Alejandro Tesa
Honor que pocos estadistas han recibido a lo largo de los siglos: que los pueblos a los que dirigen o lideran les levanten un monumento en vida. La arquitectura funeraria es lucha contra el olvido más que reconocimiento actual. George W. Bush, sin embargo, recibió en San Francisco de California –la antigua aldea fundada por los curas misioneros franciscanos españoles– ese honor. No debe de estar muy contento…
Corría el caliente mes de julio, pleno verano en el Hemisferio Norte. 7.168 firmas respaldaron en principiola idea de un homenaje singular al presidente Bush, el joven. Uno de los emprendimientos que se supone mejorará la calidad de vida de los californios llevará su nombre. La cosa prendió y pronto se contaron más de 12.000 entusiastas en la Presidential Memorial Commission of San Francisco.
La democracia de base imponía su voz. No estaban dispuestos a esperar los pocos meses que entonces restaban de gobierno al mandatario; querían tenerlo presente ahí y ahora. Y tenerlo presente significaba rconocer la obra del presidente Bush con algo hecho por los seres humanos, algo digno de su gobierno y que se asociara con él de inmediato.
Aunque no hay constancia de ello, al parecer tanto demócratas como republicanos e incluso integrantes de grupos protestatarios acudieron a aprobar la iniciativa. Las dirigencias partidarias no se inmiscuyeron en la decisión ciudadana; en cierto modo el pueblo decidió por y ante sí mismo: un ejercicio democrático.
Y desde entonces la antigua planta de tratamiento de aguas negras Oceanside Water Pollution Control Plant se llama The George W. Bush Sewage Plant. El señor presidente abandonará pronto el trono simbólico de la Casa Blanca; en los suyos propios, concretos y modestos, los ciudadanos lo recordarán a diario.
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