de 3.500 kilómetros) del continente austral, pero muy cerca del estrecho de Malaca —por donde transita el 80% del petróleo que China importa del Medio Oriente y de África— y los estrechos indonesios de Sunda y Lombok, las vías más rápidas de enlaces del Sudeste Asiático con el Indico.

 

Mientras prosigue el gigantesco programa, presupuestado en más de 15.000 millones de dólares, de construcción de nuevas bases para portaaviones nucleares y bombarderos estratégicos en Guam, virtual colonia estadounidense y una de las puertas del sudeste asiático. En esta demencial carrera por cercar a China hay que incluir los acuerdos firmados entre Estados Unidos y Afganistán, país vecino de la RPCh, para mantener la presencia militar estadounidense allí por largo tiempo.

 

Todo esto por otra parte se añade al enorme dispositivo bélico que Estados Unidos mantiene repartido en regiones de Asia y los océanos Pacifico e Índico, compuesto por más de 300.000 efectivos ubicados en decenas de bases —en Japón, Sur Corea, Australia, Guam, la séptima flota con sede en Hawai, la mayor de todas, y la Isla de Diego García en el Índico.

 

Todo este descomunal despliegue, con abundante armamento nuclear, está presidido por el pomposo lema develado por la secretaria de Estado Hillary Clinton cuando —en un artículo publicado en la Revista Foreign Police en noviembre pasado— llamó  a consolidar lo que llamó el “Siglo Americano del Pacifico”, especie de otra doctrina Monroe para la zona.

 

Otros pilares mediáticos de estos intentos hegemónicos son las constantes referencias a la supuesta peligrosidad de China y la declaración oficial del Mar del Sur de China, a decenas de miles de kilómetros de Estados Unidos, como área de interés estratégico vital para Wáshington.

 

La irracionalidad —desde todos los puntos de vista— de tratar de contener, frenar y cercar a un país-continente de las dimensiones y poderío de China es fácil de apreciar y solo de magnitud comparable a los intentos norteamericanos de frenar la tendencia a la multipolaridad que abarca a otros muchos Estados actores y que se afianza en el planeta.

 

El reajuste por demás no significa, desde luego, que Estados Unidos abandone sus pretensiones intervencionistas en otras zonas del planeta como lo evidencian sus constantes amenazas de agresión a Irán y la en marcha en Siria, la instalación de sistema de misiles en las proximidades de Rusia, la creación de una decena de bases aéreas en África y la activación de la tercera flota para América Latina y el Caribe —entre otras acciones.

 

Además de los objetivos políticos obvios en estas jugadas hay que considerar los suculentos atractivos que estos planes armamentistas representan para el complejo militar industrial de Estados Unidos, uno de los fundamentos del sistema norteamericano.

 

Como se evidencia con la rebelión independentista imperante en América Latina, el mundo está harto del sojuzgamiento estadounidense, empeñado en actuar como si fuese el imperio romano contemporáneo cuando en realidad, aunque sigue siendo la única superpotencia del mundo, especialmente en términos militares y tecnológicos, es una economía y poder declinante en perspectiva estratégica.

 

El sheriff planetario sencillamente procura lo imposible y muy solo cosecha tempestades y odio por doquier, como prueban ampliamente los resultados de sus atrocidades en Iraq y Afganistán. Nadie olvida en el mundo y menos en Asia y nuestro continente lo que hizo el supuesto campeón de la democracia y los derechos humanos en Hiroshima y Nagasaki, Corea y Vietnam y su respaldo a todas las dictaduras sanguinarias que enlutaron a América Latina por más de un siglo.

 

En resumen: se están embarcando en una batalla perdida de antemano, porque el mundo no le cabe en los bolsillos a nadie. 
——
* Periodista y diplomático.
En www.politica-china.org

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