Emigración, México y la mafia

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Jorge Gómez Barata  

La festinada operación por medio de la cual 33 emigrantes ilegales cubanos, que habían sido arrestados en Yucatán y que fueron “rescatados” por un comando que “asaltó” el autobús en el que eran trasladados por autoridades migratorias, 18 de los cuales reaparecieron en Texas, ha reforzado las evidencias de que México ha sido convertido en base para el tráfico ilegal de personas desde Cuba a Estados Unidos.

De ese modo, la mafia anticubana de Miami y las inconsecuencias de las políticas norteamericanas, han impuesto a México, el país con mayores tensiones migratorias del mundo, los daños colaterales del componente migratorio de la política anticubana de Estados Unidos.
 
La historia comenzó muchos años atrás cuando, rodeado de países pobres, Estados Unidos, el más grande mercado de fuerza de trabajo en el hemisferio y el país con más alto nivel de vida, se convirtió en opción para millones de trabajadores de todas las categorías. De aquel anhelo de supervivencia, surgió la expresión “sueño americano”.
 
Aquel proceso estuvo determinado por la expansión territorial que, a cuenta del genocidio de los pueblos originarios, la compra de territorios y el despojo de México, propició que en 70 años Estados Unidos pasara de 1 572 630 Km² a 9 826 630, estirón que demandó enormes masas de personas y que explica la política migratoria que caracterizaron los primeros tiempos de la historia norteamericana y que permitió que la población creciera de 1 600 000 habitantes en 1760 a 300 millones doscientos años después.
 
De tan anómalo proceso histórico surgió la leyenda de que Estados Unidos es una “Nación de emigrantes”, realmente para lo que se necesitaron aquellas oleadas migratorias no fue para fundar una Nación sino para construir un imperio. El liberalismo migratorio de los Estados Unidos nunca incluyó a los hispanos, los asiáticos ni a los africanos.
 
La única excepción es Cuba. Desde hace cincuenta años, cuando en 1959, triunfó la Revolución encabezada por Fidel Castro, Estados Unidos exceptuó a Cuba de sus políticas migratorias standard para convertir esos proceso en uno de los ejes de su política contrarrevolucionaria.
 
El primer acto de aquel proceso fue acoger en territorio norteamericano a los esbirros de la tiranía de Batista, que huían de la justicia revolucionaria. Semejante tolerancia fue aprovechada por cientos de miles de personas a los que bastaba invocar su antipatía hacia la Revolución para ser admitidos en los Estados Unidos, obtener la residencia y la ciudadanía y disfrutar de los enormes privilegios y ayudas económicas concedidas [WINDOWS-1252?]a los llamados “exiliados cubanos”.
 
Al percatarse de que en la composición de las primeras oleadas migratorias predominan los profesionales, médicos, técnicos y obreros calificados, la administración de Eisenhower concibió la perversa idea de utilizar la emigración con fines políticos y proceder a un drenaje que desangrara a Cuba, privándola del escaso capital humano de que disponía en su condición de país pequeño y pobre.
 
Cuba se convirtió así en escenario de un demencial proyecto político ultrarreacionario que intentó derrotar a una revolución, haciendo emigrar a una clase social completa y producir un vaciado de talento y calificación que paralizara la economía nacional y postrara al país. El proyecto fracasó, porque no todos los profesionales y los técnicos se prestaron al juego, porque los revolucionarios aprenden rápido y porque la Revolución encontró las formulas para solucionar las emergencias y resolver los problemas a largo plazo.
 
El resto de la historia es conocida. El pueblo cubano fue convocado a la más profunda de las transformaciones culturales que Nación alguna haya desarrollado nunca y que comenzó por donde a los escépticos podía parecerle menos práctico: por la alfabetización, la escolarización de niños y jóvenes, la creación de enormes planes de becas, cientos de cursos de mínimo técnico que capacitaban en oficios y profesiones, tareas de administración, manejo de equipos y operación de fabricas y plantas.
 
En el reverso de la infamia, otros millones de cubanos recibieron en su tierra, oportunidades con las que nunca habían soñado. Jóvenes que asumieron las riendas del Estado, obreros convertidos en administradores, funcionarios de alto rango, ministros, embajadores, oficiales de las fuerzas armadas, gente fiel y motivada que trabajaba de día y estudiaba de noche, quemaba etapas, se arriesgaba, se equivocaba y rectificaba y echaba el país hacia delante.
 
Entre tanto el éxodo migratorio continuaba y sumaba a todo tipo de elementos, mientras Estados Unidos improvisaba y trataba de articular su demencial política migratoria basada en la tolerancia total que convirtió al estrecho de la Florida en una especie de Jordán, en el que se lavaban todas las culpas y se reivindicaban todas las reputaciones.    
 
Las sucesivas oleadas de emigrantes convirtieron a Miami en un enclave y en un baluarte de la contrarrevolución, una mezcla de Patria cubana de repuesto para los demagogos y una republiquilla bananera donde la CIA estableció su base y cuyo gobierno fue entregado a la Mafia cubano americana, que todavía la gobierna y que ahora involucra a México.
 
Manipular con fines políticos los procesos migratorios, como respecto a Cuba durante 50 años han hecho 15 administraciones norteamericanas, es una forma de tráfico humano y una manera perversa de hacer política. Alrededor de un millón de cubanos fueron reubicados por Estados Unidos en el enclave de Miami, donde en una dialéctica hecha de contradicciones y violencia, tanto como de sutilezas, odios, amores y nostalgias, se intentó el proyecto a la vez diabólico y exótico de construir una base contrarrevolucionaria y una Cuba de repuesto.
 
No hay manera de inventariar las tragedias y las aberraciones sociológicas asociadas a aquellos engendros. Millones de familias partidas y de matrimonios disueltos, padres y madres que durante décadas no vieron a sus hijos y muchos que no los vieron jamás. Todavía hoy el hijo prospero en Miami no puede enviarle dinero al familiar en Cuba y hay personas que estando a 150 kilómetros de distancia no pueden llegar a tiempo para una emergencia familiar porque les prohíben salir de Estados Unidos o entrar en Cuba.
 
La idea de instalar en Estados Unidos a la burguesía y a la oligarquía cubana no funcionó, porque si bien un país puede ser dividido, una Nación no. Aunque resultó relativamente fácil crear en Miami escuelas y comercios con los mismos nombres que en Cuba, rebautizar las calles y plazas, colocar bustos de Martí y recordar las efemérides, montar filiales de las iglesias, las logias y los clubes de la aristocracia, incluso crear una “Pequeña Habana donde se intenta “vivir a lo cubano”, reproducir el ser nacional resultó imposible.
 
Lo más paradójico fue que, donde mismo se intentaba recrear una Cuba alternativa, se conspiró para destruir la original. Con el beneplácito de sucesivas administraciones, la CIA instaló en Miami la mayor de sus dependencias, la “Estación JM / WAVE” encargada de administrar y coordinar la actividad contra Cuba.
 
Con una plantilla de miles de oficiales y expertos en actividades conspirativas y violentas, la filial fue dotada con multimillonarios presupuestos para crear y operar una enorme red de instalaciones de apoyo y una colosal infraestructura, formada por cientos de empresas, bancos, flotas de buques y vehículos, haciendas, clínicas, talleres y comercios, emisoras de radio y televisión, periódicos y revistas que, a la vez que aportaban la intendencia para la actividad anticubana, con diversas fachadas, prestaban servicios a la comunidad.
 
Desde aquel enclave se organizaron miles de actos de terrorismo y subversión y se cometieron crímenes atroces, allí arribaban las embarcaciones y aterrizaban los aviones secuestrados, se concibieron, se pusieron a punto todas las leyes y las medidas de bloqueo, entre ellas las Torricelli y Helms-Burton, Radio y TV Martí y se impusieron restricciones a los contactos familiares: Desde allí se organizó la invasión de bahía de Cochinos.
 
De muchas maneras los cubanos se asentaron y prosperaron, no sólo por su calificación y dedicación al trabajo sino porque, a diferencia de otros emigrantes que son discriminados y perseguidos, fueron privilegiados y apoyados con la concesión de la residencia y la ciudadanía, créditos y empréstitos, revalida de títulos y facilidades para cursar estudios.
 
De entre la élite más reaccionaria, corrupta y políticamente más activa de aquella emigración, formada además de por gente decente, por politiqueros, oportunistas y buscavidas surgieron los cabecillas de una miríada de organizaciones contrarrevolucionarias de entre los cuales escogió la CIA al estado mayor de la contrarrevolución.
 
En manos de aquella ralea Washington y Langley pusieron cientos de millones de dólares, medios de influencia, incluyendo relaciones con la Casa Blanca y escaños en el Congreso y sobre todo, la formidable red de apoyo a las acciones contra Cuba. Así, aproximadamente se originó la Mafia Cubano Americana y se amasaron inmensas fortunas. Al no poder gobernar a Cuba, aquella manga se conformó con gobernar a Miami y, ante la imposibilidad de anexar la Isla, se anexaron ellos.
 
Cuando a fines de la década de los sesenta el número de cubanos, que de ninguna manera podían ser asumidos como exiliados se hizo inmanejable, las autoridades decidieron regularizar su status y dictaron la Ley de Ajuste Cubano, que en si misma no era una novedad, sino un intento por realizar un corte y regularizar la situación de las personas que ya estaban en los Estados Unidos. 
 
De lo que tal vez no se percataron los norteamericanos era que la mafia había crecido, consolidado su poder político y aprendido a usar el dinero y la influencia que tan irresponsablemente se le había concedido. La Ley de Ajuste fue convertida en una “patente de corso”, no sólo intemporal sino también extraterritorial, aplicable eternamente a cualquier cubano emigrado y a sus descendientes en cualquier parte del mundo.
 
Lejos de ser reconocidos los esfuerzos de las autoridades cubanas para tratar de detener la emigración ilegal y negociar con los Estados Unidos y ordenar los procesos migratorios, excluir la violencia y la ilegalidad y facilitar las relaciones familiares, Cuba era criticada y lamentables tragedias utilizadas para la propaganda.
 
Tanta era la irracionalidad y tan abrumador el cúmulo de problemas que, por insistencia de la parte cubana, en 1994, entre Cuba y los Estados Unidos se suscribió un acuerdo migratorio mediante el cual, entre otros compromisos, Estados Unidos se comprometió a descontinuar la práctica de admisión automática de los cubanos llegados a su territorio. Por ese mismo acuerdo, Estados Unidos se comprometió a enviar a Cuba a todas las personas detenidas en alta mar.
 
La escena estaba lista. No puedo afirmar que ya los norteamericanos o la mafia cubana lo tuvieran en mente, pero la opción era obvia: México con costas que miran a Cuba y fronteras a Estados Unidos era un puente ideal al que había que tomar por asalto, cosa nada difícil para una mafia con mucho dinero, entrenada para el chantaje y la violencia y con enormes influencias políticas. Así México fue involucrado.

 

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