España, nada nuevo bajo el sol

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Nosotros, en América, conocimos bien a la España pechoña y leguleya, la misma que hoy, en el tercer milenio, afila sus garras de cagatintas imperial para abatirse sobre Catalunya, con odio monárquico y resentimiento de escatimadas glorias militares. Por su parte, aflora la inquina de los paniaguados del conformismo, vástagos de esa filosofía espuria llamada “lo políticamente correcto”, que confunden la exhibición mediática del neoliberalismo consumista con las aspiraciones históricas de los pueblos, propugnando la unidad española a todo trance, al mejor estilo de la inquisidora Isabel, por la fuerza y no por la razón.

Los capitanes de la Conquista venían acompañados del cura santificador y del escribano leguleyo. Tomaban posesión de las tierras usurpadas en América “hasta donde alcance la vista”, conminando a los naturales a expresar su oposición con argumentos valederos. Los nativos no entendían la jerga castellana (vulgo, español) y asentían, entregando a los usurpadores los abalorios y las guirnaldas floridas, junto a la propiedad de las tierras otrora sin dueño…

(Los iracundos hispanos se extrañaban de que los nativos hablasen en taíno, quechua o mapudungun, aunque esa extrañeza no la aplicaran a los chinos que hablaban cantonés o a los rusos que parloteaban en la lengua de Iván el Terrible, o a los alemanes que clamaban en germano sus ínfulas castrenses. Se siguen azorando, en pleno siglo XXI, porque los catalanes hablan en catalán, los vascos (menos) en vascuence, y los enigmáticos gallegos en la lengua de Rosalía de Castro. En esto de no entender al otro, también los españoles enxebres (castizos) llevan la delantera en la Europa del “primer mundo”).

…Todo era aquiescencia, hasta que los soldados llevaban a cabo sus felonías con las mujeres semidesnudas, haciéndolas suyas como a sus propias en España, carentes de “cuarto propio”, pero dueñas en majestad de la cocina y sus cazuelas aromáticas para servicio irreprochable de los varones. El sexo equivalía a un puchero bien servido, las sábanas eran el mantel del condumio, los aromas estaban hechos de efluvios primordiales que exacerbaban la excitación varonil. El macho goza, la hembra recibe y calla. Lo demás es puterío o francachela de lupanares.

Pero el ultraje a la mujer nativa duele. Los mexicanos la llamarán la “chingada”, después del oprobio de Malinche a manos de Hernán Cortés. Así, el mayor insulto es ser “hijo de la chingada”, vástago de la mujer que se entregó al usurpador, no por dinero, sino por sumisión a un poder inefable. La Malinche ni siquiera tiene rango de prostituta; es menos que eso, apenas una sierva sumisa que ofrece, solícita, sus primores al macho cabrío venido del este en esas carabelas que eran las “blancas aves” del augurio postrero, según la cosmogonía azteca y el vaticinio fatal de sus sacerdotes puñaleros.

El mestizo sucede al conquistador, primero como criollo, luego como precursor de la nueva patria. Quiere parecerse al europeo, jamás al indígena originario. Como tal, adoptará los modos y las modas de la vieja corte, aunque sin nobleza ni distinción, como todo impostor advenedizo. Se encargará, sin misericordia ni remordimiento, de avasallar y acorralar al nativo, buscando su paulatina extinción, como quien borra las marcas infamantes de un pasado turbio. Distinto equivale a enemigo.

El triste ejemplo de la etnia Mapuche ahorraría todo comentario. Ningún gobierno de esta bisoña república chilena de dos siglos –digna heredera de la España mesetaria– ha hecho otra cosa que avasallar y zaherir a los “hijos de Arauco”, cantados otrora por Alonso de Ercilla, el poeta hispano que glosó, con inigualable mérito literario y falta de rigor histórico y antropológico, su encendida epopeya.

Hoy, bajo el incipiente gobierno de la derecha económica, presidido por Sebastián Piñera, un biznieto de emigrantes que se siente autóctono, se acrecienta la virtual militarización de la Araucanía, para culminar cinco siglos de usurpación con distintos beneficiarios.

-¿Tiene usted algo contra España?

-Contra España, nada, con ella, todo.

-¿Cómo así?

-El móvil del afecto exime el “contra” y reafirma el “con”. Esto me pasa con la patria de Unamuno, sentirla, sobre todo, porque duele; amarla en las carencias, nunca en la fanfarria vocinglera de los ahítos del poder, de esta banda de uniformadores que trata hoy de ponerla en fila, como una compañía de legionarios en la guerra de África, dando la espalda y el culo a las diversidades que la han hecho grande; pretendiendo obviar la multiplicidad de culturas que fructifican su genio, a partir de una historia de seis siglos antes de Cristo, que confirma una singular amalgama de pueblos, etnias y culturas mucho más significativas y trascendentales que el toreo, el fútbol y el cuplé, elementos que la prensa y otros medios exhiben y manipulan hoy como la máscara peninsular de una monarquía “moderna y democrática”, según el dudoso canon vigente.

Chile es, quizá, uno de los países más medievales del mundo; sí, en el sentido oscurantista y represor. Aquí se discuten, como nuevas, cuestiones que han sido solucionadas de consenso, en otros países de América, hace algunos lustros, y hace décadas en naciones del primer mundo. La Iglesia católica chilena campea por sus fueros y los mandatarios de una república –supuestamente laica–, rinden pleitesía a los arzobispos o, a lo menos, se dejan aconsejar por ellos como si viviéramos en permanente catequesis de acólitos inmaduros.

Aun así, y sintiéndome chileno en la mitad de mi cuerpo (y en un cuarto de mi espíritu), me ha sorprendido el accionar del estado español en contra de Cataluña, desde octubre de 2017, sin haber recurrido todavía al expediente de la fuerza militar, sino a las porras de la “benemérita” Guardia Civil, cuya brutalidad cantó Federico, pero, sobre todo, a las eficaces redes legales del poder centralista y burocrático, que han ido aherrojando, poco a poco, cualquier atisbo de rebeldía contra el orden impuesto por los delfines monárquicos de Francisco Franco, a través de una democracia de cartón, articulada para beneficio de los grandes capitales financieros, en donde los partidos tradicionales juegan el papel de diligentes administradores de prebendas, mientras los medios de comunicación denuncian y descalifican cualquier conato de indocilidad contra el orden establecido.

Como ya se ha dicho, asistimos a una escalada judicial, legalista y mediática en contra de quienes se jugaron –equivocadamente o no– con el proceso independentista catalán, y aun renuente de aceptar y aplicar reivindicaciones autonómicas ya conquistadas, que hoy se muestran como “nocivas” para el españolismo conservador en boga, ese que vocifera en Madrid y vuelve a vestir las ominosas camisas azules, mientras amenaza, una vez más, con someter a Catalunya por la fuerza, reivindicando las brutales represiones del siglo pasado.

Otra de las armas que el estado mesetario español comienza a utilizar en Cataluña, es la de los recortes presupuestarios. Se busca poner de rodillas a la dirigencia catalana, desconociendo la legalidad de los recientes procesos electorales. En el mismo sentido, la prensa comprometida con el sistema planetario que nos rige, casi sin contrapeso, desde el ABC hasta El País, difunde, como señales fatídicas de una peste bíblica, la fuga de capitales desde Barcelona y los dramáticos cambios de domicilio legal y tributario de miles de empresas.

Lo que importa es la solvencia y la estabilidad del mundo empresarial, traslapada en silogismo irrefutable sobre los intereses de la masa trabajadora, tal como se muestra en nuestro Chile, cuando las reivindicaciones del pueblo mapuche ponen en riesgo la sacrosanta seguridad de las compañías forestales, símbolos institucionalizados del despojo del pueblo originario y causantes directos del pavoroso desastre ecológico que la codicia insaciable de sus mandantes ha provocado en buena parte del sur chileno, para beneficio de especuladores transnacionales, esos que nunca han tenido patria ni bandera.

Hace cien años, Miguel de Unamuno escribía:

“¿Quién no conoce el cultivo de la pobreza? Decid a los caritativos burgueses que dan limosnas de continuo que se resignen a menor interés de sus capitales o a menores rentas, y que no tendrán que dar limosnas, y veréis. ¿A dónde iríamos a parar? ¡Oh funestas consecuencias! Tal vez tendría que trabajar todo el que quisiese comer… Ante todo, la división del trabajo, sin la cual no cabe progreso; dedíquense unos a producir bienes de consumo con el sudor de su frente, y a producir consumo con el sudor de sus mejillas otros. Para lo cual hace falta un ejército de reserva, que viva de limosna, y mantenga en jaque a los mal aconsejados que piden mayor jornal y menos horas de trabajo”.

Un siglo. Nada nuevo bajo el sol –ni aquí ni allá-.

-Entonces, ¿aboga usted por el separatismo catalán?

-No, en absoluto. Solo aspiro a que se pueda expresar libremente lo que uno piensa, que no se ejerzan contra los ciudadanos estos suprapoderes que le coartan de antemano, mostrándole un camino acotado de disidencias prescritas y aceptables, por supuesto, “políticamente correctas”.

-Pero tiene que haber un orden constitucional, sea cual fuere el sistema imperante. De ahí la aplicación forzosa del mentado 155.

-Eso va contra el espíritu de rebeldía esencial a todo ser humano que tenga como anhelo la libertad. Recuerde usted al Ingenioso hidalgo diciéndole a su escudero: -“Con la Iglesia hemos topado, Sancho”. Y seguimos topando, con la curia, la monarquía y la plutocracia, la tríada que hoy gobierna la Península, con su gendarme armado acechando en los cuarteles. Por eso, contra viento y marea, me parecen admirables los catalanes.

-Aunque persigan una absurda utopía.

-Por lo mismo, son para mí objeto de admiración.

-Es usted incorregible.

-Como España…

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