En la calle y con sus milicias, Bolsonaro recupera su espacio de poder en Brasil
En medio de una grave crisis y el fracaso de sus políticas económicas, el presidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro recuperó en la última semana su espacio de poder, fortaleciendo su núcleo duro frente a la protesta callejera de trabajadores y estudiantes y los embates de otros sectores derechistas, postergando los rumores de destitución y juicio político.
Pero las calles de más de 150 municipios en 21 estados brasileños y la capital, Brasilia, le dieron una respuesta el jueves 30, cuando fueron ocupadas por multitudinarias movilizaciones de protesta contra el gobierno y en defensa de la educación. Fue la tercera demostración callejera en 15 días: una a favor del gobierno y con ataques al Congreso y al Supremo Tribunal Federal, y dos opositoras, con eje en los recortes al presupuesto destinado a la educación.
En Brasil, país dividido –y desprovisto de la mediación del centro político desde que la socialdemocracia se suicidó al ampararse en la derecha- el sector bolsonarista del actual régimen ultraderechista optó por la profundización de la escisión, campo de lucha para el que atrae a una izquierda desprovista de estrategia propia.
Desinteresado, al menos por táctica, del consenso que buscan los gobiernos presidencialistas, Bolsonaro profundiza y alimenta el enfrentamiento, incluso en las calles (donde busca legitimación), preocupado sólo por preservar y fortalecer su núcleo duro, quizá como preparación para mayores embates. Para el exministro de Ciencia y Tecnología Roberto Amaral, la extrema derecha se aparta para la confrontación política en las diversas arenas y advierte a la derecha la imposibilidad de un bolsonarismo sin Bolsonaro.
Esta contingencia, sin embargo, podrá transformarse en el ‘talón de Aquiles’ del gobierno que opta por la escisión y el enfrentamiento, piedra angular de su capacidad de movilización de militantes llevados al pasionalismo, sin estar en condiciones para articulaciones y retrocesos.
El objetivo principal de los actos pro-Bolsonaro del 26 de mayo no era hacer un contrapunto al crecimiento de la resistencia democrática y la oposición en las calles, aunque lo logró subsidiariamente, sino volver a ocupar el espacio perdido de poder y fortalecer la compactación política e ideológica del sector bolsonarista al interior del bloque de poder de la extrema derecha.
Los actos, para nada espontáneos sino convocados por el ejército ciberbolsonarista y profesionalmente organizados, ocurrieron en respuesta a la ruptura de la autoridad política y moral de Bolsonaro cuyo desgaste acelerado alimenta los rumores de destitución que surgen desde dentro del propio gobierno y del establishment. Las instrucciones fueron las de defender las reformas impulsadas por el gobierno, atacar a las instituciones y directamente al presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia.
Pero es sintomático que después del 26 de mayo, se detuvo la especulación sobre un eventual juicio político y comenzaron a surgir dudas sobre la capacidad del vicepresidente general Hamilton Mourao para superar los callejones sin salida y la profunda crisis.
La convocatoria original incluyó el llamado a la clausura del Congreso, la destitución de la Corte Suprema y las solicitudes de intervención y/o golpe militar, y luego fue ajustada en torno a la defensa de la contrarreforma previsional. Para el analista Jeferson Miola, el 26 de mayo es el día del bautismo de la “falange bolsonarista”: en varios estados se observaron ataques criminales a autoridades e instituciones, a la prensa y a la libertad de expresión (incluyendo arengas para linchar a periodistas).
El gobierno de Bolsonaro se puede entender como resultado de la confluencia de al menos cuatro facciones. Uno, el clan de Bolsonaro, compuesta por la familia y sus íntimos allegados, el la ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, la pastora Damares Regina Alves, el canciller Ernesto Araújo, y el astrólogo Olavo de Carvalho y sus seguidores fanáticos.
A esta facción se le suma la vinculada a la Lava Jato, cuyo exponente es el ministro Sérgio Moro y el estado policial montado en el ministerio de Justicia; la de los militares miembros del gabinete, cuyo perfil está lejos de ser nacionalista y desarrollista, y la del gran capital/mercado, encarnado en el ministro de Economía Paulo Guedes y en la política ultraliberal más salvaje que haya vivido Brasil.
El clima de desconfianza entre diputados y un gobierno, que sigue sin encontrar canales de comunicación eficaz con la cámara baja, algo esencial para sacar adelante sus iniciativas, se mantiene, mientras Bolsonaro resurgía como el gran artífice de la agenda del régimen, recuperando la iniciativa política y la autoridad presidencial.
Es más, como por arte de magia, inmediatamente desaparecieron de los noticieros de televisión y de los diarios los graves escándalos y crímenes involucrando a la familia y sus conexiones con milicias paramilitares y funcionarios fantasmas que cobraban salarios sin trabajar.
El país en crisis
La frustración del esperado crecimiento económico, a causa sobre todo de dislates políticos, coloca ante un incierto desafío al gobierno. Del 86 por ciento en enero, la aprobación al gobierno entre inversionistas financieros cayó a solo 14 por ciento en mayo, según sondeo del banco XP Inversiones entre 79 gestores, economistas y consultores de instituciones financieras nacionales y extranjeras. entre el 22 y el 24 de mayo, pero refleja la decepción de un sector vital para la gobernabilidad.
Las evaluaciones “malo” o “pésimo” subieron de uno por ciento en enero a 43% en mayo, al igual que la respuesta de “regular”, y muestra el fracaso en la prometida recuperación económica. No hubo crecimiento en el primer trimestre y las proyecciones para todo el año bajaron de 2,5 a cerca de uno por ciento con tendencia a la baja. Pero la pérdida de credibilidad fue menos acentuada en la población en general, ya que un tercio de los entrevistados aprueban aún a Bolsonaro (era casi el 50% en enero).
Durante la dura recesión de 2015 y 2016, el producto interno bruto (PIB) cayó 3,5 y 3,3 por ciento, respectivamente, seguido de un tímido incremento de solo 1,1 por ciento en el bienio siguiente. La tasa de desempleo alcanzó al 12,7 por ciento en el primer trimestre de 2019, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
En un país de 209 millones de personas, significa que 13,4 millones de personas económicamente activas están desempleadas. Pero no es reflejo fiel de la realidad laboral, donde es más sintomática la “subocupación” y el trabajo informal que afecta a 28,3 millones, una cuarta parte del total de los trabajadores brasileños, en la crisis del mercado laboral más prolongada en Brasil y consecuencia de la fuerte recesión.
Pero en la lógica de la actual política económica, del ajuste fiscal, difícilmente se abrirá camino al crecimiento y la recuperación de empleos: la contención del gasto público para restablecer la confianza de los supuestos inversionistas e impulsar la economía no funciona, como tampoco funcionó la reforma para flexibilizar la legislación laboral, introducida en 2017 como forma –explicó entonces el gobierno de facto- de generar empleos.
El bolsonarismo se fortaleció como facción política con importante llamamiento social; como una falange autoritaria y con inspiración fascista elegida para imponer el proyecto más destructivo nunca antes conocido. Bolsonaro es el depositario de un sentimiento preexistente en el subterráneo de la sociedad brasileña, que fue alentado por el golpe de 2016 a ocupar la superficie de la arena política, señala Miola.
Cuando la economía se derrite, la alternativa del bolsonarismo es la radicalización ideológica que moviliza sus bases populares –donde el fundamentalismo religioso (en especial presbiteriano) juega un papel aglutinante- que si bien no son mayoritarias, se muestran en condiciones de sostener al capitán y su proyecto reaccionario y antirrepublicano.
El bolsonarismo unifica intereses heterodoxos de militares y grandes empresarios en torno a la pauta económica, a pesar del desmontaje del Estado y el avance de la desnacionalización de la economía. Pero cada vez son más los sectores afectados por las políticas económicas, apoyadas por Washington.
La resistencia en las calles a las políticas del gobierno reaccionario -papel elemental de la oposición progresista– pide a gritos propuestas alternativas, por ejemplo al programa de desmontaje y destrucción del sistema de protección social, el intento de destrucción de la universidad y de la enseñanza pública, la subordinación del desarrollo del país a los intereses estratégicos de las grandes potencias, las privatizaciones y las desnacionalizaciones.
** Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)