En la calle, codo a codo

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Por decisión popular –nos guste o no– desde el 10 de diciembre tendremos un gobierno neoliberal y de rancia derecha, y por ende, aquellos que se alinean dentro de las fuerzas populares, tendrán un horizonte diferente, inesperado, oscuro y oscurantista.

¿Cuál es ahora la misión de las fuerzas populares? Obviamenente, no es llorar, lamentarse y denunciar: eso lo han hecho por décadas. Una de las misiones es la de defender las grandes conquistas sociales, culturales, científicas, de justicia, género y de reparación de los horrendos crímenes de la dictadura conseguidos en la década pasada.

Otra, reorganizar los movimientos sociales, formar cuadros (políticos, administrativos, de gestión) para el futuro, rehacer el relato de país esperanzador y no nostalgioso que pueda seducir a la juventud y la militancia. Volver a ganar la calle, los barrios, el territorio. Porque si no, será muy difícil reconquistar el gobierno para que el proceso emancipador continúe avanzando más lejos que a donde había llegado.

Identificar al enemigo y al compañero de lucha. La endogamia es la peor consejera. No se puede culpar al “electorado” ni a los medios de comunicación hegemónicos de haber votado por Mauricio Macri a pesar de haber vivido las mejores políticas públicas en siete décadas, los niveles de desocupación más bajos, el nivel de equidad de oportunidades más favorable de la historia, además de lograr la recuperación de la dignidad como pueblo, el posicionamiento mundial, la autoestima como argentinos.

“El candidato es el proyecto” era demostración de que el proyecto político no tenía un sucesor claro, que en doce años de gobierno no se catapultó a una nueva generación capaz de seducir al pueblo con esperanza, gestión honesta, para profundizar el camino trazado. Ni siquiera se utilizó esa herramienta creada por el kirchnerismo, las PASO, para fortalecer posibles candidatos. Hubo un candidato, y organizaciones y militantes se encolumnaron tras él, con sonrisas y/o muecas.

En la derrota, los adjetivos salen fácil: soberbia de un círculo de las decisiones mientras se habla de democratización del poder y de participación popular; imposición de candidatos sin carisma, sin (o con demasiada) historia, soslayando gestión, trayectoria y respeto por el territorio. Y luego llegó el baño de humildad, que dejó en el camino a muchas de las opciones que se le podrían brindar al ciudadano, para que éste eligiera. Caprichos, bajadas del tren, dedazos, expulsiones, paracaidistas.

En octubre no hubo magia, sino consecuencia de seguir la agenda del enemigo, tratando de mimetizarse con él, mostrando a veces la misma prepotencia, la misma falta de seriedad, en una estrategia electoral para estudiar (y no repetir). Metidos en el análisis de encuestas –que todos sabían parciales y falsas– dejaron de sentir y medir el malhumor general, la instalación de un imaginario colectivo, viviendo una realidad virtual sin correlato con la realidad real.

Es la hora de prepararse para la interpelación permanente al nuevo gobierno, a debatir, debatir, debatir. Es hora de un nuevo tipo de resistencia: hace doce años comenzó la construcción de la nueva Argentina, tarea a no abandonar. De cada uno depende que no sufra una derrota. Por eso, nunca más un lloriqueo. Hay que poner ladrillo sobre ladrillo, hay que aprender a rejuntarse, empoderar a las organizaciones sindicales, sociales. Hay que dar la pelea en cada centímetro, en cada segundo, en cada acción.

Parafraseando a don Mario Benedetti, “…en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.

Aram

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